Aquí tiene su traje, cortado a la perfecta medida que todo buen cine exige.
14 octubre 2013
Olé por el Hannibal Lecter andaluz
por JOAN PAU INAREJOS
Nota:
8
Según Salvador Llopart (‘La Vanguardia’, 13/10/2013),
en la cultura popular “se está dirimiendo la supremacía del monstruo”: zombis,
fantasmas, vampiros y caníbales pugnan por un tétrico liderato en el siempre reciclado género del terror. Si es así, en España hay un aspirante que ha
subido directamente al podio en lo que dura una sesión de multicines. Un
caníbal de provincias, de gélida mirada y con las facciones de Antonio de la
Torre.
Tuve la ocasión de entrevistar fugazmente a este
hombre en un festival de Sitges, y confirmo que tiene la inquietante cualidad
del camaleón. Excepcionalmente verboso y dicharachero, frecuentemente instalado
en el género de la comedia, el actor se acaba de convertir en el Hannibal
Lecter andaluz como si lo hubiéramos estado esperando desde siempre. Sin jaulas
ni máscaras. Sin susurrar a los corderos. Viviendo en la amable cotidianidad de
una sastrería de Granada, de las antiguas. Señor caníbal, buenos días.
Ayudado por este portento interpretativo, sumamente
contenido y temible, Manuel Martín Cuenca nos obsequia con un estudio austero y
naturalista sobre el canibalismo. Como en un cuadro de Zurbarán, todo está en
su lugar y las carnes emergen de las tinieblas con una claridad fría e
incruenta. Desarmante. Como aquel cordero de Dios con las patas anudadas. Un
cuerpo humano, un golpe seco, el goteo de la sangre. Una lección de economía
visual. De belleza pictórica, pese a todo.
En ‘Caníbal’, el seco tenebrismo ibérico se alía con
Hitchcock. La escalera de vecinos, insospechada morada del mal, enfrentará al
psicópata con una inesperada visitante femenina. Ventana indiscreta mediante,
la vida del rutinario caníbal se verá turbada por nuevos sentimientos. Con
mucha más eficacia que Jaume Balagueró en ‘Mientras duermes’, el malo sociópata
y sexualmente disfuncional tiene aquí una película a su altura, apenas empañada
por un tramo final que se dilata en exceso y por unos secundarios que no
siempre se baten dignamente con el brillante caníbal.
De no parecer un chiste fácil, diríamos que De la
Torre se come la cámara. Más bien la devora. Lo hace cuando acaricia
sensualmente un filete. Lo hace cuando corta los trajes absorto en las tijeras.
Lo hace en la playa, donde, en una escena llamada a las antologías, espera el
agotamiento de la presa con la calma imperturbable del depredador. Nos subyuga
incluso antes de verlo, cuando su coche irrumpe en la primera escena como
extensión siniestra de su personalidad nocturna.
Aquí tiene su traje, cortado a la perfecta medida que todo buen cine exige.
Aquí tiene su traje, cortado a la perfecta medida que todo buen cine exige.
CANÍBAL, DE MANUEL MARTÍN CUENCA
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