27 enero 2012

‘El monje’: el diablo acecha en Santes Creus


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Tiene su gracia que los primeros personajes de la literatura gótica europea hayan recalado en Aiguamúrcia (Alt Camp), pequeño remanso del sur de Catalunya donde se alza el monasterio de Santes Creus. El bello y fotogénico cenobio cisterciense es el telón de fondo escogido para revivir cinematográficamente la neurótica España de la Inquisición, almenos tal como la imaginó un romántico inglés a fecha de 1796, cuando ya rodaban cabezas más allá del canal de la Mancha.

Lo cierto es que el laureado Matthew Gregory Lewis puede estar bien tranquilo desde su tumba: el director Dominik Moll, al frente de esta coproducción francoespañola, nos ha ahorrado pirotecnias autorales para filmar sencillamente una obra de intriga de aires medievales, con todo el clasicismo y la parsimonia de aquellas novelas que ciertos jóvenes ochocentistas debían de leer en los cementerios a la luz de la luna mientras planeaban algún suicidio creativo antes del amanecer.

El inmenso Vincent Cassel se apodera con mucho de la función, metiéndose en los hábitos trémulos del monje Ambrosio, ese hombre de Dios que sufre las tentaciones de la carne desde su confinamiento capuchino. La sola cara del actor francés, que ya nos turbó en ‘Cisne negro’ o ‘Promesas del este’, debería ser esculpida al lado de la Torre Eiffel: parafraseando al Rey Sol, puede y debe decirse que la película es él. Si bien es cierto que le acompañan presencias no menos inquietantes, como el hombre de la máscara, misterioso visitante que pide asilo en el monasterio y que nos deja algunos de los mejores planos, oníricos y hermosamente siniestros: ahí está atisbando  por la ventana, identificándose fortuitamente con una escultura sin rostro o reuniéndose con el monje en un claustro convertido en nuevo Edén del pecado y la confusión de los sentidos. Luego, la identidad del viajante enmascarado nos brindará una de las vueltas de tuerca sin duda más sugestivas de la película.

Tan esquemática y académica como oscura y absorbente, magnetizada por su atormentado protagonista, ‘El monje’ nos conduce por la pendiente del envilecimiento, hasta llegar al poderoso clímax en el que el ángel ha mudado inexorablemente en demonio mientras sus compañeros desfilan en procesión por las barrocas escaleras de la catedral de Girona (otro escenario catalán con aptitudes hoollywoodienses). Vale la pena, en fin, reecontrarse con el viejo gozo de una producción bien manufacturada, con pocas ganas de revolucionar el séptimo arte más allá de sus hechuras tersas y profesionales. Y ver a Geraldine Chaplin como killer superiora tampoco tiene precio.


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