25 mayo 2012
El alma románica de l’Hospitalet
JOAN PAU INAREJOS
La ciudad de l’Hospitalet ha saltado a los telediarios por una pequeña
audacia: resucitar los frescos románicos en la era del iPad. Ha sido la feliz
ocurrencia del párroco de Santa Eulàlia
de Provençana, un templo construído en obra vista a mediados del
siglo XX, edificio imponente pero carente hasta ahora de un reclamo definitivo. (Paréntesis personal: esta iglesia parecía buscarme de modo sibilino,
ya que cada madrugada vengo pasando a su vera con el autobús, y sus dos altos
campanarios, insólitamente mayestáticos en medio del yermo del extrarradio,
habían despertado mi curiosidad somnolienta).
Al parecer, los fantásticos grafitis del artista urbano Rudi y su ayudante
House ya han llamado la atención de otras parroquias. No es de extrañar. El
último siglo nos ha dejado huérfanos de arte religioso, y la plástica del
románico catalán, con su primitiva expresividad y su rotundidad cromática,
pedía a gritos un revival
moderno en los mismos lugares donde fue concebida: en los muros de las
iglesias. Que esto se haya hecho con aerosoles y por artistas totalmente ajenos
al arte medieval es el mejor guiño que podía lanzarnos la historia.
La Virgen hierática, los personajes agrupados en formas piramidales, las
franjas de color del fondo, la lína poderosa, los ribetes geometrizantes
rodeando la escena… podríamos estar ante la mismísima Santa María de Taüll, pero
acaso estamos ante su versión pop y metropolitana, si es que la milenaria pintura
pirenaica necesita de tuneos para demostrar su estricta vigencia contemporánea.
Si hacemos un zoom, a los pies de la figura de Santa Eulàlia se puede apreciar el dibujo de una pequeña
ermita, y ésa es la joya inesperada que aguarda a los peregrinos de la flamante
meca grafitera.
En efecto, tras la mole de la iglesia nueva, discretamente y casi
desapercibida, yace la verdadera ermita de Santa Eulàlia (siglo XII), ésta sí
de genuinos perfiles románicos con su modesta portada y su breve campanario de
espadaña. Semejantes edificaciones originales se llevan menos flashes que sus
hermanas mayores, más aún cuando éstas pujan por controlar el skyline de la ciudad, pero, amigo caminante, qué mayor
placer que descubrir tesoros por la puerta de atrás y en la intimidad de los
rincones.
Menos suerte ha corrido el otro vestigio del románico en l’Hospitalet, la ermita de Bellvitge. Ésta no ha quedado
oculta por otra iglesia, sino directamente cercada por una manada de ciclópeos
bloques de pisos. Su menudez de piedra dialoga a la fuerza con las vastas
fachadas de hormigón del barrio obrero, invasoras de aquel campo medieval donde
a los viajeros barceloneses se les deseaba un bell viatge, según reza una teoría etimológica tan hermosa como
improbable (pues todo indica que Bellvitge
no sería más que un blanqueo del antiguo Malvitge,
nombre agorero de una masía del lugar). El pequeño santuario contempla imperturbable a
los gigantes de su entorno, incluída la Torre Hesperia de Richard Rogers, de
marciana fealdad, o el lejano hospital de Bellvitge, donde la cura de cuerpos
se ha convertido en cosa de santos.
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1 comentario:
quina crònica més bonica i més suggerent ! m'hi hauré d'acostar un dia
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