31 enero 2012
'Pequeñas mentiras sin importancia' (2010): fresco veraniego con claroscuros
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE
CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8
Se nota que los franceses inventaron el realismo. Desde
entonces, el grueso de sus creaciones artísticas está atravesado por ese halo
de verosimilitud, henchido de la paciencia y las dotes de observación de quien saca
el caballete y se pone a pintar al aire libre (bueno, ellos dicen plein air, pero ya está bien de hacerles
la pelota).
Sirva este preámbulo para saludar el nuevo y palpitante
pedazo de realidad extraído en las minas del cine galo, que si, por poner un
ejemplo, ya retrató con soberbia agudeza a los adolescentes de un aula de
secundaria (‘La clase’ / Entre les murs)
esta vez se luce con una notable disección de los que ya tienen treinta y muchos
y navegan de modo cimbreante entre el placer y el compromiso.
Filmada con tiento y frescura, la película ha sido traducida
al castellano como ‘Pequeñas mentiras sin importancia’, disipando
inevitablemente esa metáfora de los
petits mouchoirs, pequeños pañuelos que se ponen encima de las cosas para
fingir infantilmente que no existen. Nada que no hagan a diario los adultos,
tanto más cuando el ambiente vacacional relaja los vasos sanguíneos e invita a
limar asperezas y a gozar por decreto (cuántas neurosis no habrá provocado la felicidad obligatoria de veranos y fines
de semana).
Una fenomenal escena de madrugada en las calles de París,
siguiendo el final de juerga de Ludo (Jean Dujardin) da el punto de arranque a
la friolera de dos horas y media de metraje, seguramente recortables, pero más
que eficaces para introducirnos en la dramedia coral de este grupo de amigos,
que emprende unas vacaciones en la playa con más de un muerto en el armario.
Léase inesperadas tensiones sexuales (genial vodevil entre François Cluzet y
Benoît Magimel); abandono poco limpio de un amigo convalesciente (todo un
puñetazo en el ojo, ese rostro destrozado); o vidas sentimentales que agotan la
batería de los móviles y dejan perplejo a un sobresaliente Gilles Lellouche (convertido
en trovador barriobajero en los concurridos balcones de la ciudad de las
luces).
Quizá todo este surfeo de risas y amarguras termina
demasiado abruptamente, como si el director Guillaume Canet sintiera la
necesidad de dar una respuesta moral a tantos cabos sueltos, con una lamentación
colectiva por la fugacidad de las cosas. Lo cantaba Amaral:
“no quedan días de verano para pedirte perdón”.
27 enero 2012
‘El monje’: el diablo acecha en Santes Creus
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Tiene su gracia que los primeros personajes de la literatura
gótica europea hayan recalado en Aiguamúrcia (Alt Camp), pequeño remanso del sur
de Catalunya donde se alza el monasterio de Santes Creus. El bello y fotogénico
cenobio cisterciense es el telón de fondo escogido para revivir cinematográficamente
la neurótica España de la Inquisición, almenos tal como la imaginó un romántico
inglés a fecha de 1796, cuando ya rodaban cabezas más allá del canal de la
Mancha.
Lo cierto es que el laureado Matthew Gregory Lewis puede
estar bien tranquilo desde su tumba: el director Dominik Moll, al frente de esta
coproducción francoespañola, nos ha ahorrado pirotecnias autorales para filmar
sencillamente una obra de intriga de aires medievales, con todo el clasicismo y
la parsimonia de aquellas novelas que ciertos jóvenes ochocentistas debían de
leer en los cementerios a la luz de la luna mientras planeaban algún suicidio
creativo antes del amanecer.
El inmenso Vincent Cassel se apodera con mucho de la
función, metiéndose en los hábitos trémulos del monje Ambrosio, ese hombre de
Dios que sufre las tentaciones de la carne desde su confinamiento capuchino. La
sola cara del actor francés, que ya nos turbó en ‘Cisne negro’ o ‘Promesas del
este’, debería ser esculpida al lado de la Torre Eiffel: parafraseando al Rey
Sol, puede y debe decirse que la película es
él. Si bien es cierto que le acompañan presencias no menos inquietantes,
como el hombre de la máscara, misterioso visitante que pide asilo en el
monasterio y que nos deja algunos de los mejores planos, oníricos y hermosamente
siniestros: ahí está atisbando por la
ventana, identificándose fortuitamente con una escultura sin rostro o reuniéndose
con el monje en un claustro convertido en nuevo Edén del pecado y la confusión de los sentidos. Luego, la identidad del viajante enmascarado nos brindará una de las vueltas de tuerca sin
duda más sugestivas de la película.
