04 junio 2012
Mi Génesis doméstico
Joan Pau Inarejos
Ayer fabriqué estrellas en mi cama. Pocas veces experimentamos la
conciencia de nuestra libertad como en los sueños lúcidos, donde uno sabe que
está en territorio soberano y campa a sus anchas por esa jurisdicción ilimitada del yo. Así
me ocurrió. Mientras afuera relampagueaba, quién sabe si inducido por la
cadencia de truenos y tuberías, me fui adormeciendo hasta quedar flotando en el
limbo entre la vigilia y el sueño. Con tales estados ambiguos, la literatura
paranormal ha hecho su agosto, y no me extraña: sin salir de la oscuridad del
cuarto, los sentidos se agudizan, la realidad multiplica sus píxeles y el
entorno deviene imprevisible y palpitante, como una psique encarnada o un alma vuelta
hacia afuera. Aprovechando esta atmósfera hipnagógica (de hypnos y agogos, “de
tránsito hacia el sueño”) decidí convertir mi colchón en una mina insólita de
donde extraer todo tipo de objetos inventados sobre la marcha. Hurgando en el
lecho, pensé en una estrella, y he aquí que una forma de estrella apareció
entre mis manos cual juguete mineral. También evoqué la dulzura, y al instante
saqué del seno de la cama una golosina líquida, un néctar con sabor a fresa
deliciosa. Pero antes de proseguir con mi Génesis doméstico, me tentaron los
confines del cuarto. Escuché un rumor y levanté la vista para comprobar si
había algún visitante de dormitorio, estos seres siniestros que gustan de
presentarse cuando el soñador está en su fragilidad de duermevela. Primero atisbé
un fogonazo blanco, como si la tormenta hubiera preñado la habitación, y
enseguida la puerta se abrió con un largo chirrido. Siempre tienen que venir a
aguarnos la fiesta.
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