29 abril 2007

'La vida de los otros': fábula formidable


1 LA VIDA DE LOS OTROS

Película genial e inolvidable sobre el conflicto entre libertad y opresión. Aquí nos cuentan la historia de un escritor y su amante, vigilados por un monstruo de la Stasi -la policía secreta de la Alemania comunista-, quien, a través de las escuchas, acabará entrando en la vida de la pareja. Sobre este planteamiento, ya sugestivo, se edifican unas interpretaciones soberbias y un guión más colosal si cabe, de maestría realista y emocionante crescendo trágico.

Obra maestra sin paliativos, donde un domicilio privado de la RDA deviene un retrato universal: el hombre contra el hombre, la dominación y la compasión en letras mayúsculas.

Barcelona o en busca de la modernidad perdida


CARLES GUERRA

“Con la Guerra Civil, el reloj se detuvo y Barcelona quedó asociada a una modernidad a destiempo, ambigua y contradictoria, cercana a Viena”

Barcelona quería ser París. Las pinturas de Picasso lo prueban. La atmósfera de Els Quatre Gats y la del Moulin de la Galette se hace indiscernible. Los mismos tonos, la misma densidad existencial. La diferencia sólo se ve en las carteras. Pero la realidad no alcanzaba a ser simétrica. Si bien Els Quatre Gats se inspiraba eb Le Chat Noir, el Molino del Paralelo en el Moulin de la Galette y Montjuïc se contemplaba como trasunto de Montmartre, Barcelona quedó lejos de convertirse en una capital europea. Ya entonces tuvo que conformarse con una versión ‘low cost’.

La ansiedad por alcanzar la modernidad es lo que, a fin de cuentas, hará de Barcelona una ciudad moderna. Igual que en el argumento de una película de suspense, la exposición [‘Barcelona and Modernity’, Nueva York] empieza con falsas impresiones y acaba trágicamente. La primera sala es un homenaje a París –ciudad en la que Barcelona se refleja una y otra vez- y la úlima, que contiene obras muy representativas de las vanguardias, marca el corte dramático que supuso la Guerra Civil.

La conclusión es que Catalunya, con su capital al frente, fue apartada de su destino histórico. El reloj se detuvo y Barcelona quedó asociada a una modernidad a destiempo, ambigua y contradictoria. En este punto Barcelona está más cerca de Viena que de París. Lo consecuente, entonces, sería sentarla en el diván.

“La Sagrada Familia expía los pecados del progreso; el pabellón de Mies van der Rohe y el de Sert son como fantasmas que flotan en el tiempo, destruidos, recuperados y reconstruidos”

Pero no. Las contradicciones se acumulan y Barcelona se aletarga en las curvas de su propio sueño. El templo de la Sagrada Familia es una obra dedicada a expiar los pecados del progreso (hoy, incluso, marca comercial de la ciudad, por dos veces reproducida a tamaño gigantesco en la exposición); el pabellón de Mies van der Rohe para la exposición de 1929 y el de Sert para la República Española en la exposición de París de 1937, hitos destacados en la secuencia de la muestra, son como fantasmas que flotan en el tiempo (destruidos, recuperados y reconstruidos a posteriori, sólo se inscriben en la memoria de lo que fue posible); Barcelona tan pronto es capital de un país con aspiraciones nacionalistas como sujeto estético y autónomo (desde la guerra en la antigua Yugoslavia los americanos asocian nacionalismo con separatismo y terrorismo).

En resumen, la narrativa expositiva lleva derecho a la idea de que Barcelona se vende mejor que Catalunya. La identidad estética y urbana es menos dañina que la nacional. Un argumento frente al cual la crítica de arte está desarmada. Como decía el crítico de ‘The New York Times’, “too many Picassos”. Sólo faltaba que Woody Allen incluyera a Sclarlett Johansson en la próxima película que rodará en Barcelona. Su rostro será como la última capa, confundida con esas jóvenes marmóreas de ojos cerrados, boca entreabierta y cabeza ladeada, la síntesis más real de una Barcelona ensimismada y que sueña despierta como en los bustos femeninos de Miquel Blay, arquetipo modernista.

CARLES GUERRA, “EL SUEÑO DE BARCELONA”, EN EL SUPLEMENTO ‘CULTURAS’ DE ‘LA VANGUARDIA’, 11/4/2007

Qué nos diferencia del ordenador

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’

"La inteligencia humana no es el eficaz dinamismo de una computadora, sino la costosa búsqueda de la libertad"

Cuando ya se presentía la tragedia que iba a abatirse sobre Europa, Husserl alertó a sus contemporáneos sobre el peligro de malentender las conquistas teóricas de la ciencia. Le preocupaba que la idealización matemático-geométrica de la realidad adquiriera una aparente autonomía que hiciera olvidar que su origen estaba en la experiencia subjetiva.

Al prescindir de su relación con el sujeto, que es la fuente originaria de todos los significados y de todos los modos válidos de la objetividad, la ciencia se incapacita para comprender su propio fundamento. Apartada del hombre, dotada de un poder cristalino e inmune, su aparente autosuficiencia impide valorar al azacaneado mundo de la vida humana, en el que las verdades se entremezclan con los valores.