Tan esquemática y académica como oscura y absorbente, magnetizada
por su atormentado protagonista, ‘El monje’ nos conduce por la pendiente del
envilecimiento, hasta llegar al poderoso clímax en el que el ángel ha mudado inexorablemente
en demonio mientras sus compañeros desfilan en procesión por las barrocas
escaleras de la catedral de Girona (otro escenario catalán con aptitudes
hoollywoodienses). Vale la pena, en fin, reecontrarse con el viejo gozo de una
producción bien manufacturada, con pocas ganas de revolucionar el séptimo arte
más allá de sus hechuras tersas y profesionales. Y ver a Geraldine Chaplin como
killer superiora tampoco tiene
precio.
24 enero 2012
‘Los descendientes’: drama en bañador
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 6,5
¿El Oscar para George Clooney? No, por favor. En serio, no
es nada personal. No vamos aquí a poner en tela de juicio las innegables
virtudes actorales del Homo Nespresso.
Pero algunos somos incapaces de ver ese presunto genio dramático que se oculta
tras las perfectas hechuras del sucesor de Cary Grant. Sé que muchos me pueden
correr a gorrazos por lo que voy a decir, pero Clooney es a la interpretación
lo que el Ken de Mattel a la industria del juguete: seductor, eficaz y pagado
de sí mismo, pero vacío de carisma. Insuperable plástico brillante.
Concluído este desahogo, ahora ya sin filias ni fobias de
por medio, podemos y debemos constatar que ‘Los descendientes’ es un drama
cálido y honesto. La historia de un terrateniente hawaiano (Clooney) que
intenta rehacer su vida tras un terrible suceso familiar está hilvanada con con
muchas costuras tópicas, pero con pocas trampas. Por decirlo así, nos dejamos
embaucar a placer y con naturalidad por los aires polinesios de un relato trágico
que tiene el sano descaro de presentarse en bañador y camisas floreadas. La
banda sonora, con sus melifluos ukeleles, vive James Cook que nos ayuda.
Al fin y al cabo, nuestras derrotas cotidianas raramente se
visten de traje, más bien tienen esa banalidad veraniega de la reunión de propietarios
de ‘Los descendientes’, donde los socios, perfectas encarnaciones del
capitalismo en bambas y de la filosofía casual
day, deben decidir el destino de la última tierra virgen que poseen en la
isla. Qué hacer con nuestro legado ancestral. Cómo responder a lo que nuestros
mayores nos confiaron. Qué testigo pasar a nuestros descendientes. De eso habla
la película bajo un apacible sol de Hawái que, como el protagonista se ocupa de
aclarar, dista mucho de ser el paraíso vendido por los turoperadores.
En su afán desmitificador, el director Alexander Payne nos
reserva un giro de guion que convertirá el drama familiar en una suerte de
expedición cómica, con una convincente Shailene Woodley como hija adolescente
que aparca la rebeldía y acepta ser cómplice de su desesperado progenitor, para
más tarde volver todos a la Ítaca del duelo y a la máxima impepinable de que la
vida, a pesar de todo, sigue.
20 enero 2012
EL HOMBRE DOLIENTE
Viktor Frankl
El hombre
doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia
EL MÉDICO NO DEBE FILOSOFAR, SINO OPERAR
“Cuanto
más se entregue el médico a su labor, será mejor instrumento de la gracia, más
obrará la providencia a través de él”
No debemos preocuparnos del efecto, sino de la intención. La
intención es nuestra; el efecto es de Dios. Apenas cabe prever el efecto que su
providencia dará a nuestra intención. Cada cual debe cumplir su deber según su
leal saber y entender: es lo único que procede. Es un error empeñarse en
escrutar la providencia.
Cuando un médico receta u opera, no debe pensar ni en la
gracia ni en la providencia, no debe preguntar si es instrumento de la gracia y
si está al servicio de la providencia, sino que se ha de concentrar en la
receta y en la operación. Cuanto más se entregue a su labor, será mejor
instrumento de la gracia, más obrará la providencia a través de él” (1949).
RELIGIÓN Y CONFESIÓN SE NECESITAN
“La sangre sin venas se derrama; las venas sin
sangre se esclerotizan”
El entusiasmo religioso tiende a perderse en lo nebuloso, a
diluirse en lo vago, a desvanecerse en lo indefinido (…). La tradición
confesional se ve amenazada, a la inversa, por la rigidez y el agotamiento
cuando pierde pulso existencial (…): La sangre sin venas se derrama; las venas
sin sangre se esclerotizan (1949).
LA ORACIÓN
“La oración es el único acto que hace presente
a Dios como un tú, y no hay que menospreciar que la desgracia enseñe a rezar:
las ruinas hacen levantar la mirada al cielo”
¿Quién es capaz de respetar a Dios como un tú? La oración:
es el único acto del espíritu humano que puede hacer presente a Dios como un
tú. La oración presentiza, concreta y personifica a Dios como un tú. Tal es el aporte
de la oración en su sentido más amplio, que no incluye sólo la plegaria sin
sonido, sino incluso sin palabras: como hay canciones sin palabras, hay también
oraciones sin palabras, y como aquéllas son las más hermosas, éstas pueden ser
las más religiosas.
