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Belchite, ruinas de la Guerra Civil |
Miguel Hernández
Viento
del Pueblo (1937)
La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
(Las manos)
_____
Entregad al trabajo, compañeros, las
frentes:
que el sudor, con su espada de sabrosos cristales,
con sus lentos diluvios, os hará transparentes,
venturosos, iguales.
(El sudor)
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Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina
(El niño yuntero)
_____
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la muerte.
(Sentado sobre los muertos)
_____
Han muerto como mueren los leones:
peleando y rugiendo,
espumosa la boca de canciones,
de ímpetu las cabezas y las venas de
estruendo.
(…)
Bajo el gran resplandor de un mediodía
sin mañana y sin tarde,
unos caballos que parecen claros,
aunque son tenebrosos y funestos,
se llevan a estos hombres vestidos de
disparos
a sus inacabables y entretejidos
puestos.
(Nuestra juventud no muere)
_____
Entre graves camilleros
hay heridos que se mueren
con el rostro rodeado
de tan diáfanos ponientes,
que son auroras sembradas
alrededor de sus sienes.
Parecen plata dormida
y oro en reposo parecen.
Llegaron a las trincheras
y dijeron firmemente:
¡Aquí echaremos raíces
antes que nadie nos eche!
Y la muerte se sintió
orgullosa de tenerles.
(Llamo a la juventud)
Naciones de la tierra, patrias del
mar, hermanos
del mundo y de la nada:
habitantes perdidos y lejanos,
más que del corazón, de la mirada.
Aquí tengo una voz enardecida,
aquí tengo una vida combatida y airada,
aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.
(Recoged esta voz)
_____
¿Quién te verá, ciudad de manzanilla,
amorosa ciudad, la ciudad más esbelta,
que encima de una torre llevas puesto: Sevilla?
(…)
Detrás del toro, al borde de su ruina,
la ciudad que viviera
bajo una cabellera de mujer soleada,
sobre una perfumada cabellera,
la ciudad cristalina
yace pisoteada.
Una bota terrible de ademanes poblada
hunde su marca en el jazmín ligero,
pesa sobre el naranjo aleteante:
(…)
Se nubló la azucena,
la airosa maravilla:
patíbulos y cárceles degüellan los gemidos,
la juventud, el aire de Sevilla.
Amordazado el ruiseñor, desierto
el arrayán, el día deshonrado,
tembloroso el cancel, el patio muerto
y el surtidor, en medio, degollado.
(Visión de Sevilla)
Miguel Hernández
Viento del Pueblo (1937)
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