15 junio 2006

Avance: muere un loro en Londres*


La televisión es maestra en prospectiva, en profecías auto-cumplidas. Bajo su influencia cambiamos los hechos consumados por el placer de la anticipación: constantemente nos anuncia posibilidades, hechos que prometen grandeza, aunque luego no sucedan. Algo que también ocurre al informar sobre la gripe aviar, epidemia posmoderna por excelencia: ni siquiera el Sida, mucho más eficaz en su labor de arcángel mortífero, gozó de tanta anticipación noticiosa. La epidemia ocurre y no ocurre, se nos insinúa pero no llega; es como una media naranja perfecta: sabemos que existe, la soñamos… pero no nos duele, no nos mortifica.

De igual modo, la gripe aviar se ha hecho un lugar en los medios al servicio de nuestro afán inocuo de emociones y miedos en una sociedad que vive cada vez con mayor confort y necesita terrores sofisticados que amenacen su bienestar para apreciarlo. Apocalípticos de toda condición hacen sus cábalas en los informativos para determinar cuándo comenzará la masacre, en una muestra fehaciente de cómo los medios han tomado el relevo a la religión en el relato del Fin del Mundo.

Y es que la religión catódica se ha demostrado capaz de improvisar una narración escatológica más objetiva y cientifista que la cristiana, cuya lectura del signo de los tiempos ha fracasado sucesivamente en manos de San Juan, los Adventistas o los Testigos de Jehová.

Frente a los agoreros tradicionales, el relato aséptico non-stop de la CNN resulta imbatible, pues “la gran mayoría de interpretaciones del Apocalipsis presuponen que el fin está bastante próximo” y, en consecuencia, la información minuto a minuto es una gran ventaja, pues “es necesario revisar constantemente la alegoría histórica, por cuanto el tiempo le resta credibilidad” (Frank Kermode). Necesitamos un desenlace: somos seres narrativos.

Vivimos bajo el influjo de la religión cristiana, que “es la más ansiosa, la que ha colocado un mayor énfasis en el miedo a la muerte”. Y el relato televisado de la gripe aviar es una excelente catarsis. Las imágenes de entierros masivos de gallinas nos hacen presagiar el momento en que las aves serán sustituídas por hombres.

DAVID BARBA
, Culturas, La Vanguardia, 15/6/2006
* El 24 de octubre de 2005 el Reino Unido confirma la muerte de un loro infectado por virus HC51, episodio que desata la alarma por la gripe aviar.

09 junio 2006

Los 10.000 mandamientos

VIKTOR FRANKL

Es bien conocida la distinción que ha establecido Maslow entre las necesidades inferiores y superiores. Según él, la satisfacción de las necesidades inferiores es ‘conditione sine quan non’ para poder satisfacer las superiores. Entre estas necesidades superiores enumera también la voluntad de sentido y llega tan lejos que la califica de “motivación primaria del hombre”. Maslow cree que las cosas ocurren de modo que el hombre sólo da a conocer su exigencia de su sentido de la vida cuando todo le va bien (“primero la comida, después la moral”, o, según el adagio latino, “primum vivere, deinde philosophare”).
Pero contra esta opinión, ocurre que nosotros (y no en último lugar nosotros los psiquiatras) tenemos ocasión de observar una y otra vez que la necesidad y la pregunta de un sentido de la vida llamea precisamente cuando todo va de mal en peor. Y así lo confirman tanto nuestros pacientes en su lecho de muerte como los supervivientes de los campos de concentración y de prisioneros de guerra.

En todo momento el ser humano apunta, por encima de sí mismo, hacia algo que no es él mismo, hacia algo o hacia un sentido que hay que cumplir, o hacia otro ser humano, a cuyo encuentro vamos con amor. Así pues, propiamente hablando, sólo puede realizarse a sí mismo en la medida que se pasa por alto a sí mismo.
¿No ocurre lo mismo con el ojo, cuya capacidad visiva depende de que no se ve a sí mismo? ¿Cuándo ve el ojo algo de sí? Sólo cuando está enfermo. Cuando padezco glaucoma veo una nube y entonces es cuando advierto la opacidad del cristalino. Cuando tengo un glaucoma veo un halo de colores del arco iris en torno a las fuentes luminosas. Pero en esta misma medida disminuye la capacidad de mi ojo para percibir el entorno.

Odio y amor son fenómenos humanos porque son intencionales, porque el hombre tiene siempre motivos para odiar algo y par amar a alguien. Mientras la investigación de la paz se limite a interpretar la agresividad como fenómeno subhumano y no extienda su análisis al fenómeno humano del “odio”, estará condenada a la esterilidad. El hombre no dejará de odiar sólo porque se le explique y se le convenza de que está dominado por impulsos y mecanismos. Este fatalismo ignora por completo que, cuando soy agresivo, no cuentan los mecanismos y los impulsos que hay en mí, que pueda haber en mi “ello”, sino que soy yo el que odio y que para esto no hay disculpas, sino responsabilidad.