Por lo demás, no hay por qué menospreciar el hecho de que “la
desgracia enseñe a rezar” (…). Yo prefiero la religión que se profesa cuando a
uno le van mal las cosas (en los Estados Unidos se llama la ‘Fox Hole Religion’)
a la religión que sólo se profesa cuando le va bien (yo la llamaría ‘Business
Men Religion’). Como ocurre tantas veces, las ruinas hacen levantar la mirada
al cielo (1949).
DEFINICIÓN DE POLÍTICA
“La política ya no es la medicina, sino la
psiquiatría a gran escala”
El patólogo alemán Virchow formuló esta frase: “La política
no es sino la medicina a gran escala”. El espectáculo político de nuestra época
aconseja variar la frase: la política es psiquiatría a gran escala (1949).
LA PERSONA TRAS LA PSIQUE
“Si la persona no queda intacta en la ruina
psicofísica, ¿a quién puede ir dirigido el psiquiatra? ‘No te dejo hasta que
llegues a ser tú mismo’”
Si detrás del desarreglo psicótico no estuviera la persona,
aunque condenada a la impotencia expresiva e instrumental, si el elemento
psicofísico, además de trastornos a la persona, pudiese destruirla, no valdría
la pena ser psiquiatra. En efecto, si la persona no queda intacta en la ruina
psicofísica, si es ella la afectada por la enfermedad, ¿a quién puede ir
dirigida nuestra acción médica? Sólo vale la pena ser psiquiatra mientras
podamos serlo, no para el organismo psicofísico, sino para la persona que
aguarda a ser liberada, a que nosotros la ayudemos a superar el obstáculo
psicofísico (…). Quizá sea éste el santo y seña de toda psicoterapia: “no te
dejo hasta que llegues a ser tú mismo” (1949).
CONTRA EL PSICOLOGISMO
“Para el psicologismo, Bernardette es una
histérica, Mahoma un epiléptico y Jesús un paranoico”
El método del psicologismo se caracteriza por una
proyección: el psicologismo proyecta todo fenómeno desde el “espacio”
espiritual al “plano” de lo psíquico (…): las visiones de una Bernardette no
difieren ya de las alucinaciones de una apacible histérica, y tanto Mahoma como
Dostoievski aparecen confundidos con los otros epilépticos (…). Binnet hizo el
siguiente diagnóstico de Jesús: “paranoia con crisis hebefrénica juvenil”
(1949).
TODOS SOMOS ADOPTIVOS
“En realidad el padre no es
progenitor (Zeuger), sino testigo (Zeuge) de ese milagro siempre nuevo de
cada hominización”
Cabe afirmar, en suma, que el niño es «carne
de la carne» de sus padres, mas no espíritu de su espíritu. Es hijo «corporal»
en el sentido más propio del término: el sentido fisiológico; en sentido
metafísico, todo niño es hijo adoptivo. Lo adoptamos en el mundo, en el ser. En rigor, el padre de un niño no ha engendrado al niño, no es su
«progenitor» (Zeuger); en realidad es sólo esto: testigo (Zeuge), testigo de
ese milagro siempre nuevo que es en definitiva cada hominización. En realidad
no engendramos a un ser humano; sólo damos testimonio de ese milagro; la
existencia personal, como espiritual que es, no se puede engendrar, sino sólo
posibilitar. Ella debe realizarse a sí misma en la autorrealización espiritual.
(1949)
EL RÍO DE LA VIDA
“Se habla del río del tiempo,
pero sólo se considera la erosión y se olvida la sedimentación; lo acontecido
corre hacia la historia”
(…) problema de la caducidad: el tiempo pasa, el tiempo fluye, se
dice. Se habla también metafóricamente del «río del tiempo» y entonces
imaginamos que el tiempo corre desde el futuro, atravesando el presente, hacia
el pasado. Pero la mayoría de las personas sufren aquí dos ilusiones: Primero, sólo se suele considerar que ese «río» se excava su
propio lecho y, a la postre, cava nuestra tumba; se ve sólo ese modo de
fluencia que los geólogos llaman erosión. Es corriente hablar del «diente
roedor del tiempo». Y se olvida que el río del tiempo no sólo erosiona, sino
que también acumula; lo acontecido y lo creado siguen enriqueciéndose en el
pasado; en él se sedimenta lo que fue; en el seno del pasado, lo que fue hunde
sus raíces en el suelo y allí perdura. El tiempo pasa, pero lo acontecido corre
hacia la historia. Nada de lo que fue puede dejar de haber sido, nada de lo
creado o producido se puede erradicar del mundo. Nada se ha perdido
irremediablemente en el pasado: todo está guardado imperecederamente en él. Para
decirlo de nuevo en terminología geológica: vivimos en un perpetuo aluvión.