La inteligencia humana no es el eficaz dinamismo de una computadora, sino la costosa búsqueda de la libertad por parte de un sujeto que sabe manejar información, pero que ha de hacerlo bregando contra la dificultad, el cansancio y las distracciones. No es la potencia computacional lo importante en la inteligencia, sino el control que el hombre ha conseguido sobre sus propias operaciones y que le ha permitido ampliar sus actividades, deslindar los campos sentimentales y noéticos, aspirar a la razón y aprender a ser autor de sí mismo. Prescindir de esta historia de triunfos y titubeos es rechazar la creación humana más transcendental.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993

18 abril 2007

Tristezas de azúcar

Algo chapoteaba en las charcas de afuera, y pensé que eras tú, que hoy era ayer y que toda la música del mediodía blanco volvía a hacer vericuetos por el césped. Pensé que las abejas habían vuelto, que las moras renacían en las zarzas antiguas.
Pero no era más que un ángel viejo y alicaído, estrellado en una tarde de tormenta. Mientras gime su ancianidad y se ahoga con las plumas rotas no puedo más que odiar la lluvia, el viento, el aire gris y la tormenta que ha hecho trizas todas las esperanzas.
Decidle que aquí estoy sin palabras verdaderas.
Amor, languideces en mis brazos y te apagas, no huyas por el aire nocturno. Me quedo a solas y pienso dónde andará tu tristeza de azúcar vagando por las paredes indiferentes.
Te dibujo día y noche, me despisto y ya estoy caracoleando tus ojos de coral: amor, me paso el día inventándote de nuevo.

JOAN PAU INAREJOS, ABRIL 2004

La presó
Pujo a les escales mecàniques de la parada Universitat i faig el recorregut de cada dia. Penso que la ciutat cada cop és més útil i econòmica. Però ens priva de moltes coses: el passeig, la tombarella, la pèrdua, l'atzar, la gratuïtat, l'oració silenciosa entre els arbres. La ciutat és una presó: mai podríem fugir-ne a peu.

JOAN PAU INAREJOS, 2003 (aprox)

17 abril 2007

"El niño nace esperando el lenguaje"

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’

“Ordeli demostró que cuando la madre comienza a decir algo, el niño deja de mamar”

Desde que nace, el niño está sensibilizado al lenguaje, y por ello, el habla del adulto, un sonido que no entiende, atrae su atención. Usando ampliamente las licencias poéticas me atreveré a decir que el lenguaje resuena en él como la ausente voz de su propia conciencia. Ordeli demostró que cuando la madre comienza a decir algo, el niño deja de mamar. Hay una expectativa anhelante de significado. El niño nace esperando el lenguaje. Éste sería uno de sus esquemas innatos (…).

Aparece entonces uno de los comportamientos más paradójicos del ser humano. El niño aprende su libertad obedeciendo la voz de la madre. Para decirlo con engolamiento técnico, la heteronomía es paso obligado para llegar a la autonomía. Lo que llamamos voluntad adviene al niño desde fuera. Al principio, el bebé atiende a las órdenes de la madre que suelen ser llamadas de atención. La madre enhebra su palabra en la inestable atención del niño con una habilidad de costurera experta. El niño se suelta, y ella le enlaza de nuevo.

La atención infantil es todavía precaria y resulta perturbada por cualquier otro estímulo. Por ejemplo, si al escuchar la voz el niño está realizando una acción, la inercia de lo que hace es demasiado fuerte y le impide cumplir la indicación verbal. Poco a poco aprende a ser un ejecutor más hábil de las instrucciones maternas (…). El niño aprende a hablar y a darse órdenes a sí mismo. Me gustaría decir que “interioriza la voz de la madre” y lo haría si no temiera que se buscase en esta frase un significado psicoanalítico (…).

Con una sabiduría educativa prodigiosamente sutil y eficaz, que todos deberíamos copiar a todos los niveles, poco a poco la madre va dejando al niño el control de la acción.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993

La madre moldea el primer mundo

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’

“El caos bullente de la experiencia va haciéndose familiar al descubrir que la madre posee los nombres que identifican las cosas”

Mediante el lenguaje, la madre enseña al niño los planos semánticos del mundo que tiene que construir. La realidad en bruto no es habitable: es preciso darle significados, segmentarla, dividirla en estancias y construir pasillos y relaciones para ir de una a otra (…).

También él [Rilke] asiste asombrado al fascinante espectáculo del aprendizaje de las palabras. Recuerda a una madre –que tal vez olvidó que fue transmisora no sólo de vida, sino también de las palabras y sus significados- cómo “inclinaste sobre los ojos nuevos el mundo amigo, apartando el extraño”.

“¿Dónde, ay, quedaron los años cuando tú, sencilla,

con tu figura esbelta atajabas el caos bullente?”

Este “caos bullente” que es, para el niño, el mundo de la experiencia, va haciéndose familiar al adquirir un nombre y, sobre todo, al descubrir que la madre posee los nombres que identifican las cosas y las hacen manejables.

“Nunca un crujido que no explicases sonriendo,

como si hace mucho tiempo supieras ‘cuándo’ el entarimado se porta así.

Y escuchaba y se calmaba”.

Esta larga faena de contar al niño el mundo y decirle que la vaca hace “mu” y que la oscuridad no es nada y que el árbol se llama árbol y que los niños no deben tirar la comida y que mamá le quiere mucho, hace posible que el niño vaya colocando en su sitio las vacas, los mugidos, y el querer y el árbol y la comida y todo lo demás, y después de realizada la tarea de organizar la desconcertante variedad de las cosas, el niño queda tranquilo y satisfecho,

“aliviado, bajo párpados

soñolientos disolviendo la dulzura de tu leve modo

de dar forma a todo”.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993

Yo me lo digo

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’

“El niño se habla en voz alta para dirigir la acción, fijar la atención, expresar sus dificultades, darse ánimos o hacerse advertencias”

Al aumentar su destreza lingüística, el niño comienza a hablarse a sí mismo y aparece ese fenómeno enigmático que es el ‘habla interior’. Comenzamos a hablarnos a nosotros mismos y no paramos. El niño comienza hablándose en voz alta, acompañando la acción con la palabra y repitiendo, desde su propia perspectiva, las indicaciones que su madre le dirige. Los comentarios que el niño se hace le sirven para dirigir la acción, fijar la atención, expresar sus dificultades, darse ánimos o hacerse advertencias. Comienza a emerger un Yo ejecutivo, autor, director, controlador, poético o como quiera llamársele, que introduce orden en sus propias ocurrencias.

