JOAN PAU INAREJOS
Sin la energía creadora, los traqueteos de la moral cerrada oxidarían la sociedad
El instinto social más poderoso es la conservación. Por eso, dice Bergson, hay una ‘moral cerrada’ totalmente imprescindible, que nos dota de la infraestructura de igualdad y justicia que necesitamos. El código penal, la corrección política, el reparto de los bienes, el contrato social, el respeto mutuo: nuestra red de protección. Sin embargo, hay un instinto más raro que, cuando se abre paso consigue arrastrar a la humanidad tras de sí. Es el instinto creativo o, dicho en el lenguaje de Bergson, la ‘moral abierta’.
Más allá de la necesidad y la estrechez, más allá del estado de carestía de la moral cerrada, los creadores morales rompen las tablas antiguas y se convierten en revolucionarios culturales. ¿Quiénes son estos creadores morales? Depende de a quién se lo preguntemos. Para Kierkegaard, el ejemplo más sublime es Abraham. El ‘padre de la fe’ estaba dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac a sabiendas de que significaba la ruptura frontal con la ética. Abraham ‘pasó a la otra orilla’: abandonó la seguridad del estadio ético para adentrarse en la incertidumbre del estado religioso.
Y si Abraham ‘crea’ el valor de la fe en los mundos politeístas, Jesucristo, dice Bergson, desborda la antigua moral del judaísmo. ‘Habéis oído que se dijo: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos’. Esta frase de Jesús recoge la novedad celular del cristianismo, una moral abierta del amor y el perdón que supera el sentido judío de la justicia. El cristiano es libre porque está dispuesto a morir en el circo. La ‘obra de arte’, el Reino de los Cielos, está por encima de la propia conservación.
En el lenguaje de Nietzsche, la moral cerrada es la de los esclavos, mientras que la moral abierta pertenece al ‘señor’ o superhombre. Este héroe solitario es la versión pagana del ‘santo’ de Kierkegaard, Scheler y Bergson si lo contemplamos como artista de los valores. El superhombre desprecia la moral de grupo, odia el gregarismo cristiano, y frente a los peajes de la caridad y la fraternidad enarbola la libertad del espíritu. Su moral es abierta porque no está al servicio de la comunidad sino de la fuerza interior.
Pero los fuegos artificiales necesitan ser vistos, y el superhombre no es sólo una explosión de personalidad. Cuando Zaratustra dice ‘no mi sigáis’, ya se ha convertido en un faro para la comunidad. Todo aquel que construya sentido, sobre todo en épocas de crisis, ya sea héroe, santo, profeta o superhombre, concita la atención de los demás. No deja indiferente. Dice Saint-Exupéry que ‘el mundo entero se aparta ante un hombre que sabe adónde va’.
Sin la energía creadora, los traqueteos de la moral cerrada oxidarían la sociedad. La supervivencia es prioridad absoluta, pero el ser humano parece soñar siempre con el riesgo. Quizá piensa, como Hölderlin, que ‘donde hay peligro florece la salvación’.
JOAN PAU INAREJOS, agosto 2004
foto: Dios de Michelangelo en la Capilla Sixtina
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