(1949)
FÍSICA Y MILAGRO
“No es probable que hoy caiga
una teja sobre mi cabeza; sólo un neurótico cuenta con ello; pues bien, también
es posible, aunque mucho menos probable, que una teja se eleve verticalmente;
ni siquiera un neurótico lo tiene en cuenta, pero el físico moderno sí lo
considera”
¿Hasta qué punto es verdad que el milagro
requiere ciertos supuestos naturales? ¿No ocurre a la inversa: que el milagro
empieza justamente cuando no presupone la naturaleza, sino que ésta queda
descartada? No; la física moderna ha enseñado que todo es posible en principio:
en esta nueva perspectiva, la ley de causalidad sólo vale en grandes
cantidades, sólo es válida «a bulto». Entendámoslo correctamente: todo es
posible, pero no todo es probable. También lo improbable está «dentro del
orden» y en modo alguno se contradice con las leyes naturales. Sin duda, no es
probable que hoy, después de abandonar el aula y de regreso a casa, caiga una
teja sobre mi cabeza; sólo un neurótico de angustia cuenta con esta improbabilidad;
pero en principio la contingencia es posible. Pues bien, también es posible en
teoría, aunque mucho menos probable, que una teja, en lugar de caer, se eleve
verticalmente. Esto es tan improbable que ni siquiera un neurótico de angustia
lo tiene en cuenta; pero el físico moderno sí lo considera. (1949)
LOS MALES FILOSÓFICOS
“Al médico se le plantean hoy
cuestiones filosóficas, porque si no, difiere del veterinario en una sola cosa:
la clientela”
Al médico se le plantean hoy algunas
cuestiones que no son de naturaleza médica, sino filosófica, y para las que
apenas está preparado. Los pacientes acuden al psiquiatra porque dudan del
sentido de su vida o desesperan de poder encontrarlo. Habría que seguir el
consejo kantiano de aplicar la filosofía como una medicina. Si esa medicina
causa repugnancia, cabe sospechar que es por el miedo a afrontar el propio
vacío existencial. Es obvio que se puede ser médico sin apuntarse
a tales ideas; pero en ese caso habría que recordar lo que dijo Paul Dubois en
una circunstancia análoga: el médico difiere entonces del veterinario en una
sola cosa: en la clientela. (1971)
EL PSICOANÁLISIS, COMO LA MITOLOGÍA
INDIA
“Freud despersonaliza al hombre
y mitologiza a sus partes: el ello, el yo y el superyó parecen implicados en
extraños fraudes y alianzas”
(…) somete la unidad y la totalidad del hombre a
una despersonalización, al tiempo que se hipostasian las partes de ese todo e
incluso se mitologizan. Por eso J.H. Masserman declara que la mitología
psicodinámica no le va en zaga en fantasía a la mitología india: «Después de
presentar estas figuras dramáticas, Freud abordó en sus primeros escritos el
ello, el yo y el super yo como si estuvieran implicados en extraños fraudes, en
alianzas subversivas, en desesperadas resistencias y en pírricas victorias,
combates de una viveza y fantasía como sólo cabe encontrar en la mitología
india, en la leyenda homérica o en la saga nórdica. (1960)
EL CALEIDOSCOPISMO
“A través del caleidoscopio se
ve siempre lo mismo, contrariamente al prismático; el hombre se limita a
diseñar su mundo y se ve sólo a sí mismo”
¿En qué consiste la esencia de la
caleidoscopia? A través del caleidoscopio se ve siempre lo mismo, contrariamente
al prismático o al telescopio, que nos permite contemplar piezas teatrales o
astros. El conocimiento humano se interpreta según el modelo del caleidoscopio
cuando el hombre, en el marco de la imagen que el caleidoscopismo se hace de su
conocimiento, aparece como alguien que se limita a «diseñar» su «mundo», es
decir, como alguien que en todos sus «diseños de mundo» se expresa siempre a sí
mismo, y a través de ese «mundo» se ve sólo a sí mismo, al diseñador (…).
¿No es cierto que sólo aquello que es
transparente permite ver algo más que su propia realidad? Sólo en la medida en
que yo me retraigo, en la medida en que niego mi propio ser, se me hace visible
algo que es más que yo mismo. Esa autonegación es el precio que debo pagar por
el conocimiento del mundo, el precio que me permite alcanzar el conocimiento
del ser, un conocimiento que será algo más que la expresión de mi propio ser.
En suma: yo debo
pasarme por alto a mí mismo. (1960)
¿HUMILLACIÓN COPERNICANA?