Es difícil explicar este monólogo con el que el niño parece tomar conciencia de lo que hace y controlar mejor su comportamiento. Los especialistas han distinguido nueve tipos en los comentarios con los que el niño apostilla su acción, que reseño para que el lector comprenda mi extrañeza ante tal comportamiento: 1) comenta el inicio de la acción, con frases como “ya empiezo”; 2) al continuarla o al cambiar de operación cree necesario advertírselo: “ahora esto”; 3) algo semejante hace al terminar: “ya está”; 4) y también para subrayar la acción y sus incidencias: “a… sí” (marcando el ritmo en la acción), “toum” (onomatopeya de una construcción que se derrumba); 5) manifiesta sorpresa o incertidumbre, “oh”, “¿y ahora qué?”; 6) nombra los objetos o las características o los cuenta en voz alta; “éste”, “rojo”, “uno… dos… tres…”; 8) algunos comentarios sirven para animarse a sí mismo, o lamentarse, y a éstos, por último, hay que añadir otros comentarios que no parecen tener más finalidad que disfrutar hablando o canturreando (…).

“El hombre ha reconocido siempre que en su conciencia resonaban voces, pero ¿quién discute con quién?”

¿Por qué ese interés en contarse lo ya sabido? ¿Cómo ayuda el lenguaje a la acción? El hombre ha reconocido siempre que en su conciencia resonaban voces, lo que le inducía a pensar en misteriosos desdoblamientos. A veces se trataba de una voz exterior que le susurraba palabras al oído, y que llamó inspiración (…). ¿Quién discute con quién? ¿Es, acaso, todo el fenómeno un espejismo creado por el lenguaje?

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993

El niño, un genio lingüístico

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’

“Es asombroso que el niño sumergido en el mundo del hablar adulto, ruidoso, confuso, imperfecto y alborotado, aprenda con tanta rapidez”

Resulta difícil imaginar cuán desvalido y pobre nace el niño. Arrancado o expulsado del oscuro y licuado seno maternal antes de tiempo, ya que todo niño, aun normal, es prematuro, es introducido en un confuso y acaso doloroso caos de sensaciones, cuando aún no posee más que una tercera parte de su capacidad cerebral (…).

Es, desde luego, asombroso que el niño sumergido en el mundo del hablar adulto, ruidoso, confuso, imperfecto y alborotado, aprenda con tanta rapidez. Emite sus primeras expresiones lingüísticas alrededor de su primer cumpleaños. Al año y medio usa unas veinte palabras, casi todas correspondientes a cosas pequeñas que el niño puede manejar fácilmente. Su diminuto diccionario nos introduce en un mundo de juguetes, comida y zapatos, y otras cosas manejables.

“‘Papá’ se refiere al progenitor presente y ‘mamá’ pide que se satisfaga una necesidad”

No debemos, empero, engañarnos: esas palabras no significan para el niño lo mismo que para el adulto: un caso curioso es el de las palabras “papá” y “mamá” que suelen causar cierta expectación en los padres, deseosos de saber a quién se dirige antes el niño. Los niños no siguen una regla fija y cualquiera de las dos palabras puede aparecer primero, pero ocurre que no sabemos lo que el niño quiere decir con ellas. Según Jakobson, para el niño la oposición papá-mamá no se basa en su aspecto físico o en su sexo, sino en otras funciones. “Papá” se refiere al progenitor que está presente y “mamá” se usa para pedir que se satisfaga una necesidad, o para solicitar la presencia del progenitor que puede satisfacer la necesidad (…).

A los tres años el léxico infantil se acerca a las 900 palabras, lo que es un salto de gigante. El significado de las palabras resulta todavía enigmático. El niño sabe, por ejemplo, que la palabra “pelota” se utiliza para designar la pelota, pero una vez que posee la palabra cae en la tentación de aplicarla a otros objetos (…). Dewey recoge la expresión “ball”, dicha por un niño de quince meses, señalando a la luna llena (…).

El niño nos ha tenido que adivinar y ahora, cuando comienza a hablar, somos nosotros los que tenemos que adivinarle a él. Sobre todo, cuando usa lo que técnicamente se llaman expresiones “holofrásticas”, frases de una sola palabra, con las que el niño cree tal vez que expresa perfectamente todo lo que piensa. Es posible que nos considere bastante torpes al comprobar que no entendemos lo que nos comunica de manera tan clara.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993


El niño, crédulo y adivino

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’

El bebé es crédulo y adivino. Crédulo porque admite sin reticencias que lo que la madre dice tiene un significado, aunque todavía no lo entienda. Esta creencia, a la que podríamos llamar ‘a priori’ de la significación, ha de ser innata, porque, ¿cómo podríamos explicar la niño que lo que decimos debe aprenderlo, comprenderlo y usarlo? Necesitaríamos de un lenguaje para enseñar el lenguaje, y así llegaríamos al infinito.

