26 octubre 2013

La ondulante historia del Parc Güell

Joan Pau Inarejos

Curioso rodeo el que ha vivido el Parc Güell. Caprichoso y zigzagueante como su célebre banco cerámico. Lo que se proyectó como jardín privado de la burguesía y después fue parque público, ahora vuelve a cerrar puertas. Esta vez para protegerse de las hordas del turismo. 

Para su mayor obra urbana, Gaudí se inspiró en los recintos ingleses (de ahí ese Park Güell, con k, que puede leerse en los paneles), y más concretamente en las ciudades-jardín en cuyo interior se integran arquitectura y naturaleza. El dinero corría a cargo de Eusebi Güell, el insigne mecenas barcelonés de largas barbas.

Los avatares de principios del siglo XX quisieron que el proyecto quedase inacabado, lo cual parece santo y seña de las obras maestras gaudinianas. Pensemos en la Sagrada Família, pero también en la Pedrera, donde se quería erigir una enorme figura de la Virgen sobre los curvilíneos faldones de piedra. El clima de la Setmana Tràgica fue providencial para abortar un posible pastiche, una curiosa mezcla de pasado y futuro que se da en algunos genios. Gaudí anticipó la escultura abstracta –ahí están las chimeneas del Passeig de Gràcia o el mismo banco del Parc Güell- y sin embargo reculaba varios siglos cuando se ponía a esculpir esculturas propiamente dichas. Véanse los santos y pastores de hechuras tradicionalistas que flotan entre el mar nevado y vegetal de la fachada del Nacimiento, en la Sagrada Família.

En el caso del Parc Güell, fue la Primera Guerra Mundial la que dejó en tierra de nadie el proyecto de ciudad-jardín, de modo que la familia cedió el terreno al Ayuntamiento y éste le dio una segunda vida como parque público. Desde entonces, Barcelona se ha hecho suya esta Arcadia colorista de efluvios griegos y mistéricos. 

En efecto, el muy cristiano Gaudí dejó aquí su obra más pagana, fantasiosa y polisémica. La columnata dórica aparece como una insólita evocación del oráculo de Delfos, y los símbolos solares de Apolo prosiguen en esos medallones flamígeros de la sala hipóstila (de hypo y stylos, "bajo las columnas"). Incluso hay quien ha interpretado el célebre anfibio de la escalinata como la serpiente Pitón, guardiana del santuario y vencida por el dios, igual que Gaudí plasmó el dragón vigilante del jardín de las Hespérides en la finca Güell del barrio de Pedralbes. Otros creen reconocer la salamandra, la criatura del fuego predilecta de los alquimistas, mientras las formas de setas de los pabellones de la entrada incluso han emparentado al arquitecto con el mundo alucinógeno...

Durante décadas hemos paseado por este museo esotérico al aire libre, hasta que los bárbaros han llegado a las puertas de la polis, o eso dicen. Tras la masificación y el éxito febril de la marca Gaudí, las autoridades municipales han dictaminado que la fiesta se ha acabado, y ahora habrá que pagar por ver la salamandra igual que pagamos por ver el cruce de dedos entre Dios y Adán en la Capilla Sixtina.

Sin embargo, a Michelangelo y Gaudí les separan algo más que 860 kilómetros. El Parc Güell tiene la rebelde peculiaridad de ser a la vez patrimonio mundial y parque público, y aquí entran las incómodas contradicciones. Se podría haber establecido un pago general, y sin embargo se han creado unas exenciones que hacen peor el remedio que la enfermedad: sólo entrarán gratis los vecinos de los barrios adyacentes, que hasta ahora no habían podido disfrutar de su parque. Flagrante perversión del concepto de lo público, convertido en algo geográfico y patrimonalista. La Aristocracia del barrio de Serrat tiene ahora un nuevo e inquietante significado: "es nuestro, por lo tanto no es de todos". Ahora ya no sabemos si es un parque público, privado, concertado o copagado, y la confusión se ha apoderado de propios y extraños. Un ejemplo: el ser patrimonio de la Humanidad ha sido invocado tanto por los defensores de las puertas abiertas como por los partidarios de establecer tarifas. 

Hoy la discusión se ha terminado bajo el peso de las máquinas expendedoras y, junto a las meritorias concentraciones, apenas algunos actos vandálicos han rubricado su protesta. Pintadas impotentes y roturas de cristales que rinden su militante homenaje al trencadís.

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