03 abril 2016

dejar de preguntar por qué


Joana Bonet
La Vanguardia 28/3/2016

Morir en la carretera. Morir en el metro en manos de fanáticos (…): azar o destino. ¡Cómo vamos a apelar a la resiliencia, al coraje o a la valentía! El duelo requiere tiempo, memoria y amor. También poder dejar de preguntar: ¿por qué? Ninguna respuesta es válida.

02 abril 2016

Secuestradas

Joan Pau Inarejos
Mujer joven, habitación sellada, carcelero inquietante: es la tríada en la que parecen haberse puesto de acuerdo Dan Trachtenberg (‘Calle 10 Cloverfield’) y Lenny Abrahamson (‘La habitación’) en sus respectivas películas sobre encierros angustiantes. Desde que Rodrigo Cortés metió a Ryan Reynolds en una tumba durante noventa minutos ('Buried'), el cine parece estar redescubriendo el potencial de los espacios exiguos y las narraciones al límite. La claustrofobia está de moda.
A partir de ahí empiezan las diferencias. ‘La habitación’, laureada en los Oscar,  tiende al paquete de kleenex y al tono televisivo de sobremesa. La banda sonora se regodea a placer, hay uso y abuso de la voz en off. No es el esperado thriller inteligente y resolutivo, sino un dramón larguirucho con no pocos baches de credibilidad (el buen thriller siempre abrevia, el mal drama no se acaba nunca). Eso sí, el pequeño Jacob Tremblay hace una interpretación tan asombrosa y naturalista que acaba convirtiéndose, él solito, en el alma de la película. Con sus silencios y sus salidas de tono, con su completo ensimismamiento respecto a los adultos. Nuestro Mowgli de ojos tristes se come la cámara.
‘Calle 10 Cloverfield’, producida por J. J. Abrams y presunta continuación de ‘Monstruoso’ (‘Cloverfield’, 2008) apuesta en cambio por el tono apocalíptico y se ambienta en un búnker. Mientras que el celador de ‘La habitación’ es un personaje increíblemente anodino y prescindible, el de Cloverfield llena la pantalla en todos los sentidos. Un inmenso John Goodman, atormentado y filofascista granjero, deberá convencer a sus huéspedes de que les ha salvado la vida. ¿Héroe o monstruo? ¿Cautividad o Arca de Noé?
La claraboya en un caso, la rejilla de ventilación en el otro, son la única frontera visible con el mundo exterior: el horizonte de los encerrados. Por allí discurren las utopías de liberación y las fantasías con la luz (véase la hermosa danza, casi mística, del niño de ‘La habitación’ mientras su madre está acostada). La película de Abrahamson, actualizando la caverna de Platón, brinda una fábula interesante sobre los límites de la realidad conocida y el negacionismo pertinaz de los reclusos. El pequeño Jack rechaza con vehemencia y sollozos que exista un mundo exterior y considera el váter, la silla o la planta podrida como sus únicos y entrañables compañeros.
Poca broma con la experiencia poscarcelaria. Ahí es donde aparecen los monstruos. La celda deja de protegernos de la realidad y comprobamos con horror que enemigos y traumas siguen donde los habíamos dejado. En este momento decisivo, ‘Calle 10 Cloverfield’ opta por un audaz cambio de registro, y, más que concluir la película, se pertrecha de nuevas coordenadas para empezar otra, diametralmente opuesta y quizá menos perturbadora. John Goodman demuestra que el Otro puede ser más temible que el Alienígena. Jacob Tremblay demuestra que los niños pueden ser más heroicos que sus padres. Saber decir adiós es casi sobrehumano.

 CALLE 10 CLOVERFIELD  Nota: 8
 LA HABITACIÓN  Nota: 6,5

27 marzo 2016

Después de la guerra

Agus Morales (dir.)
‘Despues de la guerra’. Num. I de 5w. Crónicas de larga distancia (2016)

la guerra o la trampa de lo extraordinario
Martín Caparrós. ‘La Guerra Moderna’
A veces me pregunto si detenerse en los horrores de lo extraordinario –en los horrores de la guerra, por ejemplo- no es una forma de subrayar la supuesta calma de lo ordinario: de llevarnos a aceptar que lo ordinario no está mal, que no es una guerra donde algunos triunfan amplia, largamente.
Y, por si acaso, no me lo contesto.

la indiferencia del mundo
Mónica G. Prieto. ‘Abu Sufían, el enterrador de Homs’
Por la noche, nos sentábamos en el suelo frente a la única calefacción eléctrica –el centro de prensa también tenía generador para alimentar a los ordenadores con los que informábamos al mundo exterior, para profunda indiferencia de éste-.

