Féretro de Manolo Escobar (EFE) |
30 octubre 2013
La noche de los mitos vivientes
Joan
Pau Inarejos
Cuando morimos podemos ser bellísimas personas, grandes referentes, generosos testadores, pero nunca mitos vivientes. Como su nombre indica, este campeón de
los tópicos está reservado para adular a personas que han alcanzado una categoría legendaria antes de morir. Manolo Escobar ya no puede ser nunca más un mito
viviente, por mucho que un reportero despistado lo calificara así al paso del
cortejo fúnebre y por aquellas cosas del directo. Su gazapo tenía lecturas
inquietantes a las puertas de Halloween: el maestro de la copla buscando su
carro incluso después de muerto. Dónde estará… dónde estará…
Como se ve, el estatuto de los mitos vivientes
no queda muy claro cuando acontece eso que los médicos de Franco llamaban “el
hecho biológico”. Si dejan de ser vivientes, pasarían a ser simples mitos, pero
esto no satisface nuestra sed de locuciones grandilocuentes. Para este vacío,
el periodismo ha creado otro tópico de gran eficacia. La celebridad que muere
pasa a ser “inmortal”. Soslayando la defunción, el verdadero y único hecho
noticiable, se afirma la eternidad simbólica de estos personajes.
El mundo agnóstico ha creado una relación escurridiza con la muerte, que le hace balbucear y buscar subterfugios cuando ésta se presenta. Ya no nos valen las filigranas literarias que hacían "expirar" o "traspasar" a nuestros seres queridos. Nos sentimos demasiado modernos para estos eufemismos, pero no lo suficiente como para reírnos de la muerte. Solamente la palman, la diñan o estiran la pata personas con las que no guardamos proximidad emocional -de otro modo lo consideraríamos un grave insulto-. El éxito creciente de Halloween y el vaciamiento del Día de los Difuntos son dos caras de la misma moneda. Banalización barroca y ausencia esquiva frente a un mismo horror al vacío.
Con la seriedad del cementerio o la risa nerviosa de las calabazas, la muerte es a la vez algo propio y radicalmente ajeno. Según Unamuno, la certidumbre de nuestro final resuella en los tuétanos del cuerpo, nos constituye como la misma respiración. Lo llamó el sentimiento trágico de la vida, lo cual, con permiso del diccionario, es lo mismo que decir que somos vivos murientes.
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1 comentario:
Vale, Joan, buena entrada y tal... y pascual. Pero, ¿quién era Manolo Escobar? Te has olvidado de comentarlo.
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