“La dignidad humana no se
resiente lo más mínimo por el hecho de que el hombre no sea el centro del
universo, como tampoco la obra de Freud desmerece por el hecho de que el autor
no viviera en el centro de Viena sino en su distrito 9”
Una de las afirmaciones de Freud más citadas
es la de que el «narcisismo» de la humanidad ha sufrido en tres ocasiones un
rudo golpe: la primera vez con la doctrina de Copérnico, la segunda con la
teoría de Darwin y la tercera con la doctrina del propio Freud. Quizás esto sea
válido por lo que hace al tercero de estos golpes, pero no se comprende muy
bien por qué el conocimiento de la ubicación y el origen de la humanidad había
de producir un traumatismo; la dignidad de la humanidad no se resiente lo más
mínimo por el hecho de que el hombre habite la Tierra, planeta del sistema
solar, y no sea el punto central del universo; esto no atenta en absoluto
contra la dignidad de la humanidad, como tampoco la obra de Freud desmerece por
el hecho de que su autor no pasara la mayor parte de su vida en el centro de
Viena, sino en su distrito 9; es evidente que la dignidad de un ser humano o de
la humanidad reside en un plano diferente a la localización espacial. Se trata,
en suma, de una confusión de diversas dimensiones del ser, de un olvido de las
diferencias ontológicas. (1961)
EL DEPORTE COMO ASCÉTICA
“El deporte no es la catarsis
moderna, sino una ascética secular: el hombre tiende a crear la tensión que la
sociedad le niega”
El hombre tiende a crear artificialmente la tensión que la
sociedad le niega: se procura él mismo la tensión que necesita. Y lo hace
exigiéndose algo a sí mismo: fuerza su rendimiento... incluso el «rendimiento»
de la renuncia. Y en medio del bienestar, comienza a privarse de algo
libremente: crea de modo artificial y deliberado ciertas situaciones de
penuria. Y comienza, en medio de la sociedad de la abundancia, a levantar
«islotes de ascética», y aquí veo yo la función del deporte: el deporte no es
la catarsis moderna, sino que es la ascética moderna. Incluso cuando el hombre
es más bien espectador y hace deporte pasivamente, busca la tensión.
Pero el hombre no se limita a crear una
penuria artificial, sino que inventa necesidades artificiales: en una época en
la que apenas se ve obligado a andar —se desplaza en coche— y apenas tiene que
subir —utiliza el ascensor—, le da por escalar montañas. Para él, para el «mono
desnudo», según el título de un bestseller, la necesidad no consiste ya en
trepar a los árboles; entonces le da por escalar paredes rocosas.
(…) en el deporte
competitivo bien entendido, el hombre rivaliza en definitiva consigo mismo; es
su propio concurrente. Y se puede demostrar que sólo cuando adopta esta actitud
alcanza el máximo de rendimiento. A la inversa, un exceso de intención (la
«hiperintención», como se dice en logoterapia) lleva al agarrotamiento, como un
exceso de autoobservación (la «hiperreflexión») lleva a la inhibición (…) cuanto más se ansia la victoria, más se escapa ésta de las
manos. Aun en la lucha competitiva, en el deporte de la lucha, la mejor
motivación podría ser que uno quiera medirse con otro, pero sin intentar
directamente vencerle. Cuanto más atento está el luchador a vencer al otro, más
se agarrota, en lugar de estar relajado. (1972)
LA NEUROSIS DEL PARADO
“Cuando lograba integrar un
joven en un empleo útil, la depresión cedía; no es el paro el que lleva a la
neurosis, sino la conciencia de falta de sentido”
Mi hipótesis fue que esta depresión se debía a
una doble falta de identificación: el parado tiende, en efecto, a argumentar
así: «Estoy parado, luego soy inútil, luego mi vida no tiene sentido.» Esta
interpretación se vio reforzada por algunas circunstancias: cuando yo lograba
integrar a un joven parado en un empleo no remunerado, pero útil a la sociedad
(una organización juvenil, una universidad popular, una biblioteca pública), la
depresión cedía de modo notable, aunque el estómago siguiera protestando como
antes, pues hay que tener en cuenta que en los años treinta el paro significaba
aún hambre. Se constató, pues, que no es el paro en sí lo que lleva a la
neurosis, sino más bien la conciencia de falta de sentido de la vida, y ésta no
se remedia simplemente con la red de seguridad social del Estado: esa red tiene
mallas demasiado anchas. El hombre no vive sólo de la ayuda al desempleo. (1984)
EL ALMA Y EL MICROSCOPIO
"Lo anímico no puede encontrarse mediante el microscopio, pero
que es un presupuesto para trabajar con el microscopio”
Se nos puede objetar, en efecto, que no es
razonable creer en algo invisible; lo obligado sería más bien no creer en lo
que no se puede ver. La verdad es que lo invisible, por el hecho de serlo, no
tiene por qué ser irreal. Intentare comentarles esto al hilo de un diálogo que
sostuve en cierta ocasión: un joven me preguntó qué hay de la realidad del
«alma», siendo ésta totalmente invisible. Yo le confirmé que no era posible ver
un alma mediante una disección ni mediante exploración microscópica; pero le
pregunté por qué razón iba a exigir esa disección o exploración microscópica.