una máquina al servicio de las víctimas
Mónica G. Prieto. ‘Abu Sufían, el enterrador de Homs’
[Abu Sufián] Nunca decía tener hambre, ni sed. Nunca ansiaba un cigarrillo. Los bombardeos le convirtieron en una máquina al servicio de las víctimas (…). En algún momento de aquella frenética noche, el cansancio y la presión le vencieron y envió a uno de los niños a contar los cadáveres. Y el pequeño, de seis años, regresó devastado. “Papá, papá, sólo encuentro veintiuno. Me falta un muerto”, decía entre sollozos. Su padre levantó una vez más su agotado cuerpo  para contar por sí mismo: seguían siendo veintidós. El pequeño se había equivocado al contar con los dedos (…). En la cultura islámica, la hospitalidad hacia el extranjero no distingue entre vivos y muertos (…) [Abú Sufián] trató de recuperarse de un trauma que compartirá para siempre con los suyos, sin quejarse, con la misma dignidad con la que recorría las calles bajo los bombardeos rescatando cadáveres y amortajándolos en su sala de estar. Alguien tenía que hacerlo.

desaparecer en Centroamérica
Óscar Martínez. ‘Nadie los buscará’
un tío les dijo que unos hombres los buscaban para matarlos. Así, sin más detalles. Una muerte anónima los tenía entre ceja y ceja (…). Pidió desaparecer. Pidió una nueva identidad. Pidió otro país. Ya no querer saber nada más de un lugar es una de las maneras más comunes por las que desaparece la gente en Centroamérica (…). La consecuencia más terrible opaca a las demás posibilidades en la región más homicida del mundo: contamos muertos, no desaparecidos. Para contar, hay que morir. Desaparecer, en Centroamérica, en México, se parece cada vez más a dejar de existir.
Ocurre, cada día ocurre. Cada día, a otra cosa.

el infierno luminoso de Guantánamo
Daniel Burgui. ‘Omar Deghayes: “El infierno está muy bien iluminado”’
Omar [Deghayes] cuenta que lo primero que hizo al regresar a su casa (…) fue encender y apagar las luces (…) “Fue lo que más feliz me hizo. Es volver a sentir que puedes escoger” (...). La libertad, en su sentido más pleno, radical y rotundo era ese simple y mínimo clic, clic del interruptor de casa de su madre. “Algunas personas imaginan celdas oscuras y agujeros siniestros –explica-, pero en realidad Guantánamo es un infierno muy luminoso. Está muy bien iluminado. Es insoportable”.

los nuevos guerreros y el príncipe Harry
Bru Rovira. ‘La guerra permanente’
Uno de los hechos que mejor explica la desconexión con la realidad que tiene esta nueva manera de matar, esta despreocupada higiene del soldado que algunos manipuladores se empeñan en llamar guerra quirúrgica –o ¡inteligente!-, quizá sea, decíamos, la imagen que ofreció el príncipe Enrique de Inglaterra cuando, al regresar de Afganistán, donde luchó como copiloto en su helicóptero de combate, explicó que sus cualidades como guerrero venían de su destreza utilizando los dedos pulgares con la PlayStation y la Xbox. “Esto me hace pensar que soy bastante útil”, añadió refiriéndose a los combates en los que había participado y en los que, por supuesto, había matado a algunos enemigos.

turistas y refugiados por el mismo carril
Bru Rovira. ‘La guerra permanente’
una nueva humanidad avanzaba en Idomeni, procedente de Tesalónica, como una masa de desarraigados huyendo de otras guerras, de otros escenarios (…). Hubo un detalle que me inquietó: circulando a su lado, avanzando por las mismas carreteras y autopistas que a ellos les guiaban camino del norte, camino de la seguridad y la paz, viajaban miles de coches hacia el sur, en busca de las hermosas playas griegas. Los niños que iban de vacaciones no eran muy distintos de los que huían de la muerte (…). Unos y otros, los que huían, los que iban de vacaciones, vestían las mismas ropas, las mismas marcas. Zapatos fabricados en Asia por firmas norteamericanas, anoraks de la gran multinacional francesa de ropa deportiva, mochilas escolares con graciosos dibujos de Walt Disney, pantalones y chaquetas confeccionadas por firmas españolas, teléfonos móviles que suenan con las mismas melodías (…).

la diáspora, la auténtica ayuda humanitaria
Eduardo S. Molano. ‘Fadumo Dayib quiere ser presidenta de Somalia’
Se estima que el 40% de los somalíes depende de las remesas enviadas por su familia desde el extranjero. No en vano, los 1.200 millones de dólares que cada año llegan al país africano desde la diáspora constituyen una cantidad superior a la que aporta la ayuda humanitaria internacional.
Esta también es Somalia.

fotos
Pág. 42: el féretro de un policía asesinado por un pandillero (Manu Brabo, El Salvador) / Pág. 210: monjes ortodoxos serbios custodiados por un soldado de la OTAN (Guillem Valle, Kosovo).

el tiempo del refugiado
‘Frontera’
[el refugiado] Carga consigo los símbolos inmemoriales del Estado, de la guerra, de la persecución, de las naciones. Su paso es de los millones de personas que han huido a lo largo de la historia de la humanidad. En si tiempo no hay velocidad, hay espera.

añoranza del enemigo
‘Muro’
En la paz hay enemigos que se echan de menos.