30 junio 2012
‘Moonrise kingdom’: viva el amor freaky
per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 9
Cuando se hace algo nuevo en el cine, debería sonar una alarma especial,
algo que llamara a los espectadores diciéndoles, eh, estimado público, venid
aquí porque hay algo verdaderamente rompedor y original, un golpe de mar por
encima del marasmo veraniego de la cartelera. Alguna trompeta de boy scout, o un relámpago potente, debería
anunciar el estreno de ‘Moonrise kingdom’, una de las comedias más raras y
estimulantes jamás filmadas. No faltarán críticos eufóricos proclamando aquello
de que Ha nacido un autor, y, si bien
es cierto que Wes Anderson ya lleva algunos títulos a la espalda (‘Fantástico Sr. Fox’, ‘Los Tenenbaums’), esta vez ha dado un paso enfrente con el retablo
definitivo de sus filias y obsesiones.
Felizmente indefinible, visualmente soberbia, ‘Moonrise kingdom’ nos
traslada a la Nueva Inglaterra de los años 60, donde dos adolescentes que son
el día y la noche, Sam y Suzy (asombrosos Jared Gilman y Kara Hayward),
emprenden una disparatada fuga romántica. Él, un boy scout huérfano a lo Manolito gafotas, ella, hija remilgada de
un matrimonio disfuncional unido por la abogacía. Los dos chavales se conocen
en el insólito escenario de un musical bíblico en un teatro de pueblo, se enamoran
y, tras un intercambio epistolar, traman su plan secreto de liberación.
El modo de narrar de Anderson, la potencia constante de la banda sonora, y
sobre todo su control absoluto de la estética, a medio camino del Pop Art, el paisajismo
romántico, los zooms sesenteros y las casas de muñecas, dejan sin palabras. Las
palabras las pone un elenco de primera división, donde, además de los críos,
destaca un amplio muestrario de adultos excéntricos, desde un capitán de
policía venido a menos (Bruce Willis) hasta un jefe de tropa de los scouts absorbido por sus rutinas
castrenses (Edward Norton) pasando por una pareja de abogados que empuñan
hachas y altavoces (Bill Murray y Frances McDormand), una siniestra enviada de
los servicios sociales (Tilda Swinton) o hasta un Harvey Keitel que se
encuentra con el pastel a medio afeitar.
La comedia de persecución entre niños y adultos va generando escenas
imprevisibles y magistralmente facturadas, como la reyerta en el bosque, la
boda en la cabaña, el diálogo de los boy
scouts entre ambos lados de una chimenea, los bailes desmañados de los
tortolitos en una playa apartada que convierten en su Edén postinfantil o el
descacharrante clímax, con el pedazo de tormenta anunciada por un taciturno
narrador que va apareciendo esporádicamente en pantalla (otro guiño genial de
Anderson). Una traca final para una love
story tan aparentemente freaky como francamente inolvidable.
26 junio 2012
La alcachofa en pie de guerra
Joan Pau Inarejos
Seis décadas antes de la movilización contra Eurovegas, Pablo Neruda ya
vio el potencial combativo de la alcachofa. En una de sus odas elementales, el Nobel chileno cantó a la verdura “de dulce
corazón” que “se vistió de guerrero” y emprendió su marcha militar hacia el
mercado. “Bruñida como una granada”, con su cabeza coriácea cual los adustos
guerreros de la Pedrera de Gaudí, la hortaliza hoy vuelve a resurgir orgullosa como
símbolo incontestable de los defensores del parque agrario del Llobregat.
Aquella verdura que, al decir de algunos locutores entusiastas, dio a Pau Gasol
su poderío internacional en las canchas, más que nunca se postula como variante
local de la poción mágica de los irreductibles galos.
Estresada en el mapa, amenazada por las multinacionales de la identidad, a
Catalunya nunca le han faltado emblemas telúricos. Insignas salidas de la
misma tierra. Como aquella espardenya
monumental, en blanco y negro, que aplastaba una esvástica nazi en el
formidable cartel antifascista de Pere Català i Pic. Ahí están los pies rotundos de Miró,
compendio del radicalismo payés del Camp de Tarragona. O la hoz de
los Segadors, remedo doméstico de la
guillotina francesa, desafiando a reyes y expoliadores fiscales desde el rumor
de los campos dorados. Hasta podríamos citar el ritual prosaico de los calçots, esporádico telón de fondo de
bravatas políticas de fin de semana. En Sant Boi lo tenemos claro: la alcachofa
los gana a todos, con su armadura vegetal a prueba de granizos y sequías. Dirán que es una flor inmadura, pero ¿qué revolución se ha hecho sentando la cabeza?