“Visito una tribu sin intérprete, y uno de sus miembros me enseña; en un estado semejante de indefensión se encuentra el bebé”

Es adivino, porque hace falta serlo para entender lo que un adulto dice (…). Vamos a ponernos en el caso del niño para percatarnos de su genialidad. Visito una tribu desconocida, sin intérprete, y uno de sus miembros se encarga de enseñarme su lenguaje. Poco más o menos, en un estado semejante de indefensión se encuentra el bebé.

Mientras el indígena y yo paseamos por los alrededores del poblado, espantamos a un conejo que se escabulle veloz entre los matorrales. El buen salvaje señala al conejo y grita algo confuso que yo entiendo como “gnukà”, pongamos por caso. ¿Qué ha querido decir? ¿De qué ha hecho la definición ostensiva? Tengo que adivinar que ese ruido, que por de pronto supongo que tiene un significado, y no es un eructo, un taco o una expresión automática de sorpresa, significa cualquiera de estas cosas: conejo, lo hemos espantado, corre, ¡qué divertido!, está asustado, animal, comestible, me lo comería ahora mismo, ser vivo, color gris, piel buena para hacerse un sombrero, regalo de los dioses, pequeño dios de las llanuras secas, o simplemente, ¡mira!

Supongo que significa “conejo”, de manera que cuando al volver al poblado veo que están preparando un conejo para guisarlo, digo muy ufano “gnukà”. Mi profesor se ríe a carcajadas y niega con la cabeza. ¿Qué quiere decir con ese gesto? Se me ocurren varias posibilidades: he pronunciado mal la palabra, y eso le divierte, he pronunciado bien la palabra y eso le sorprende, “gnukà” no significa conejo, o, tal vez significa conejo vivo, pero no conejo muerto. Tal vez todos los animales reciben otro nombre mientras están siendo guisados.

“Esta endiablada operación de adivinar, hacer hipótesis, comprobarlas, corregirlas, es la que el niño realiza con increíble soltura”

Pues bien, esta endiablada operación de adivinar, hacer hipótesis, comprobarlas, corregirlas, es la que el niño realiza con increíble soltura a partir de su primer año de vida. Hay muchas razones para que los adultos sintamos complejo de inferioridad.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’

“Al principio la pregunta ¿qué es esto? queda contestada con el nombre de la cosa; más adelante habrá que dar más explicaciones, porque el niño espera más”

Al hombre le sucede lo mismo que al niño, que cada vez es más exigente a la hora de aceptar una respuesta. Repite una y otra vez las mismas preguntas -¿qué es esto?, ¿por qué es como es?, ¿qué hace?, ¿por qué hace lo que hace?-, pero no siempre le valen las mismas respuestas. Según Brandenburg y Boyd, los niños, entre los cuatro y los ocho años, formulan un promedio de treinta y tres preguntas por hora, con lo que la inteligencia familiar queda debidamente estimulada y torturada.

Lo que resulta más interesante es que una misma pregunta no significa lo mismo en los diversos momentos de su vida. Hay una etapa en que la pregunta ¿qué es esto? queda contestada con el nombre de la cosa. Más adelante habrá que dar más explicaciones, porque el niño espera más, necesita más, y cuando el niño sea un científico, volverá a hacer las mismas preguntas y sólo habrá cambiado el hueco que ha de ser llenado por la respuesta, que se habrá hecho cada vez más grande.

“La interrogación es la fundamental forma ‘a priori’ de la inteligencia, que nos permite ordenar el caos de las sensaciones”

En llamar la atención sobre el preguntar y su eficacia, el fantástico don Nepomuceno de Cárdenas fue un adelantado. Ésta es una de las razones de mi interés por él. Escribió un ‘Tratado general de las preguntas’, en cuyo proemio sostiene con gran énfasis que la más alta actividad de la inteligencia es preguntar:

“Cuando mi maestro, el ilustre Inmanuel Kant, escribió en el prólogo de su primera ‘Crítica’ que los experimentos son preguntas que el científico dirige a la Naturaleza, aun acertando en lo principal, redujo la importancia del asunto, pues no es el juicio la actividad fundamental del entendimiento, sino la interrogación. Ésta es la fundamental forma ‘a priori’ de la humana inteligencia, que nos permite ordenar el caos de las sensaciones, porque la Naturaleza, que es recóndita y esquiva pero atenta, se muestra respondiendo no sólo a nuestros experimentos sino además a todas nuestras preguntas” (…).

Otro de los atractivos que para mí tiene este increíble personaje, que leía a Leibniz, Rousseau y Kant en la manigua, mientras escuchaba las músicas de Mozart, tocadas por una orquesta de criados negros, agobiados bajo los ropones de etiqueta y las pelucas empolvadas, es que escribió este tratado pensando en los esclavos de su propiedad, a los que pretendía educar de sopetón, como a la estatua, y con los que intentó reproducir las más animadas situaciones de los diálogos platónicos.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993




Y el hombre se detuvo frente a la huella

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’

En un momento de su evolución, el hombre aprendió a decir no al estímulo. Inhibió una respuesta ordenada en él desde hacía siglos. No sabemos cómo sucedió, pero no me resisto a imaginarlo, advirtiendo al lector que debe tomar este párrafo como un ejercicio literario y no como una exposición científica.

“Atraviesa corriendo un paisaje de olores y pistas; la presa es la luz al fondo de un túnel”

Nuestro antepasado de frente huidiza y largos brazos caza el bisonte en el páramo. Atraviesa corriendo un paisaje de olores y pistas. Arrastrado por el rastro, salta, corre, gira la cabeza, explora, husmea. La presa es la luz al fondo de un túnel. Sólo existe esa atracción feroz y una sumisión sonámbula. Sólo sabe que la ansiedad se aplaca al seguir aquella dirección. No caza, se desahoga. No persigue un bisonte: corre por unos corredores visuales y olfativos que le excitan. Las huellas le empujan. Los signos disparan los movimientos de sus piernas, con el certero automatismo con el que alteran los latidos de su corazón. No hay nada que pensar, porque aún no piensa. Su cerebro calcula y le impulsa.