En unos tiempos en que los diez mandamientos han perdido, al parecer, su vigencia para tantas personas, el hombre tiene que estar capacitado para percibir los 10.000 mandamientos encerrados en 10.000 situaciones con las que le confronta su vida. Y esto no sólo hace que la vida le parezca de nuevo plena de sentido, sino que él mismo se inmuniza contra el conformismo y el totalitarismo, estas dos secuelas del vacío existencial. Y es que sólo una conciencia despierta da al hombre capacidad de resistencia.

Sentido es, por tanto, el sentido concreto en una situación determinada. Es siempre “el requerimiento del momento”.

VIKTOR FRANKL, Ante el vacío existencial. Hacia una humanización de la psicoterapia, 1977

08 junio 2006

La voluntad de sentido


“Un hombre consciente de su responsabilidad conoce el ‘porqué’ de su existencia y será capaz de soportar casi cualquier ‘cómo’”

En Auschwitz, dos prisioneros habían manifestado sus intenciones de suicidarse. Ambos aducían el típico argumento del campo: ya no esperaban nada de la vida. La terapia consistía en hacerles comprender que la vida sí esperaba algo de ellos. A uno de ellos le esperaba en el extranjero su hijo, un hijo al que adoraba. En el otro caso no se trataba de una persona sino de una cosa: ¡su obra! Era un científico que había iniciado la publicación de una colección de libros aún por concluir. Nadie más que él podía acabar ese trabajo, igual que nadie podía reemplazar al padre en el cariño a su hijo.


Esta unicidad y singularidad que diferencian a cada individuo y confieren un sentido a su existencia, se fundamenta en su trabajo creador y en su capacidad de amar. Cuando se acepta la persona como un ser irrepetible, insustituible, entonces surge en toda su trascendencia la responsabilidad que el hombre asume ante el sentido de su existencia. Un hombre consciente de su responsabilidad ante otro ser humano que lo aguarda con todo su corazón, o ante una obra inconclusa, jamás podrá tirar su vida por la borda. Conoce el ‘porqué’ de su existencia y será capaz de soportar casi cualquier ‘cómo’.


La frontera que separa el bien del mal, y que imaginariamente atraviesa a todo ser humano, fondea en las honduras del alma y hasta allí penetró el bisel de los sufrimientos soportados. La Historia nos brindó la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Quién es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre ‘decide’ lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el ser que entró en ellas con paso firme y musitando una oración.


Recuerdo a un colega norteamericano que un día me preguntó en mi consulta de Viena: “¿Dígame, doctor, es usted psicoanalista?”, a lo que yo respondí: “No exactamente; más bien soy psicoterapeuta”. Entonces siguió preguntándome: “¿A qué escuela pertenece?”. “Sigo mi propia teoría; se llama ‘psicoterapia’”. “¿Puede describirme, en pocas palabras, qué quiere decir con este término?”. “Sí”, le dije, “pero antes de contestarle, ¿podría usted definirme en una frase la esencia del psicoanálisis?”. Ésta fue su respuesta: “En el psicoanálisis, los pacientes deben recostarse en un diván y contar cosas que, a veces, resultan muy desagradables de decir”. Le respondí con una rápida improvisación: “Pues bien, en la logoterapia, el paciente permanece sentado, bien derecho, pero tiene que oír cosas que, a veces, son muy desagradables de escuchar”.

“Considero una concepción errónea y peligrosa dar por supuesto que el hombre precisa ante todo equilibrio interior; lo que necesita es esforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena”


Los principios morales no impulsan al hombre, no le ‘empujan’: más bien ‘tiran de él’. Diré, en un tono coloquial, que esa diferencia la recordaba continuamente al traspasar las puertas de los hoteles de Norteamérica: hay que tirar de una y empujar otra. Conviene aclarar con rotundidad que en el hombre no cabe hablar de eso que se acostumbra a denominar ‘impulso moral’ o ‘impulso religioso’, interpretándolo igual a cuando se afirma que el hombre se encuentra determinado por sus instintos básicos.


Nunca el hombre se siente impulsado a responder con una preestablecida conducta moral: en cada situación concreta decide actuar de una forma determinada. Y además el hombre no actúa para satisfacer su impulso moral, y silenciar así los reproches de la conciencia: lo hace por conquistar un objetivo o una meta con la que se identifica. Si obrara con el fin de acallar su conciencia se convertiría en un fariseo, y, en ese instante, ya no sería una persona verdaderamente moral. Cierto es que, como reza el dicho alemán, “la mejor almohada es una buena conciencia”, pero la moralidad es mucho más que un somnífero.