El joven me contestó que por amor a la verdad, por interés científico en la
búsqueda de la verdad. Entonces le llevé al terreno que yo quería; sólo
necesité preguntarle si el «amor a la verdad», etcétera, era algo anímico y,
sobre todo, si él creía que lo anímico y cosas como el «amor a la verdad»
podían hacerse visibles por la vía microscópica. El joven comprendió que lo
invisible, lo anímico, no puede encontrarse mediante el microscopio, pero que
es un presupuesto para trabajar con el microscopio. (1949)
LA PARADOJA DEL CEREBRO
“El órgano de la sensación del
dolor es insensible al dolor”
(…)
los órganos internos no son generalmente sensibles al dolor (es
impresionante observar, por ejemplo, en la operación del lóbulo parietal del
cerebro, que es el lugar cortical de la algesia, cómo este lóbulo es inmune al
dolor; es decir que el «órgano de la sensación de dolor» es insensible al
dolor). (1949)
AÚN ES SÁBADO
“En el séptimo día, Dios puso
las manos sobre su regazo y desde entonces toca al hombre la responsabilidad de
lo que hace de sí mismo”
(…)
si el Génesis dice que el hombre fue formado en el sexto día de
la creación y que Dios descansó en el séptimo día, podemos afirmar que Dios, en
este séptimo día, puso las manos en su regazo y desde entonces toca al hombre
la responsabilidad de lo que hace de sí mismo. Dios aguarda y mira cómo el
hombre realiza creadoramente las posibilidades recibidas. Aún no están agotadas
estas posibilidades. Aún aguarda Dios, aún descansa, aún es sábado: sábado
permanente. (1949)
NO EXISTE LA SEDE DEL ALMA
“La idea de la ‘sede del alma’
parece absurda, igual que nadie pensará que la lámpara es la sede de la luz”
(…) la idea de una «sede del alma» parece
absurda. Klages previene en este punto contra una «consideración supersticiosa
del cerebro» y afirma con razón que la tarea del investigador «no es la
búsqueda de una sede del alma, sino de las condiciones cerebrales para los
procesos y fenómenos psíquicos». Y aduce este acertado símil: «Una lámpara
eléctrica ilumina la habitación. Alguien quita el fusible y la luz se apaga.
Nadie pensará que el lugar del fusible era propiamente la sede de la luz.» Hoff
dice algo parecido (1. c, p. 233): «Todos saben que un coche cuya bujía no
funciona, no puede marchar. Pero nadie afirmará que la bujía impulsa el coche.» (1949)
EL PIANO, METÁFORA HUMANISTA
“El hombre se relaciona con su
organismo como el músico con el instrumento; ¿quién osará afirmar que el arte
del pianista se debe al piano afinado?”
La persona se relaciona con su organismo como
el músico con el «instrumento». Una sonata no puede ejecutarse sin piano ni sin
pianista (…). Ni el mejor pianista puede tocar bien en un piano desafinado
(símil de la enfermedad). Entonces se llama al afinador (intervención del
médico) y éste afina el piano (símil del tratamiento). ¿Quién osará afirmar que
el arte del pianista se debe al piano afinado? El piano afinado no es capaz ni
siquiera de suplir los defectos del mal pianista. (1949)
Viktor Frankl
El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia
Etiquetes de comentaris:
filosofía,
psicología,
Viktor Frankl
18 enero 2012
Deseamos el deseo de otros
MANUEL
RODRÍGUEZ RIVERO EL PAÍS
Madame Bovary
somos todos. Nos lo reveló de modo brillante René Girard, cuando afirmaba que
los deseos del personaje de Flaubert son los de las heroínas románticas que
amueblan su imaginación de aburrida burguesa provinciana. En Mentira romántica y
verdad novelesca (1961) argumentaba que nuestro deseo es imitación del deseo de otro, que
nadie desea autónomamente, y que sólo los grandes novelistas consiguen deshacer
el malentendido, colocando al mediador (es decir al modelo) en el lugar del
objeto deseado. Porque, en realidad, nuestro impulso hacia el objeto
desenmascara nuestra atracción hacia quien lo posee, con quien queremos
identificarnos. El fundamento de toda la publicidad basada en el aval de un
famoso es de índole fetichista: en el fondo, no está muy lejos de la creencia
que alienta en el antropófago que espera adquirir las cualidades del enemigo
devorando su corazón. Deseamos lo que ha deseado (y ya tiene) alguien a quien
atribuimos prestigio o autoridad, y a quien queremos parecernos. Por eso Nadal
vende calzoncillos de Armani; Clooney, café encapsulado, Kate Moss y Penélope
Cruz, fragancias de lujo (…). LEER ARTÍCULO COMPLETO
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO ARTÍCULO ‘EL
LIBRO DEL IMPUTADO EN ‘EL PAÍS’, 18/01/2012
FOTO: IMAGEN DE NESPRESSO
FOTO: IMAGEN DE NESPRESSO
Etiquetes de comentaris:
literatura,
psicología,
publicidad y media,
sociología
17 enero 2012
La auténtica ‘dama de hierro’ es Meryl Streep
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE
CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5
(para la película) / 10 (para Meryl Streep)
Es sobrehumana. Poco se puede añadir a lo que ya constatan
legiones de críticos y espectadores, y esperemos que también el Tío Óscar, si
tiene dos dedos de frente en su fría anatomía dorada. Quien escribe esto es
poco propenso a la mitomanía, y no tendría un zapato de Marilyn Monroe en el
armario ni aunque se lo regalasen, pero no hay que temblar a la hora de
escribir que no. Que esta mujer no es de este mundo.