Está sujeto a la tiranía del “Si A… entonces B”. La secuencia ‘If-then’. Si ve la oscura figura del animal en la entreluz de la maleza, corre sesgado (para cortarle el paso). Si está muy cerca aúlla (para atraer a sus compañeros de horda). Si el estímulo afloja su rienda, se detiene, se agita, gira a su alrededor (para uncirse otra vez a la rienda y, atado a ella, proseguir de nuevo su carrera). No conoce ninguno de los paréntesis. Como el sonámbulo guía sus pasos y elude los obstáculos sin tener conciencia de ello, así nuestro antepasado se deslizó durante siglos por las cárcavas inhóspitas de la prehistoria.

La transfiguración ocurrió un misterioso día, cuando al ver el rastro detuvo su carrera, en vez de acelerarla, y miró la huella. Aguantó impávido el empujón del estímulo. Y, de una vez para siempre, se liberó de su tiránico dinamismo. Aquellos dibujos en la arena eran y no eran el bisonte. Había aparecido el signo, el gran intermediario. Y el hombre pudo contemplar aquel vestigio sin correr. Bruscamente era capaz de pensar el bisonte aunque ni en sus ojos, ni en su olfato, ni en sus oídos, ni en su deseo estuviera presente ningún bisonte. Podía poseer el bisonte sin haberlo cazado. Y, además, indicárselo a sus compañeros.

“El yo deja de ser un torbellino de sentimientos; una fértil calma se apodera de los niños”

Esta descripción fantástica no es arbitraria. Está inspirado en los relatos que nos cuentan la educación de los niños sordomudos-ciegos. Las biografías de Marie Heurtin o Hellen Keller, por citar las más conocidas, son relatos patéticos y maravillosos. En ellos asistimos al momento glorioso en que unas subjetividades encadenadas, sometidas a impulsos espasmódicos, agitadas por sentimientos y experiencias no controlados, viviendo sin progreso, sin inteligencia, sin esperanza, son capaces de comprender un signo. Más aún, son capaces de proferirlo. Algo que hacen ellos puede dominar lo absolutamente lejano.

La realidad deja de ser una barahúnda de estímulos y el yo un torbellino de sentimientos. Una fértil calma se apodera de los niños que, de repente, con una rapidez emocionante, se descubren sujetos activos, dueños de sí mismos, capaces de suscitar, controlar y dirigir sus ocurrencias: inteligentes.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993

Animal subjuntivo

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993

“El hombre inventa posibilidades: el modo subjuntivo y el condicional, los modos de la irrealidad”

La inteligencia nos permite conocer la realidad. Gracias a ella sabemos a qué atenernos y podemos ajustar nuestro comportamiento al medio. Cumple así una función adaptativa: nos permite vivir y ‘pervivir’. Las inteligencias animales hacen lo mismo, a su manera. Pero la humana lo hace de una forma extravagante. Se adapta al medio adaptando el medio a sus necesidades.

Parece que no disfruta con la tranquilidad, y que siempre pone el corazón más allá del horizonte, porque se plantea continuamente nuevas metas, que le producen incesantes equilibrios. Nuestros tatarantepasados se esforzaron en cubrir las necesidades básicas. Nuestros contemporáneos se esfuerzan por conseguir una marca de automóvil, casi con el mismo encarnizamiento. Una vida tan azacaneada procede también de la inteligencia, que realiza una desconcertante función: ‘inventa posibilidades’.

“Los animales tienen futuro: el hombre tiene por-venir”

No sólo conoce lo que las cosas son –lo cual da al hombre seguridad-, sino que descubre lo que pueden ser –lo cual le provoca una constante desazón-. Hablando en términos lingüísticos, inventa el modo indicativo y, además, el subjuntivo y el condicional: los modos de la irrealidad. Junto al fue, el es y el será, profiere el hubiera podido ser, el podría, el sería si.

A la percepción de lo existente se une el cortejo de lo que sobrevuela el tiempo: el arrepentimiento, la decepción, la esperanza, el proyecto, la anticipación, la amenaza. Se somete al tiempo -¡qué remedio!- y se rebela contra él, puesto que conoce el presente y el pasado –reinos de lo real-, pero pretende determinar el futuro –reino de lo posible-, para lo cual pro-mete pro-yecto, pre-viene, pro-duce. Los animales tienen futuro: el hombre tiene por-venir. Se anticipa a todo. El ser humano se seduce a sí mismo desde lejos.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993


Definición humilde de 'verdad'


A través de la percepción, la realidad se nos presenta con las propiedades de una pista de despegue: ‘resiste’ a nuestro impulso y ‘soporta’ nuestro vuelo. Las posibilidades que inventamos pueden mantener o no el enlace con la realidad. En un caso serán posibilidades reales, y en otro, posibilidades fantásticas. De la realidad podemos decir lo que queramos, pero ella se desembarazará de algunas de nuestras propuestas. A lo rechazado por la realidad lo llamamos ‘falso’. A los inventos conceptuales, imaginativos o de cualquier tipo que la realidad aún no ha rechazado, los llamamos provisionalmente verdaderos.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993

La infraestructura del arte

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’

“La vistosa cúpula de la creación libre se funda en los invisibles cimientos de los automatismos”

Los hábitos motores, las destrezas aprendidas, se organizan jerárquicamente. Aprendemos palabras, esquemas de frases y combinaciones sintácticas cada vez más complicadas. El aprendizaje de una lengua es la constitución de unos hábitos jerarquizados. Los más complejos se fundan en los más elementales. Los psicólogos han estudiado con detenimiento el desarrollo de esas habilidades.