21 junio 2012
¿Dónde están los patos?
Joan Pau Inarejos
Cuando era pequeño, el súmmum del ocio en mi ciudad era ir a los patos. Luego sabríamos que esta
voz alegre era una sinécdoque, la figura literaria que consiste en tomar la
parte por el todo. El todo era el parque de Marianao de Sant Boi de Llobregat,
y la parte, los simpáticos patos que bullían en un estanque frente al majestuoso
Palau dels Comtes.
Pero hoy los patos ya no están. Hace tiempo que han desaparecido. El
graznido ha dejado de acompañarnos justo cuando tenemos cita para renovar
nuestra identidad, DNI mediante, en la comisaría que ocupa el antiguo edificio
señorial. La única banda sonora la pone el rumor de las aguas, el revoloteo de
las palomas y el Buenos días caballero
del agente de la entrada, custodiando el último reducto de la policía española
en la Catalunya posmoderna de los Mossos d’Esquadra.
¿Dónde están los patos? Volvemos a la literatura, al Ubi sunt? de los latinos, que se
preguntaban por el paradero de las cosas pretéritas o difuntas. Los ríos de
Manrique iban a parar al mar, el compañero del alma de Miguel Hernández volvía
a su huerto y a su higuera, pero me pregunto qué habrá sido de aquellas aves
prosaicas, figurantes involuntarias de la ornamentación municipal y sus
avatares presupuestarios. Las ciudades hacen reformas a discreción y sus habitantes más
modestos siempre acaban pagando el pato.
20 junio 2012
La verdad, esa maltratada
“Los críticos de la noción de
verdad crean primero un monigote y luego se dedican a zurrarle. La verdad no es
esa luz absoluta, completa, catedralicia, perfecta, plena, eterna, que atacan.
La verdad es una humilde lucha por tener opiniones cada vez mejor
fundamentadas, corroboradas minuciosamente”
José Antonio Marina Leer texto completo
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José Antonio Marina
16 junio 2012
Caçant bolets romànics a Barcelona
Joan Pau Inarejos
El romànic és l’art rural per excel·lència, i descobrir-lo en una metròpoli
com Barcelona és ben bé com collir bolets. Són certament pocs els vestigis que se’n
conserven, però tenen la virtut d’agafar desprevingut el visitant profà que
recorri la ciutat des del Raval fins a l’antiga barriada de la Bòria. Des dels
rampells orientals d’un antic monestir fins a la primera oficina postal del
Vell Continent, us convidem a agafar el cistell i encetar la ruta.
1. Sant Pau del Camp: el secret arabitzant
Carrer Sant Pau, 101 | segle XII
El barri del Raval, avui paradigma del mestissatge, pot dir que conserva des de fa segles una raresa
de ressonàncies mahometanes. El petit claustre de Sant Pau del Camp, únic a
Europa, desafia els cànons amb la seva filera d’arcs lobulats, com si les
siluetes exòtiques de l’Alhambra haguessin aparegut en aquest antic monestir
benedictí català. A fora ens vigila l’imponent cimbori amb serrell barroc i una
constel·lació decorativa de cares, animals i astres.
2. Capella de Sant Llàtzer: l’oratori dels leprosos
Plaça del Pedró | segle XII
Presidint una plaça ben a prop de la Rambla del Raval, s’alça aquesta
capella que va pertànyer a un desaparegut hospital de mesells. La mateixa pell
del temple s’ha anat exfoliant amb el temps, i avui veiem la seva façana apedaçada,
entre la pedra medieval i els fragments moderns. Al bell mig floreix una breu
fornícula en forma de petxina, mentre els coloms fan el seu hàbitat al modest campanar
d’espadanya.
3. Capella de Santa
Llúcia: la germana petita de la catedral
Carrer Santa Llúcia | segle XIII
Una marea de vianants recorre cada dia aquest racó adjacent a la catedral,
on els músics amenitzen la cotitzada ruta cap al carrer del Bisbe i les seves
ficcions gòtiques. Impassible i sovint desaparcebuda, la capella ens espera amb
el seu interior senzill i relaxant, cobert per una volta de canó apuntada. Qualsevol
diria que aquest cau d’humilitat està dedicat a les Onze Mil Verges (!): cal resar
aquí, és aposta segura.
