09 abril 2012
‘Take shelter’: cariño, he visto el fin del mundo
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8
En enero de 2011, miles de pájaros murieron misteriosamente
en el sur de Estados Unidos. Las aves alfombraron
las calles de Beebe, Arkansas, y a los ornitólogos se les pidieron competencias
bíblicas. Se dijo que podía ser debido a las bajas temperaturas, a los fuegos
artificiales o a algo tan prosaico como una mala digestión. Las teorías se
fueron sucediendo unas a otras. Pero ahí quedó la imagen siniestra, repetida en
enero de 2012, con el correspondiente material gráfico, conectando las pesadillas milenaristas americanas con las
escenografías de Hitchcock o M. Night. Shyamalan.
¿Augurio o paranoia? La inminencia de la fecha maya del fin
del mundo, tan jugosa para el márketing apocalíptico (bravo por el centro
comercial Gran Via 2 de Barcelona: “Si se acaba el mundo, que te pille de
rebajas”) nos devuelve ahora a la butaca del cine, pero bien lejos de la
evidencia destructiva y operística de propuestas como ‘2012’ o ‘El día de
mañana’. Lars von Trier ya nos demostró no hace mucho (‘Melancholia’) que el
fin del mundo puede ser tanto más desgarrador y terrible cuando se vive en la
intimidad personal, y en esa mezcla desasosegante de géneros es donde toma el
relevo Jeff Nichols con su segunda película, ‘Take shelter’ (ponte a cubierto).
Aquí el accidental testigo del fin del mundo es un obrero
rural de Ohio, de modo que los estilizados paisajes nupciales de Von Trier dan
paso al acerado realismo y al tráfago de maquinarias de una aislada comunidad
norteamericana. Michael Shannon da vida a este trabajador común, Curtis
Laforche, que se ve asaltado por extraños sueños con magnas tormentas, lluvias
amarillentas y caóticas bandadas de pájaros, mientras una intensa Jessica
Chastain borda su papel de esposa asombrada, frente a una hija pequeña (Tova
Stewart) cuya fortuita sordera la mantiene aún más ajena a las ansiedades de
sus progenitores.
Navegando hábilmente entre los terrores apocalípticos y una
llana descripción de la locura, a veces con largas escenas que piden un
tijeretazo, Jeff Nichols nos muestra el descenso de Curtis a sus infiernos
psicológicos, y el descenso físico al refugio anti-tormentas que se pone a construir
con febril diligencia bajo la finca familiar. La improvisada guarida nos deja una escena antológica,
de altísima tensión, cuando llega la hora de abrir la trampilla para comprobar
si la tormenta ya ha pasado o no: el loco, el visionario, se acerca a los
confines de su mundo carcelario cual Jim Carrey en ‘El show de Truman’, cuando
palpaba con paso trémulo ese cielo de cartón. Construye tu refugio, abastece tu
iglú, ponte a cubierto, decían los antiguos estoicos. Preceptos que vuelven a
resonar con fuerza en la actual tormenta perfecta, que ha invalidado
a meteorólogos y a economistas.
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