Por ejemplo, los mecanógrafos aprenden a reconocer a ciegas la posición de las letras, pero después aprenden automatismos de frase, que les permiten ir leyendo el texto varias palabras por delante de lo que están escribiendo, sin prestar atención, confiados en sus hábitos motores.

El aprendizaje de un pianista consiste en romper unos automatismos, por ejemplo la coordinación entre las dos manos, para consolidar otros nuevos. El ejemplo de los cantantes de ópera es espectacular. Un alumno de canto tiene que aprender unas coordinaciones musculares muy complejas para producir el sonido deseado. Consigue liberar su voz trabajando como un forzado de galeras. Tiene que dominar ciertos elementos del aparato vocal, como por ejemplo el diámetro faríngeo, la posición del velo del paladar o de la laringe, y no posee ningún medio de actuar conscientemente sobre ellos.

Todavía es un misterio cómo, tras unos cuantos años de esfuerzo, conseguirá realizar esos ajustes musculares extraordinariamente precisos. Al llegar a ese nivel triunfal, lo que ha logrado es poseer unos automatismos que le permiten la libertad deseada. La vistosa cúpula de la creación libre se funda en los invisibles cimientos de los automatismos.

JOSÉ ANTONIO MARINA,
‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993


Dame un quehacer

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993

Es curioso que Ortega defina la felicidad como una unificación de la mente: “Cuando pedimos a la existencia cuentas claras de su sentido, no hacemos sino exigirle que nos presente alguna cosa capaz de absorber nuestra actividad.

“¿Quién que se halle totalmente absorbido por una ocupación se siente infeliz?”

Si notásemos que algo en el mundo bastaba para henchir el volumen de nuestra energía vital, nos sentiríamos felices y el universo nos parecería justificado. ¿Quién que se halle totalmente absorbido por una ocupación se siente infeliz? Ese sentimiento no aparece sino cuando una parte de nuestro espíritu está desocupada, cesante. La melancolía, la tristeza, el descontento son inconcebibles cuando nuestro ser íntegro está operando”.

La infelicidad, al parecer, es una quiebra de la atención y la tristeza fruto de una atención dispersa. Como siempre, Ortega tiene razón y la pierde por su exageración y optimismo. El desesperado vive también la unificación de la conciencia, en este caso cruel.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘TEORÍA DE LA INTELIGENCIA CREADORA’, 1993


15 abril 2007

¿Tiemblas, cuerpo mío?

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘ANATOMÍA DEL MIEDO’, 2006

“…Pues más temblarás cuando sepas dónde te voy a meter”

La ansiedad, la angustia, el temor revelan nuestra vulnerabilidad. Hemos tenido que aprender a soportarlos y a convivir con ellos. Pero la rebelde naturaleza humana rechaza esta táctica apaciguadora. No le ha bastado al hombre con protegerse, con resignarse al miedo o con ejecutar, como los animales, las respuestas al temor prefijadas por la naturaleza: la huída, el ataque, la inmovilidad, la sumisión. Ha querido también sobreponerse al temor. Actuar como si no lo tuviera.

Todo el mundo conoce la anécdota del mariscal de Turenne, conocido por su valor. Antes de entrar en combate, sintiendo que temblaba de miedo, se dijo: “¿Tiemblas, cuerpo mío? Pues más temblarás cuando sepas dónde te voy a meter”. Valiente no es el que no siente miedo –ése es el impávido, el insensible- sino el que no le hace caso, el que es capaz de cabalgar sobre el tigre. “Courage is grace under pressure”, dijo Hemingway. Valor es mantener la gracia, la soltura, la ligereza, estando bajo presión (…).

¿Quién no desearía ser valiente? Todos experimentamos una nostalgia de la intrepidez. ¡Nos sentiríamos tan libres si no estuviéramos tan asustados! (…) ¿Qué es ser bueno?, se preguntaba el conmovedor Nietzsche, tan frágil, tan acosado, y respondía: ser valiente es ser bueno. Aunque nacemos todos miedosos, las culturas han elogiado siempre el coraje, y esta insistencia me hace sospechar que estamos avizorando algún elemento esencial de la naturaleza humana (…).

“¿Qué otra cosa va hacer el ciervo sino huir del leopardo? Pero el hombre no se encuentra cómodo en esas rutinas; quiere actuar a pesar del miedo”

El panorama es el siguiente. El ser humano siente miedo y responde psicológicamente al miedo con mecanismos muy próximos a los que usan los animales: huida, ataque, inmovilidad y sumisión. Biológicamente, el miedo no plantea ningún problema. ¿Qué otra cosa va hacer el ciervo sino huir del leopardo? ¿Qué otra cosa va hacer el escarabajo sino hacerse el muerto cuando lo toco? Son respuestas adaptativas eficaces para todos los animales.

Pero el hombre no se encuentra cómodo en esas rutinas tan contrastadas. ‘El ser humano quiere vivir por encima del miedo’. Sabe que no puede eliminarlo, sin caer en la locura o la insensibilidad, como ya decía Aristóteles, pero quiere actuar “a pesar” de él.