4. Capella d’en Marcús: la bústia medieval
Placeta d’en Marcús, 3 | segle XII
I el passeig romànic acaba en una capella de cèlebres credencials, arrecerada prop de la confluència dels carrers Princesa i Montcada. La
bufona església va ser la seu de la Confraria
dels Correus a Cavall i a Peu, entitat postal degana a Europa, molt abans
que el transport rodat i l’electrònica conspiressin per enterrar el romanticisme
de les llargues travesses. Ho diu una pintada espontània en una de les parets: “Recorda’t d’oblidar”.
15 junio 2012
'Otra tierra': ciencia ficción sentimental
per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Será porque la Tierra está a punto del colapso (Nature dixit), pero el cine ya imagina clones de nuestro planeta
azul. Lo dice hermosamente la sinopsis de la película: un “gigantesco y
reflectante espejo gravitando sobre nosotros”, llamado provisionalmente Tierra
2, es el inopinado telón de fondo de esta fábula íntima sobre las segundas
oportunidades. Un híbrido de drama y ciencia ficción, donde una joven urbanita,
Rhoda Williams, intenta reparar una terrible tragedia que ha descompuesto su
vida, mientras el misterioso astro acompaña sus soledades.
Poco se puede contar sobre el desarrollo del argumento, que el director
Mike Cahill va hilvanando con una elegante y original capacidad de síntesis. La
silueta de Tierra 2, a la vera de la luna, nos deja fotogramas de una belleza rara y simbolista, nada frecuente en las autopistas del cine-espectáculo. Paisajes de bajo coste que se van trenzando con el drama personal de la joven, a la búsqueda de una catarsis que
deshaga su sentimiento de culpa. Quizá al realizador se le ha ido la mano con
la tila, con largas y a veces soporíferas escenas contemplativas, agravadas por actores más bien insípidos, pero nadie
podrá negar su audacia para fusionar dos géneros a priori tan alejados, y
hacerlo con un buen andamio de guion.
En efecto, nada es gratuito en esta fantasía astronómica, que, bajo su
aspecto de videoclip indie, convoca nada
menos que la teoría de las cuerdas –hay mundos paralelos- y el principio de
incertidumbre de la física cuántica -todo objeto se transforma con nuestra
observación-, de modo que ese presunto gemelo de la Tierra, ese gran espejo sobre
nosotros, dejará de ser una réplica para cobrar vida propia y convertirse en lo
más literalmente parecido al otro mundo
posible por el que claman las plazas revolucionarias.
Gatos
Joan Pau Inarejos
Cada madrugada, al doblar la esquina de camino al trabajo, un gato me
observa. Ha salido de su refugio diurno, un gran descampado rodeado de vallas,
y acude puntualmente a la cita, erguido y monumental en medio de la acera. En
su Libro del desasosiego, Pessoa
quiere ver en la contemplación profunda de los gatos, concentrados ante la luna,
un posible indicio de la inteligencia abstracta de los animales. ¿Qué pensará
un gato cuando nos mira? No me digan que no es admirable cómo aguanta esos ojos
profundos, como mandalas o caleidoscopios, con la tiesura del reptil y la
suavidad del mamífero.
Rebuscador de basura pero también vigía de las estrellas, con razón ha sido tantas veces sospechoso de magia negra y siempre cotizado en las civilizaciones mistéricas. Hay algo de secreto, algún as en la manga de estas criaturas aterciopeladas, que mantienen su inalterable quietud aunque pases a su vera, en las antípodas de la vulgaridad asustadiza de las ovejas y las gallinas. Esa confianza en si mismos. Ese saber que siempre podrán salir corriendo más rápido que tú (música de western entre nosotros dos). Esa envidiable flexibilidad a prueba de alturas y agujeros, buceando por la ciudad, recomponiendo el cuerpo con felina resiliencia y tratando el suelo que pisan con la delicadeza de las bailarinas.
Si tiene razón José Antonio Marina cuando dice que el arte es esfuerzo convertido en gracia, entonces los gatos son genios, capaces de dominar el escenario sin hacer apenas ruido, consiguiendo el efecto sin que se note el cuidado. Y son lo más parecido al ojo avizor de Dios, porque, cuando te alejas, siempre te siguen mirando.