No me refiero a Marilyn, claro está, sino a otra rubia mucho
más severa y contemporánea, Mary Louise Streep, 62 años, que nos acaba de
demostrar hasta que punto los (grandes) intérpretes son capaces de levantar una
película, cual los marines alzando la bandera americana en Iwo Jima. La prueba
del algodón es ‘La dama de hierro’, más que una biografía, un power point amable y superficial por la
vida y milagros de Margaret Thatcher, un telefilm correcto que redime todos sus pecados y su poca
ambición gracias a una actriz literalmente transmutada en aquella primera
ministra que se aparecía en las pesadillas de los sindicalistas.
Dicho esto, hay que ser amigos de Meryl pero más amigos de
la verdad, y reconocer a la vez la extraordinaria labor de maquillaje y
caracterización, que consigue mostrar por ejemplo a una Thatcher octogenaria increíblemente
creíble –valga el oxímoron redundante-, cuando ésta evoca las diapositivas del pasado
en su laberinto doméstico y senil, resucitando a su marido Dennis (Jim
Broadbent) como compañero imaginario de sus gloriosas penas. Para bien o para mal,
las escenas del matrimonio se llevan el gato al agua: la despedida del fantasma, ese hombre entrañable y charlatán que
siempre ha vivido a la sombra de la lideresa, puede irritar sensiblemente los
lagrimales.
El consejo es dejarse hipnotizar por las alturas
interpretativas de la Streep y no mirar abajo: no mirar el relato
vergonzosamente pueril de su carrera política, no mirar a esa torticera operación
donde se nos quiere colar a la influyente paladina neoliberal como una feminista
mesiánica, que los tiene bien puestos
(curiosa vindicación del machismo en clave mujeril) frente a los hombres
blandos, los pacifistas, los pactistas, los laboristas arrabaleros y otras
hierbas. Una Thatcher que –por cierto- fue agente decisivo en la caída del
comunismo, que –por cierto- puso los europeos al borde de un ataque de nervios
con su indomable soberanismo, y así un largo etcétera de vertientes del
personaje que la película de Pyllida Lloyd no quiere o no puede abordar con
seriedad. Al fin y al cabo se trata de hacerle la ola a Meryl Streep, y en eso,
no sé si lo he dicho ya, pero nos ponemos en primera fila.
‘Drive’: buen thriller para dormir
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5,5
Confirmado: soy un espectador con déficit de atención. Sólo
así puede entenderse que me haya aburrido hasta el extremo del coma cinetílico (variante de la
narcolepsia que sobreviene en las salas de cine) viendo una película
presuntamente tan buena y electrizante, tan acreditada en los salones de la
opinión publicada y avalada por las agencias de rating de la crítica como ‘Drive’, de Nicolas Winding.
Lo peor es cuando prometen. Enseñan la puntita y te imaginas
todo un mundo de entretenimiento vibrante en los siguientes 100 minutos de tu
vida. Por ejemplo, en el caso de este thriller negro, el conductor protagonista a quien da
vida Ryan Gosling (el inolvidable judío-nazi atormentado de ‘El creyente’) se
marca un prólogo de aúpa, huyendo de la policía con pericia torera hasta
camuflarse entre el gentío como el más curtido de los chóferes de la mafia.
Pero a partir de aquí, parece que alguien saca una aguja y
revienta el globo: la acción se torna fláccida y parsimoniosa. Asistimos con
desgana al idilio del joven criminal con su nueva y cándida vecina rubia (Carey
Mulligan), a quien deberá ocultar –canon obliga- su verdadera identidad
facinerosa, mientras los clanes mafiosos urden conspiraciones en la oscuridad
de la noche y se nos avecinan brotes violentos al más salvaje estilo Tarantino.
Vale, con un flexo en la cara estoy dispuesto a reconocer
que es una buena película. Pero por favor, que nunca me obliguen a verla una
segunda vez (si no me suministran antes un chute de Red Bull en vena).
