12 julio 2012
‘La noche es nuestra’ (2007): bello y delicado, y sin embargo cine negro
per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8,5
Al igual que la noche, el cine negro puede ser tan oscuro como
hermoso. Tan cruento como sensible. Suave es la noche, decía una
novela de Fitzgerald. Así corra la sangre.
Sirva como ejemplo la filmografía de James Gray, un escriba de
parábolas modernas que ha creado un mundo propio, un mundo nocturno y elegante,
a partir de sus notorias raíces ruso-judías. Lo hizo en la reciente ‘Two lovers’, paseando a Dostoievski por Nueva York, y lo hizo antes con este drama
criminal, no menos cautivador, que reinventa al personaje del hijo pródigo bajo
las facciones cubistas de Joaquin Phoenix. Perdón. El Gran Joaquin Phoenix, a quien tanto echamos de menos tras su retirada del cine.
Ojalá haga como su ave
homónima, renazca de las cenizas y pronto le veamos volando nuevamente en las
alturas.
Una vez más, el ex emperador de Gladiator es la percha
perfecta para los conflictos familiares made in Gray. Si en ‘Two lovers’ interpretaba a un joven solterón y
miedoso, sobreprotegido por sus padres, en ‘We own the night’ (‘La noche es
nuestra’) vemos a Phoenix en la piel de un yuppie noctámbulo que regenta clubes
libertinos bajo la severa mirada de su padre y su hermano, ambos
policías de Nueva York con un fino olfato para las drogas.
Al igual que en el relato bíblico,
Bobby es la insobornable oveja negra, el hijo pródigo que se gasta la hacienda
paterna, mientras Mark Wahlberg se pone el uniforme de hijo cumplidor y nunca
consigue caernos tan bien como su hermano crápula. Y al igual que en la
parábola, la oveja perdida regresará al benévolo pastor (inmenso Robert Duvall)
tras darse de bruces con los espinosos zarzales del mundo exterior.
Relato moral cien por cien clásico, con las consabidas
traiciones y brechas familiares, que Gray sabe vestir con una fotografía única,
pausada y preñada de claroscuros, como un Rembrandt del celuloide -otro deudor, por cierto de la cultura hebrea e igualmente fascinado por el relato del hijo pródigo.
Hay sangre, tiros y cadáveres, pero qué suave es la noche.
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