05 julio 2012

¡Aleluya! La materia existe



Joan Pau Inarejos
Habemus partícula. Del gran colisionador de Ginebra ha salido una densa fumata blanca para saludar la aparición del bosón de Higgs, mal conocido como la partícula de Dios, puesto que su cometido es mucho más modesto de lo que parece anunciar este apellido rimbombante. En realidad, al decir de los físicos, el bosón profetizado por el británico Peter Higgs no dice nada del creador, sino de la creación misma. El bosón de Higgs nos dice, ni más ni menos, que la materia existe.

¿Cómo? ¿4.000 millones de euros y 40 años de sesudas investigaciones para acabar demostrando que la realidad es real? Cualquiera diría que el estado mayor de la ciencia europea se ha embarcado en una ruinosa aventura filosófica en plena debacle de las bolsas. Ciertamente, siempre habíamos dado por supuesta la realidad exterior, pero más cierto todavía que carecíamos de pruebas fehacientes hasta día de hoy. Descartes tuvo que remitirse a la garantía de Dios para acreditar la res extensa (lo físico). Y un vecino de archipiélago de Peter Higgs, el obispo irlandés George Berkeley, directamente abolió las realidades visibles y proclamó que no eran más que pensamientos de la divinidad. La inmensidad de las galaxias, un mero sueño, y el Big Bang, un prólogo brillante del ¿gran dramaturgo?

De modo que la intrépida partícula nos trae, de confirmarse su nacionalidad metafísica, algo así como un triunfo del realismo, que no es poco. La materia está ahí: qué alivio. Seguramente a Antoni Tàpies, fallecido este año, le hubiera confortado saber que las fangosidades y los cementos, las pilosidades y las maderas, tienen vida propia y persisten mientras dormimos. Hay un principio universal que las rige. Hasta nuevo aviso, nos hemos librado de ver el mundo como una gran fantasmagoría de subjetividad, un puro campo energético donde jamás puedo saber si la silla existe verdaderamente o es una fabulación mía. El bosón de Higgs, nunca mejor dicho, ha salvado los muebles. Y a Dios ya seguirá buscándolo cada uno en el colisionador de su alma.

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