09 enero 2012
La Navidad inventada de Dickens
Ada
Castells
“Dickens se inventó esa Navidad blanca,
familiar, que poco tiene que ver con la de Jesús, nacido en una de las zonas
más calientes del planeta (…) Paradojas de la historia: su deseo de denunciar
las diferencias entre ricos y pobres durante la Revolución Industrial ahora es
cebo sentimental para animar el consumo”
Afirmar que Dickens se inventó la Navidad no es ninguna
exageración. De hecho, nos ampara el título del estudio de Les Standiford, ‘The
man who invented Christmas’, pero quizás tendremos que matizar. Dijéramos que
Dickens se inventó esa Navidad blanca, familiar, acogedora, con árbol y
chimenea, que poco tiene que ver con la de Jesús de Nazaret, nacido en una de
las zonas más calientes del planeta. Es gracias al trabajo contrareloj de un
escritor con intenciones moralizantes, que ahora ponemos al niño Jesús en medio
de la nieve, una transgresión climática fruto de las reiteradas nevadas que
cayeron en la Inglaterra victoriana. Concretamente Dickens se inventó lo que el
marketing ha resumido como el lema de el Espíritu de la Navidad. Paradojas de
la historia: su deseo de denunciar las diferencias entre ricos y pobres durante
la Revolución Industrial ahora es cebo sentimental para animar el consumo.
En 1843, Dickens escribió ‘Cuento de Navidad’, el primero de
una serie de relatos que debía entregar anualmente durante estas fechas con la
autoconfesada intención de “despertar ancestrales sentimientos de amor”. En su
cuento más célebre, el protagonista es el amargadp Ebenezer Scrooge, a quien se
le van apareciendo los tres espíritus del pasado, presente y futuro, con la
clara intención de que acabe entendiendo de una santa vez que, si consigue
cambiar su manera de ser, su destino mejorará. Tenemos los elementos marca de
la casa: crítica a las desigualdades económicas, niños desamparados, llamada a
la compasión, y un buen mensaje moral, todo servido con un punto de humor y
mucha sensibilidad (…). No en vano la prensa británica hablaba estos días de
las navidades dickensianas, refiriéndose a la crisis. Desgraciadamente, los
despropósitos egoístas de su eterno personaje Míster Scrooge resultan muy
actuales.
Ada Castells
Artículo
‘El espíritu navideño’ en el suplemento Cultura/s de ‘La Vanguardia’,
21/12/2011 Foto: película de 'Cuento de Navidad' de Robert Zemeckis
Etiquetes de comentaris:
estética,
literatura,
sociología
08 enero 2012
‘Sherlock Holmes 2’: a los pies de Sherly
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8
Parecía difícil igualar la carga de
adrenalina de la primera entrega, que nos descubrió un Sherlock Holmes playboy y socarrón, de lengua viperina,
acerada inteligencia e irresistibles dotes para la acción. Algo así como un
cruce feliz entre House, James Bond y el agente Hunt de Misión Imposible. Parecía
difícil seguir a la altura de esa brillante frivolidad, gozosamente sacrílega
para con las fuentes literarias (a Conan Doyle aún le dura el jamacuco en la
tumba). Pero ellos lo han logrado.
Ellos son, por supuesto, Guy Ritchie y
Robert Downey Junior. Al director le corresponde el honor de habernos
electrizado nuevamente con un guion de hierro, unos diálogos crepitantes y esa fenomenal
fotografía de una Europa glam, videoclipera
y a mucha honra, donde la estética ochocentista y la posmoderna lucen una
sorprendente aleación. El pelirrojo ex de Madonna ya se ha ganado un nicho en
la modesta historia del espectáculo.
Y en cuanto a Downey Junior, lo propio
sería levantar las manos del teclado y aplaudir. Desconocemos si las idas y
venidas al mundo toxicológico tendrán amorales efectos inspiradores, el caso es
que el actor neoyorquino se supera a sí mismo ya no interpretando, sino convirtiéndose
física y psíquicamente en ese Sherly
Holmes (evoca sin querer a Indy
Jones), un detective-espectáculo más canalla y travesti que nunca, con escenas
directas a la antología: véase su momento de transformismo en el vagón del
tren, sus desternillantes lances homoeróticos con el doctor Watson (Jude Law),
los experimentos selváticos en el piso o una soberbia autoreivindicación final
del personaje que no desvelaremos.
¡Ah! Y no hemos hablado de la vibrante
banda sonora, ni de la madera cómica de los nuevos secundarios, ni de las
vacilonas ralentizaciones en la persecución del bosque, ni de la hilarante
resaca de Watson, ni de la hiperbólica partida de ajedrez del siniestro
profesor Moriarty (Jared Harris), ni de las ganas irresistibles de ver la
tercera entrega que sobrevienen en el minuto 129, justo antes de los créditos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)