Rebuscador de basura pero también vigía de las estrellas, con razón ha sido tantas veces sospechoso de magia negra y siempre cotizado en las civilizaciones mistéricas. Hay algo de secreto, algún as en la manga de estas criaturas aterciopeladas, que mantienen su inalterable quietud aunque pases a su vera, en las antípodas de la vulgaridad asustadiza de las ovejas y las gallinas. Esa confianza en si mismos. Ese saber que siempre podrán salir corriendo más rápido que tú (música de western entre nosotros dos). Esa envidiable flexibilidad a prueba de alturas y agujeros, buceando por la ciudad, recomponiendo el cuerpo con felina resiliencia y tratando el suelo que pisan con la delicadeza de las bailarinas.
Si tiene razón José Antonio Marina cuando dice que el arte es esfuerzo convertido en gracia, entonces los gatos son genios, capaces de dominar el escenario sin hacer apenas ruido, consiguiendo el efecto sin que se note el cuidado. Y son lo más parecido al ojo avizor de Dios, porque, cuando te alejas, siempre te siguen mirando.
13 junio 2012
Que vuelva el Pingüino
Joan Pau Inarejos
El diario ‘Abc’ narraba el otro día los casos de necrofilia y violaciones
en grupo de ciertos pingüinos del Polo Sur, pero Danny DeVito ya nos dio cuenta,
hace exactamente 20 años (‘Batman vuelve’), de la malignidad y perversión que pueden evocar
estas aves de andar ladeado cuando se las cabrea más de la cuenta. Cáustico,
irreconocible, en las antípodas de la pastelina de Pingu y las monerías heladas
del zoológico, el actor estadounidense puso su metro cincuenta y dos al
servicio de uno de los mejores villanos de la historia del cine.
A la espera de la nueva secuela de Cristopher Nolan, La Sexta ha tenido el
buen gusto de rescatar en televisión las primeras películas del
hombre-murciélago, cuando Tim Burton (ay) todavía no había sido suplantado por
ese hombre despeinado que hace películas compulsivamente con Johnny Depp. Así
como el inolvidable Jocker Nicholson
se apoderó de la primera entrega, el pingüino pálido y deforme de Danny DeVito
eclipsó al caballero de Gotham City con sus hechuras de Quasimodo picudo, desterrado
en los bajos fondos de las alcantarillas.
Cómo olvidar al señor de las cloacas emergiendo sobre un pato de goma
gigante; cómo borrar de la memoria aquel paraguas asesino y aquella fealdad
jadeante y asquerosa del villano ascendido a alcalde (sólo le faltaba una buena
burbuja inmobiliaria); cómo no recrearse ante esa gestualidad demencial y
grandilocuente, al más puro estilo de los caudillos fascistas; al fin, imposible
no turbarse ante un mimetismo perfecto entre el hombre y el animal, toda una
lección de cómo un gran actor y un inspirado equipo de maquillaje pueden ser
más eficaces que cualquier inyección de anabolizantes digitales.
Te echamos de menos. Las alcantarillas ya no son lo mismo sin ti. Desde
que la grey de pingüinos de Gotham arrastró silenciosamente tu cadáver hasta
las aguas, todavía soñamos que algún día regreses, aunque sea como vengador
psicópata del calentamiento global. Danny, estírate.
11 junio 2012
‘Els nens salvatges’: adolescents que salven els mobles
per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 6
Els quinze anys no s’obliden fàcilment. El Dúo Dinámico va escollir
aquesta edat amfíbia per cantar la seva història d’amor rocker (per cert,
quants anys tenia ell?) i encara ressona el trèmolo de Serrat justificant la
ignorància de dos amants que despertaven del son dels infants. El cinema tampoc
ha deixat de rendibilitzar la fascinació per aquesta terra biogràfica de ningú, que té el
dubtós honor d’allotjar els primers desastres emocionals de la vida.
I aquí tenim els “nens salvatges”, encertada definició dels habitants de l’ESO
i una picada d’ullet més que sospitosa als bons
salvatges que celebrava Jean-Jacques Rousseau. Certificant el potencial
narratiu de la filosofia, el pensador franco-suís té el mèrit d'haver inventat un personatge en
tota regla, el de l’home primitiu que encara no està contaminat per la civilització
i es mou per impulsos bondadosos. Corria el segle XVIII, i el seu mite encara belluga: de quina manera.
L’acne es bell, sembla dir-nos Patricia Ferreira. Mirant-s’ho des de la
barrera dels adults, en el fons amb un cert paternalisme complaent, la
directora ens posa al davant d’aquesta guarderia hormonal on no hi falta el
xaval de família pobra amb aspiracions artístiques (Àlex Monner), la nena de
casa bona atabalada per les neurosis paternes (Marina Comas) o el tímid que es
vol realitzar a cops de puny (Albert Baró). Rere una textura visual impecable i
fresca s’hi amaga una auca d’estampes simples, una mirada de Peter Pan amb mala
consciència, que enfronta professors bons
i dolents i explica l’enèssima versió
de la fugida adolescent frustrada.
