10 febrero 2016

‘Un día perfecto’: pozo, pelota, cuerda

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5
Una idea, un nudo, una resolución. La virtud de la simplicidad. La infrecuente sensación de que las cosas encajan. El buen gusto de desmitificar en lugar de sentar cátedra. Fernando León de Aranoa no ha hecho la película sobre la guerra de los Balcanes. Ha hecho una película. No ha querido –por suerte– agotar el tema de los cooperantes internacionales; se ha fijado en unos pocos, por cierto escasamente idealizados. No ha querido abarcar, sino apretar.
Los elementos que intervienen en la trama de ‘Un día perfecto’ caben en medio folio, se pueden garabatear en una servilleta, y todos tienen su subtexto, su intrahistoria sutil. El mejor guion adaptado de los Goya habla de cosas graves a través de cosas aparentemente triviales: una vaca muerta en la carretera (la sofisticación de las minas antipersona), un pozo y un pedazo de cuerda (las necesidades prosaicas en las zonas de guerra), un balón robado (la fragilidad de la infancia). Sencillo y envolvente.
Sacando comedia del drama, amarrando la gran cuestión de la guerra en el muelle de lo cotidiano y lo local, el director de ‘Los lunes al sol’ ha logrado una película peculiar, dotada de un sentido del humor intransferible y poblada por un puñado de personajes hábilmente dibujados al carboncillo. Benicio del Toro está ahí para no confundir a los miembros de las ONG con superhéores –ni siquiera puede enfrentarse a un perro muy enfadado­–, sino personas de carne y hueso. Tim Robbins pone el sentido del humor marciano, Olga Kurylenko el carácter de armas tomar y Mélanie Thierry el candor de los principiantes.
La convivencia de los cooperantes, su particular road movie de la solidaridad, nos va dejando por el camino diálogos acerados y divertidos, con ese gran talento para el realismo que saca a relucir de vez en cuando el cine español. El acierto de ‘Un día perfecto’ es no tratar a los espectadores como usuarios atolondrados de videojuegos ni tampoco como esforzados intérpretes de ambigüedades semánticas, niveles de sentido y finales abiertos. Fernando León de Aranoa se centra en un único conflicto, aparentemente menor, lo mima y le da vueltas, y acaba resolviéndolo del modo menos esperado, evocando el poder del azar y la burlona superioridad de la naturaleza frente a cualquier empresa humana. Lo dice la voz áspera de Marlene Dietrich: ¿cuándo aprenderemos?

‘un día perfecto’, DE fernando león de aranoa
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06 febrero 2016

'The Revenant': el abrazo del oso

por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5
Por culpa de 'Titanic', durante años hemos imaginado a Leonardo DiCaprio sumergido en la frialdad del Atlántico, y se supone que a partir de ahora le recordaremos sepultado en la nieve, convulsivo y echando espumarajos por la boca. ‘El renacido’, de Alejandro González Iñárritu, llega con aires de grandeza. Todo en ella es extremo e intensísimo. Se nota que el mexicano tiene ganas de marcar época, con la ayuda de los astros de Hollywood y la prodigiosa fotografía de Emmanuel Lubezki (‘Gravity’, ‘Birdman’). Iñárritu, como presagia la fonética abrupta de su apellido, no quiere ser un autor más. Lo suyo es firmar con sangre.
La lucha a muerte de indios y pioneros americanos inspira uno de los prólogos más espectaculares jamás filmados en la gran pantalla. La disputa por la tierra, cruda y encarnizada, está rodada en plano secuencia con una precisión que recuerda al cine digital y con un hiperrealismo mutante en puntos de vista; de repente el cine se acerca al ordenador, es el ojo oscilante que todo lo ve. Vivimos la batalla desde dentro, a ras de tierra o a vuelo de flecha, con la subjetividad de la mirada y la velocidad del dron. Iñárritu hace que cobre vida la célebre observación de Stendhal cuando hablaba de una zanja insalvable entre la batalla de Waterloo y la batalla verdaderamente vivida, entre la guerra narrada en los libros de historia y la sensación caótica, jadeante y fragmentaria que se experimenta en su interior.
La audacia técnica de ‘The Revenant’ es indiscutible y con ella el director de ‘Birdman’ sube otro peldaño en su propósito de romper las reglas y cambiar el modo en que vemos la realidad en la pantalla. La odisea de supervivencia del explorador Hugh Glass rezuma radicalidad, no sólo en el montaje, también en la banda sonora -esa percusión destrozanervios- o en la dureza de los temas e imágenes que aborda. Devoraciones, homicidios, desollamientos, entierros en vida. Animal contra animal, hombre contra animal, caza del hombre por el hombre. Un mundo oscuro y hobbesiano que sólo pueden redimir los lazos de sangre. Una naturaleza cruel e indiferente, como la imaginaba Schopenhauer en sus fábulas zoológicas, y a la vez dotada de una belleza salvaje.
Iñárritu lo exagera todo hasta tal punto que a veces roza el efecto cómico, el humor negro o lo involuntariamente ridículo. A diferencia de 'Birdman', su paréntesis juguetón, aquí no hay ni un gramo de ironía donde agarrarse, la película se ofrece con todo su peso solemne y mineral: la tomas o la dejas. 'El renacido', siendo impresionante, quiere ser demasiado importante: documental hipersensorial, drama portentoso, relato con ínfulas metafísicas. Pega fuerte al principio, pero sus situaciones, motivos visuales y tipos de planos se repiten hasta la extenuación -cuando ves el contrapicado de los árboles por décima vez ya no sobrecoge tanto-. Incluso el esperado desenlace, ese fatídico ajuste de cuentas en la nieve, se desinfla inexplicablemente. Y lo peor: apenas queda poso emocional tras una historia que hace de la intensidad y la vehemencia su santo y seña. Hay tanta entraña que falta corazón. ¿Se trataba de eso?
‘the revenant’, de alejandro gonzález iñárritu
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