Aquí se revela nuestra naturaleza paradójica: no podemos vivir sin que nuestros sentimientos nos orienten, pero no queremos vivir a merced de nuestros sentimientos. Para resolver esta contradicción, la inteligencia ha inventado, además de las consultas psi, las formas morales de vida, aquellas que no surgen sin más de los sentimientos, sino de los sentimientos regulados por la inteligencia creadora, una de cuyas invenciones es la ética. La psicología a lo más que llega es a la salud. La ética habla del bien y de la nobleza.

“¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo”. ¡Qué palabra tan misteriosa!”

La valentía se mueve, pues, en el campo de la inteligencia creadora, que aspira a superar nuestra naturaleza animal, a bailar sobre nuestros propios hombros, como decía Nietzsche. Lo nuestro no es “sobre-vivir” sino “super-vivir”. Esto no quiere decir por encima de nuestras posibilidades, lo que sería quimérico, sino por encima de nuestras realidades. Lo nuestro es aspirar a un proyecto de vida que, antes de existir en la realidad, sólo existe en nuestra mente. Ningún hombre –en estado natural- puede saltar más de dos metros de altura, ni volar, ni trepar la cima del Everest (…).

No estoy hablando de un orgullo estúpido, porque nuestras limitaciones son bastante evidentes. El frágil Rilke lo dijo: “¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo”. ‘Uberstehn ist alles’. ¡Qué palabra tan misteriosa! ‘Sobreponerse’. Ponernos, como podamos, por encima de nosotros mismos. No se trata de ‘aguantar’ al enemigo, sino de ‘aguantarnos’. ¿De qué estamos hablando cuando decimos: Es que no me soporto? ¿Quién es el yo soportante y el yo soportado?

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘ANATOMÍA DEL MIEDO’, 2006

Griegos y cristianos frente al valor *


JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘ANATOMÍA DEL MIEDO’, 2006

“Antes de su muerte, Sócrates charla de filosofía con sus amigos; en cambio, Cristo suda sangre”

Sócrates murió serenamente –pudiendo haberse salvado- para acatar las leyes de la ciudad, y durante siglos fue un ejemplo de valor fervorosamente ensalzado. Se convirtió en un modelo para la cultura occidental. Siglos después, se le comparó con Jesucristo, otro gran ejemplo de valor. Pero entre ambos había muy pocas semejanzas. Según los Evangelios, también Jesús pudo librarse de la muerte, y no quiso. Como Sócrates. Pero las analogías terminaban ahí.

La figura atormentada de Cristo dista mucho de la tranquila, impávida, teatralmente insensible de Sócrates. Antes de su muerte, Sócrates charla de filosofía con sus amigos; en cambio, la víspera de su crucifixión, CrIsto suda sangre, de pura angustia. Tiene miedo y suplica a Dios que le libere del suplicio.

“Los cristianos se enfrentan al martirio con un valor que no comprenden y que han recibido como un terrible regalo”

El valor cristiano no tiene el aspecto imponente, frío, estéticamente irreprochable, del valor clásico. Es una valentía medrosa, sufriente, con temor y temblor, humilde, humana. En su teología, Kierkegaard llevó esta presencia de la angustia hasta el paroxismo. Mientras que el sabio estoico muestra su dominio de sí y de las circunstancias, y despliega su autonomía con la elegancia y la displicencia de quien extiende un manto regio o una cola de pavo real, el cristiano se siente débil, incapaz, menesteroso. Pero piensa que Dios le dará fuerza.

Lo que es imposible para el hombre –entre otras cosas, ser valiente- es posible para Dios. “Todo lo espero en Aquel que me conforta, es decir, que me da su fuerza”. La fortaleza en un don divino. Como dice san Pablo: “No es un espíritu de cobardía lo que Dios nos ha dado, sino un espíritu de fortaleza”. Las actas de los mártires cuentan historias de pobres gentes asustadas que se enfrentan al martirio con un valor que no comprenden y que han recibido como un terrible regalo.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘ANATOMÍA DEL MIEDO’, 2006

* EL TÍTULO DE ESTE POST PROCEDE DEL BLOG DE JESÚS GARCÍA BUENO

EL TALANTE ANTIGUO Y EL CRISTIANO FRENTE A FRENTE: MAX SCHELER, ARTHUR SCHOPENHAUER



Con la calefacción puesta, sueño con subir al Everest


JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘ANATOMÍA DEL MIEDO’, 2006

“La búsqueda obsesiva del bienestar fomenta el miedo, nos convierte a todos en sumisos animales domésticos”

Nuestra búsqueda de la felicidad es con frecuencia desgarradora, porque estamos movidos por dos deseos contradictorios: el bienestar y la superación. Necesitamos estar cómodos y necesitamos crear algo de los que nos sintamos orgullosos, y por los que nos sintamos reconocidos. Una actividad que dé un sentido a nuestra existencia, por muy ilusorio que sea ese sentido.

Tenemos, pues, que armonizar anhelos contradictorios. Necesitamos construir la casa y descansar en ella. Necesitamos estar refugiados en puerto y navegando.