Paradoxalment són ells, els joves actors protagonistes, els que salven la
funció i ens fan volar per damunt dels tòpics. Àlex Monner enlluerna amb la
seva naturalitat de noi destarotat, i el mateix es pot dir de la impressionant
Marina Comas, que ja va demostrar a ‘Pa negre’ el seu carisma per mimetitzar-se
amb el personatge com si la cosa no anés amb ella. Ells i només ells ens
arriben al cor. Ells i només ells ens fan oblidar un final del tot extemporani.
Qui vol guions consistents quan té actors que travessen la pantalla?
Rèquiem pel rescat
Joan Pau Inarejos
En quin moment rescat va deixar
de ser una paraula positiva? Segurament els grecs, que de gènesis lingüístiques
en saben força, ens ho poden respondre. Abans de les fatídiques intervencions
del govern d’Atenes, el recaptare
llatí remetia als superherois i als bombers; ara remet als homes de negre i als despatxos. Ahir era un terme èpic i lluminós; avui
els nostres governants malden per esquivar-lo, i sorprenentment prefereixen
succedanis burocràtics i ordinaris, com préstec
o crèdit. Us imagineu Jesucrist dient
“us vinc a prestar” a les portes de Jerusalem? Superman hauria vingut de
Krypton per donar “crèdits favorables”? Algú ens enganya. Per completar el
teatre de l’absurd, aquestes fórmules es presenten com a eufemismes (paraules
embellidores), com si l’original a ocultar fos el pitjor tabú possible. Tanta
contorsió lingüística en tan poc temps ens ha deixat sedats, fins al punt que
vénen els salvadors i ja no sabem si ens hi hem de llançar en braços o sortir
corrent. Un cop més, el periodisme i la mala política han segrestat paraules
innocents. Sense demanar rescat, esclar.
06 junio 2012
El bany de les bruixes
Un relat de JOAN PAU
INAREJOS
Sempre m’ha costat congeniar amb l’aigua. Com els gats i les bèsties
esquerpes, encara em queda una reserva infantil contra el raig civilitzador de
la dutxa que esborra la brutícia lliure i juganera, i, alguns dies que m’atrapa
l’angoixa, res no em produeix una feredat tan irracional com la immersió a les
fondàries. L’aigua, testimoni del meu origen amniòtic, em recorda que puc
morir.
És per això que aquell dia em sentia tan intranquil al vestidor de la
piscina. A l’altra banda m’hi esperaven els meus amics, festius i bona fe,
aplegats al voltant de pilotes de plàstic i castells d’escuma. Però a dins, la
penombra i la humitat rància podien més que jo. Allà la llum i el raig; aquí la
fosca i l’aigua bruta. Amb la bossa esportiva a les mans, un desànim sense cara
i ulls em va començar a corcar pertot. No et necessiten. No serveixes per gaire
res. No saps estar content. No hi vagis.
Mirant lluny enllà, la línia acolorida de la piscina em semblava tan
inabastable com una muntanya enfilada. De vegades la vida posa parets de vidre
perquè puguis veure les coses sense gaudir-ne. És la tortura dels malenconiosos.
Els reflexos platejats ara m’apressaven, ara m’afligien. Al vestidor tot eren
veus rutinàries de gent anònima. Veïns enutjosos. Despullar-me era ensenyar-los
la meva ànima.
Però, d’un rampell, vaig decidir fer el cor fort i descordar-me la
camisa. Dins el cubicle vaporós, un calfred incipient em deia que no, que
parés, però vaig tirar pel dret i em vaig seguir despullant de dalt a baix fins
que tot jo vaig ser de color de pell. Esforçat i solemne, dirigint-me al
banyador com si fos un uniforme heroic, de sobte un soroll em va fer aturar.
Unes passes estranyes. Ràpides.
Sigil·losament, vaig treure el nas per la porta i vaig veure com marxava
una dona gran, de llarga cabellera blanca. No semblava pas la dona de la
neteja. Què hi feia, al vestidor d’homes? Ullada a banda i banda. No hi quedava
ningú, tret de nosaltres. De puntetes, cobert només amb la tovallola vermella,
li vaig anar al darrere. La vella misteriosa va tòrcer el camí i va sortir per
una porta apartada, com si conegués perfectament aquella drecera i la fes d’esma
cada dia.