Considero una concepción errónea y peligrosa para la psicohigiene dar por supuesto que el hombre precisa ante todo equilibrio interior, o, como se denomina en biología, “homeostasis”: un estado sin tensiones, en equilibrio biológico interno. El hombre no necesita realmente vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta o una misión que le merezca la pena. Vivir sin tensiones a cualquier precio no resulta un procedimiento psicohigiénico. Es más beneficioso sentir la urgencia de una misión por cumplir o el apremio del cumplimiento del deber.


Releguemos la “homeostasis” y situemos en primer lugar la “noodinámica”: la dinámica espiritual dentro de un campo de tensión bipolar, en el cual un polo representa el sentido a consumar y el otro polo corresponde al hombre que debe cumplirlo. Y si la noodinámica significa un proceder válido para las condiciones normales del psiquismo, todavía se presenta más necesario en el caso de individuos neuróticos.

“El hombre no debería cuestionarse sobre el sentido de la vida, sino comprender que la vida le interroga a él”


Cuando los arquitectos pretenden apuntalar un arco con riesgo de hundirse, ‘aumentan’ la carga en la clave, para que así sus piezas se unan con mayor fuerza. De la misma forma, si los terapeutas procuran fortalecer la salud mental de sus pacientes, no deben tener miedo a aumentar la tensión interior, si con ello le conducen a reorientar o encontrar el sentido de sus vidas.

En última instancia, el hombre no debería cuestionarse sobre el sentido de la vida, sino comprender que la vida le interroga a él. En otras palabras, la vida pregunta por el hombre, cuestiona al hombre, y éste contesta de una única manera: ‘respondiendo’ de su propia vida y con su propia vida. Únicamente desde la responsabilidad personal se puede contestar a la vida.

De las múltiples posibilidades presentes en cada instante, es el hombre quien condena a algunas a no ser y rescata a otras para el ser. ¿De esas diversas posibilidades, cuál se convertirá, por la elección del hombre, en una acción imperecedera, en una “huella inmortal en la arena del tiempo”? En todo momento el hombre debe decidir, para bien o para mal, cuál será el monumento de su existencia.


La libertad es una parte de la historia y la mitad de la verdad. La libertad es la cara negativa de cualquier fenómeno humano, cuya cara positiva es la responsabilidad. De hecho la libertad se encuentra en peligro de degenerar en mera arbitrariedad salvo si se ejerce en términos de responsabilidad. Por eso yo aconsejo que la estatua de la Libertad en la costa este de los Estados Unidos se complemente con la estatua de la Responsabilidad en la costa oeste.

Al declarar al hombre un ser responsable y capaz de descubrir el sentido concreto de su existencia, quiero acentuar que el sentido de la vida ha de buscarse en el mundo y no dentro del ser humano o de su propia ‘psique’, como si se tratara de un sistema cerrado. La misma argumentación permite afirmar que la auténtica meta de la existencia humana no se cifra en la denominada ‘autorrealización’.

“La verdadera autorrealización sólo es el efecto profundo del cumplimiento acabado del sentido de la vida”


La autorrealización por sí misma no puede situarse como meta. No debe considerarse el mundo como simple expresión de uno mismo, ni tampoco como mero instrumento, o como un medio para conseguir la ansiada autorrealización. En ambos casos la visión del mundo o ‘Weltanschaung’, se convierte en ‘Weltentwertung’, es decir, menosprecio del mundo.


Cuanto más se olvida uno de sí mismo –al entregarse a una causa o a una persona amada- más humano se vuelve y más perfecciona sus capacidades. En efecto, cuanto más se afana el hombre por conseguir la autorrealización, más se le escapa de las manos, pues la verdadera autorrealización sólo es el efecto profundo del cumplimiento acabado del sentido de la vida.


El amor es el único camino para arribar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie es conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama. Por el acto espiritual del amor se es capaz de contemplar los rasgos y trazos esenciales de la persona amada. Hasta contemplar también lo que aún es potencialidad, lo que aún está por desvelarse y por mostrarse.


Todavía hay más: mediante el amor, la persona que ama posibilita al amado la actualización de sus potencialidades ocultas. El que ama ve más allá y le urge al otro a consumar sus inadvertidas capacidades personales. En logoterapia el amor no se interpreta como un mero epifenómeno de los impulsos e instintos sexuales, según el proceder del mecanismo llamado sublimación. El amor es un fenómeno tan primario como el sexo.

Jamás el ensimismamiento del neurótico por sí mismo, ya sea en forma de autocompasión o de desprecio, es capaz de romper el círculo vicioso. La clave de la curación se encuentra en la autotrascendencia, en la trascendencia de uno mismo.



VIKTOR FRANKL, “El hombre en busca de sentido”, 1946-1962