12 junio 2007

El Pop Art o los mascadores de chicle

JOAN PAU INAREJOS

El homenaje a las fresas, a la espuma, a las piscinas, a las rubias ordinarias: toda esa refrescante impertinencia hubiera sido imposible en la vieja Europa

Confieso mi debilidad por el Pop Art. El humor desinhibido, el mundo de colores ácidos y reticulas de cómic, la parodia gamberra, el dominio formidable de las técnicas cartelistas y publicitarias, el temperamento urbanita, inestable, multirreferencial, adicto a la cultura de masas, esas cerillas gigantescas de Claes Oldenburg imponiéndose a los peatones de la Vall d'Hebron de Barcelona, y sobre todo el homenaje a las fresas, a la espuma, a las bañeras y las piscinas, a las rubias ordinarias, a las palmeras de California: toda esa refrescante impertinencia hubiera sido imposible en la vieja Europa –¡perdón por citar aquí a Donald Rumsfeld!-, que desde el Romanticismo hasta Antoni Tàpies se toma a sí misma demasiado en serio.

Se dirá que muchos de los grandes artistas del Pop Art son de origen europeo: es cierto, pero el sentido del humor de estos creadores, sus frívolos propósitos y su escandalosa iconografía pertenecen si duda al mundo anglosajón y muy entrañablemente a la jovenzuela nación estadounidense.

Baste comparar a la mujer de la pintura europea –misteriosa, inocente o perversa, hechicera o huidiza- con las ligeras ‘pin-ups’ de Tom Wesselmann o Mel Ramos. Que no se ofendan las feministas, pero la ristra de rubias platino del Pop Art deja a las intrigantes pelirrojas románticas, expresionistas o fauves como risibles antiguallas decimonónicas.

Lo sé, lo sé: son mujeres objeto. O mejor: parodias de mujeres objeto. Ahí reside el humor de los ‘poperos’: no se toman en serio a la modelo. No la adoran ni le encienden velas. Los desvergonzados americanos no creen en las musas ni veneran al Eterno Femenino. Qué escándalo.

Realmente obscenas son las mesas-mujer que diseña Allen Jones para que dejen sus copas los jóvenes dementes de ‘La naranja mecánica’ de Stanley Kubrick. Esos maniquíes blancos a cuatro patas sustentando whiskys y gin-tonics como un Atlas femenino y curvilíneo… ¡imaginad tamaño ultraje en un catálogo de Ikea! O esas azafatas despelotadas de Mel Ramos, montadas sobre puros y plátanos hipertrofiados, rodeando coches y animales de circo como reclamos de un impresentable festín publicitario. La pobre Venus de Botticelli transvestida por Alain Jacquet en un surtidor de gasolina ya es, directamente, para rasgarse las vestiduras.

Ved esas labiudas bañistas de Tom Wesselmann, fumando y degustando cerezas sin más atributos que dos pezones color carmesí. Ni un matiz, ni una expresión, ni un eco de personalidad. Puras muñecas hinchables. Contemplad esos primeros planos descarados de Roy Lichtenstein, donde la viñeta de una joven azorada y cursi de ojos azules se convierte en icono monumental. La quinceañera ilusa deviene reina por un día. El fantasma de Marilyn nos mira melancólico a través de serigrafías interminables…

En vez de romper con la figuración y lanzarse a la noble y ascética aventura abstracta, la generación Pop, vaya por dónde, abre todos los cajones de la figuración y deja la habitación hecha unos zorros. Hace lisa y llanamente lo que le da la gana. David Hockney convierte los brumosos estanques impresionistas en piscinas cuadriculadas. Como una apisonadora, Alan d’Arcangelo se carga el bosque de los románticos alemanes y pone en su lugar un circuito de carreteras y señales de tráfico. El ‘paparazzi’ Alain Jacquet reduce el Desayuno de Manet a una foto robada en papel revista. Las casas portátiles y los muebles bar de Wesselmann y Lichtenstein ponen patas arriba los mojigatos interiores holandeses…

Reivindicado el plástico, el alquitrán y el agua con cloro, los artistas del Pop Art se solidarizan con el hombre de la calle, conductor, turista y fumador empedernido, que íntimamente prefiere ver los semáforos antes que el lucero de la mañana. ¡Alienados!, exclamará el lúcido marxista.

“El arte de los mascadores de chicle está invadiendo las galerías de arte”, se lamenta el crítico Max Kozloff. ¡Flop! Los chiquillos angloamericanos hacen otra burbuja de chicle y esta vez estalla ante las narices de la hermandad abstracta y suprematista. Ahí está Roy Lichtenstein imitando socarronamente la libre pincelada de Jackson Pollock. El ‘action painting’, estela radical de los rebeldes europeos, refugio de los ardientes espíritus románticos, se plastifica y se encuaderna: helo aquí, convertido en un anagrama prefabricado de imprenta. Y el mayor sacrilegio: las cuadrículas sagradas de Pietr Mondrian pasan a decorar los espacios habitables de Wesselmann. El manifiesto vanguardista luce junto al friorífico, las rebanadas de pan de molde y otros enseres de consumo.

Escribo desde un museo de arte contemporáneo cualquiera. Aquí ya nada escandaliza. Pasando entre cristales, blancos y transparencias, atravesando efímeras instalaciones y finalmente perdido en el laberinto de luces azules de una exposición de videoarte, echo de menos las burbujas de chicle. ¡Flop! Y una risa gamberra entre dientes…

JOAN PAU INAREJOS, junio 2007


BIBLIOGRAFÍA
TILMAN OSTERWOLD: 'POP ART' (1990), ED. TASCHEN
KLAUS HONNEF, UTA GROSENICK, ED.: 'POP ART' (2004) ED. TASCHEN

IMÁGENES

DE ARRIBA ABAJO: 1) 'STUDY FOR BEDROOM PAINTING #2' (TOM WESSELMANN, 1967); 2) 'WOMAN IN BATH' ROY LICHTENSTEIN, 1963); 3) 'THE BIGGER SPLASH' (DAVID HOCKNEY, 1967); 4) 'STILL LIFE #20' (TOM WESSELMANN, 1962)

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