Ahora puedo completar la descripción. Aspiramos a huir de la angustia y a enfrentarnos a ella. La búsqueda obsesiva del bienestar fomenta el miedo, nos convierte a todos en sumisos animales domésticos, y la sumisión es la solución confortable –y por eso amnésica- del temor. La valentía, en cambio, nos libera, pero –molesta contrapartida- nos hace perder parte del bienestar. Hace despertar en el gatito modorro al felino que vive, sin duda, menos cómodo, sin calefacción, sin cestito, sin comida puesta y sin arrumacos. Nos lanza al descampado, que es el territorio de la libertad y de la creación.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘ANATOMÍA DEL MIEDO’, 2006

EL INSTINTO DE CONSERVACIÓN Y EL DE SUPERACIÓN: VIKTOR FRANKL, KARL JUNG, HENRI BERGSON

Catálogo de manías

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘ANATOMÍA DEL MIEDO’, 2006

La presencia insistente de pensamientos intrusivos se da en la angustia y en toda su descendencia. Pero en algunos casos se convierten en el centro del problema. Obsesionan a una persona, impidiéndole pensar en otra cosa. Son pensamientos, sentimientos o imágenes recurrentes que secuestran la atención. La víctima se encuentra en una situación paradójica, porque sabe que esas ideas proceden de él, pero no las considera suyas (…). En el 90% de las ocasiones van acompañados de compulsiones, es decir, de comportamientos reiterativos, en muchas ocasiones estrictamente regulados, que la víctima tiene que realizar si quiere liberarse de la angustia. Con frecuencia, estos rituales no tienen nada que ver con la preocupación originaria (…).

Marks ha hecho una clasificación de los rituales más frecuentes:

1. Rituales de limpieza. Se relacionan con miedos a la suciedad y evitación de focos de contaminación imaginados. Las víctimas pueden pensar que quedan contaminadas cada vez que orinan o defecan. Pueden sentir terror a dar la mano a alguien al que acaban de ver salir del cuarto de baño. Pueden sentirse contaminadas al pasar por delante de un hospital. A su vez, antes de lavarse, consideran que han contaminado todos los objetos que han tocado, lo que les obliga a lavarlos. Esto suele obligarlos a un complejo y razonadísimo ritual purificador.

“No puede tocar los grifos con las manos, luego tendrá que girarlos con la muñeca o con el codo…”

Por ejemplo, si alguien con este trastorno vuelve a casa con las manos contaminadas, irá al cuarto de baño a lavarse, pero no puede tocar los grifos con las manos, luego tendrá que girarlos con la muñeca o con el codo, tomará el jabón, pero ese jabón, al mismo tiempo que le limpia, queda contaminado por la suciedad que traía la mano, por lo que el sujeto tiene que disponer de otra pastilla de jabón que sólo utilice después de haberse lavado la primera vez, y que se mantendrá limpia. Después tendrá que purificar la primera pastilla, que pondrá bajo el grifo, pero sin poder cogerla, a no ser con unos guantes que tendrán que ser de usar y tirar, como los de los cirujanos, porque quedan contaminados después de la operación. Es fácil comprender que rituales tan complejos ocupan una enorme cantidad de tiempo, y es muy poco probable que el paciente pueda hacerlo compatible con un trabajo permanente o realizado con puntualidad y eficacia necesarias.

“Una mujer cada vez que un pensamiento le venía a la cabeza tenía que repetir cinco veces o en múltiplos de cinco la acción que estaba realizando”

2. Rituales de repetición. Miedo a que algo terrible suceda si no se realiza una acción un número determinado de veces. Una mujer cada vez que un pensamiento le venía a la cabeza tenía que repetir cinco veces o en múltiplos de cinco la acción que estaba realizando: tocar una taza, mover el azúcar, lo que fuera. No he encontrado explicación al hecho de que con frecuencia estos rituales impongan un número fijo de repeticiones, que puede cambiar repentinamente, de tal modo que en vez de lavarse siete veces las manos, el paciente tiene que lavárselas once, por ejemplo.

3. Rituales de comprobación. Los pacientes pueden gastar horas comprobando si las puertas y ventanas están bien cerradas. O buscar por la casa fragmentos de cristales, agujas, chinchetas, por el temor a que alguien pueda tragárselos. A veces pueden volver a recorrer el camino que han hecho en coche buscando los cadáveres de gente que han podido atravesar, o el bosque que han podido incendiar. Una amiga me cuenta la tragedia que suponía en su casa el simple hecho de que un vaso se rompiera. Su padre declaraba en cuarentena la habitación y se aplicaba cuidadosamente a descubrir hasta el más pequeño trozo de cristal.

“Se da una especie de falta de convicción en lo que se está viendo; mientras voy cerrando la llave del gas no estoy seguro de que la esté cerrando”

Aunque no lo he visto citado en la bibliografía, creo que en muchos casos de estos rituales de comprobación se da una especie de falta de convicción en lo que se está viendo. Mientras voy cerrando la llave del gas no estoy seguro de que la esté cerrando. Esto me recuerda a lo que Pierre Janet llamaba ‘folie du doute’. Los pacientes no acaban de creerse que lo que están viendo era lo que estaban viendo. “Veo un libro… sí, es un libro… estoy seguro, claro. Bueno, acaso no lo es. ¿Usted qué piensa?”.

“Temen deshacerse de las cosas, piensan que pueden ser valiosas…”

4. Rituales de acumulación. Las víctimas del síndrome de Diógenes temen deshacerse de las cosas, piensan que pueden ser valiosas o que en otra ocasión acaso sean necesarias, y con semejantes temores las casas acaban tan abarrotadas de basura, que se hunden por el peso.

“No podía estudiar ya que gastaba demasiado tiempo ordenando”

5. Rituales de orden. Es una compulsión a ordenar cosas de manera determinada. Un paciente no podía estudiar ya que gastaba demasiado tiempo ordenando lápices, plumas, gomas de borrar, papeles sobre su mesa, siguiendo una rutina implacable.

JOSÉ ANTONIO MARINA, ‘ANATOMÍA DEL MIEDO’, 2006

¿Te ves identificado con alguna de estas manías? Conoces a alguien que las sufra? Deja aquí tus comentarios.