30 junio 2012
‘Moonrise kingdom’: viva el amor freaky
per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 9
Cuando se hace algo nuevo en el cine, debería sonar una alarma especial,
algo que llamara a los espectadores diciéndoles, eh, estimado público, venid
aquí porque hay algo verdaderamente rompedor y original, un golpe de mar por
encima del marasmo veraniego de la cartelera. Alguna trompeta de boy scout, o un relámpago potente, debería
anunciar el estreno de ‘Moonrise kingdom’, una de las comedias más raras y
estimulantes jamás filmadas. No faltarán críticos eufóricos proclamando aquello
de que Ha nacido un autor, y, si bien
es cierto que Wes Anderson ya lleva algunos títulos a la espalda (‘Fantástico Sr. Fox’, ‘Los Tenenbaums’), esta vez ha dado un paso enfrente con el retablo
definitivo de sus filias y obsesiones.
Felizmente indefinible, visualmente soberbia, ‘Moonrise kingdom’ nos
traslada a la Nueva Inglaterra de los años 60, donde dos adolescentes que son
el día y la noche, Sam y Suzy (asombrosos Jared Gilman y Kara Hayward),
emprenden una disparatada fuga romántica. Él, un boy scout huérfano a lo Manolito gafotas, ella, hija remilgada de
un matrimonio disfuncional unido por la abogacía. Los dos chavales se conocen
en el insólito escenario de un musical bíblico en un teatro de pueblo, se enamoran
y, tras un intercambio epistolar, traman su plan secreto de liberación.
El modo de narrar de Anderson, la potencia constante de la banda sonora, y
sobre todo su control absoluto de la estética, a medio camino del Pop Art, el paisajismo
romántico, los zooms sesenteros y las casas de muñecas, dejan sin palabras. Las
palabras las pone un elenco de primera división, donde, además de los críos,
destaca un amplio muestrario de adultos excéntricos, desde un capitán de
policía venido a menos (Bruce Willis) hasta un jefe de tropa de los scouts absorbido por sus rutinas
castrenses (Edward Norton) pasando por una pareja de abogados que empuñan
hachas y altavoces (Bill Murray y Frances McDormand), una siniestra enviada de
los servicios sociales (Tilda Swinton) o hasta un Harvey Keitel que se
encuentra con el pastel a medio afeitar.
La comedia de persecución entre niños y adultos va generando escenas
imprevisibles y magistralmente facturadas, como la reyerta en el bosque, la
boda en la cabaña, el diálogo de los boy
scouts entre ambos lados de una chimenea, los bailes desmañados de los
tortolitos en una playa apartada que convierten en su Edén postinfantil o el
descacharrante clímax, con el pedazo de tormenta anunciada por un taciturno
narrador que va apareciendo esporádicamente en pantalla (otro guiño genial de
Anderson). Una traca final para una love
story tan aparentemente freaky como francamente inolvidable.
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