A fora, el sol resplendia com una mala cosa, i em va costar una estona
fins que els ulls no se’m van afinar i vaig tenir una visió prou clara de l’exterior.
Davant meu s’hi estenia un gran hort, amb tomaqueres, mongeteres, albergínies i
juliverts, tots ben arrenglerats i cultivats. No l’havia vist mai de la vida, i
això que feia una mida impressionant, tota una munió de fruits lluents i
llegums com collarets ingents dominant la terra sota la claror de l’estiu. Al
voltant ja no s’hi veia el vestidor ni la piscina.
La vella va desar un cistell i es va reunir amb una colla de companyes
arran d’un pou de pedra. Vigilant perquè no em descobrissin, me les vaig mirar bé:
totes duien cabellera blanca, vestits estripats com túniques, i faccions
aguilenques, més aviat sinistres, amb ulls penetrants i morats. Totes iguals. Uns
gats negres rondaven entre les seves cames. Eren bruixes.
Eren bruixes però cuidaven el seu hort amb dedicació de monges: l’arquitectura
de les verdures era impecable, i es notava que les fileres de conreus estaven
regades i amoixades a consciència, amb perseverança conventual. Qui ho diria,
veient els seus esguards perversos. Aquelles cares d’àliga. Vet aquí que el
conclave de bruixes es va anar dispersant, i ho vaig aprofitar per endinsar-me
clandestinament a l’insòlit reialme vegetal. L’hort era encara més gran que no
em pensava. A més de les hortalisses, també hi creixien magnífics arbres
fruiters, plantes aromàtiques, rosers amb flors obertes de bat a bat i
cotoneres que m’eriçaven les cames nues.
Vaig quedar embadalit davant d’una gran rosa blanca. No sé per què. La trama
de pètals m’enraonava sense paraules. Em bressolava la mirada, tota ella
laberint de seda. I un xipolleig em va treure de l’encantament. El borbolleig
aquàtic venia d’uns pous construïts ran de terra. M’hi vaig atansar,
definitivament inconscient de la meva presència nua, i vaig veure totes les
bruixes banyant-se ritualment en aquelles cavitats, sense perdre els seus rictus
severíssims. Les sibil·lines zeladores de l’Edèn s’ensabonaven amb diligència,
cadascuna submergida dins el seu pou, i les cabelleres blanques emergien
poderoses a la superfície, estarrufades i flotants, com nenúfars venerables. De
petit havia escoltat que es pentinaven quan plovia i feia sol, però mai hauria
dit que les bruixes es banyessin.
04 junio 2012
Mi Génesis doméstico
Joan Pau Inarejos
Ayer fabriqué estrellas en mi cama. Pocas veces experimentamos la
conciencia de nuestra libertad como en los sueños lúcidos, donde uno sabe que
está en territorio soberano y campa a sus anchas por esa jurisdicción ilimitada del yo. Así
me ocurrió. Mientras afuera relampagueaba, quién sabe si inducido por la
cadencia de truenos y tuberías, me fui adormeciendo hasta quedar flotando en el
limbo entre la vigilia y el sueño. Con tales estados ambiguos, la literatura
paranormal ha hecho su agosto, y no me extraña: sin salir de la oscuridad del
cuarto, los sentidos se agudizan, la realidad multiplica sus píxeles y el
entorno deviene imprevisible y palpitante, como una psique encarnada o un alma vuelta
hacia afuera. Aprovechando esta atmósfera hipnagógica (de hypnos y agogos, “de
tránsito hacia el sueño”) decidí convertir mi colchón en una mina insólita de
donde extraer todo tipo de objetos inventados sobre la marcha. Hurgando en el
lecho, pensé en una estrella, y he aquí que una forma de estrella apareció
entre mis manos cual juguete mineral. También evoqué la dulzura, y al instante
saqué del seno de la cama una golosina líquida, un néctar con sabor a fresa
deliciosa. Pero antes de proseguir con mi Génesis doméstico, me tentaron los
confines del cuarto. Escuché un rumor y levanté la vista para comprobar si
había algún visitante de dormitorio, estos seres siniestros que gustan de
presentarse cuando el soñador está en su fragilidad de duermevela. Primero atisbé
un fogonazo blanco, como si la tormenta hubiera preñado la habitación, y
enseguida la puerta se abrió con un largo chirrido. Siempre tienen que venir a
aguarnos la fiesta.
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