02 mayo 2012

Santos del pueblo


Joan Pau Inarejos
Guardados en el trastero, agazapados en la recámara, inquietantes seres inertes, como los juguetes de ‘Toy story’ cuando fingían ser chismes inanimados en el cuarto de Andy. Así se nos presentan los ‘Santos del pueblo’ de José Gutiérrez Solana, pintor cántabro que nos dejó en 1929 esta singular escena de imaginería, recientemente expuesta en el Museu d’Art de Cerdanyola y actualmente en manos de la Fundación Mapfre.

La humilde composición, con su desordenada retahíla de figuras barrocas, hereda una de las más genuinas especialidades del arte español: ensalzar lo feo, atender a lo deforme, escarbar en la hojarasca de las cosas prosaicas para extraer de ellas una ironía oscura o una belleza terrosa. Ahí están los bufones de Velázquez, mirándonos en los pasillos de El Prado. O las pinturas negras de Goya, con sus peleles y sus viejos comiendo sopa. O el ‘Botero’ de Zuloaga, contemporáneo de Gutiérrez Solana, un enano cejijunto a quien Unamuno consideraba, quizá con cierta sorna, como un místico encubierto (“Si vieras qué filósofo… ¡no dice nada!”). La plástica hispánica ama lo concreto y recortado: “no nacieron aquí los mundos difuminados en niebla, de hadas y gnomos”, por citar de nuevo al castizo y clarividente Unamuno.

Gutiérrez Solana escarnece la España negra a la vez que hace un tácito homenaje al arte religioso folclórico: estos santos del pueblo, vistos con el ojo naturalista del pintor, entran en la categoría de objetos pop, y rezuman el discreto encanto de los pongos (recuérdese, esas figuras de dudoso gusto que acostumbran a regalarte por compromiso y sobre las cuales te preguntas: ¿Y esto donde lo pongo?). A un servidor le gustaría salir de la recámara de la parroquia e imaginar que los Santos del pueblo cobran vida y se ponen a reñir como Woody, Buzz Lightyear y el Señor Patata.

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