24 abril 2012
‘Los Juegos del Hambre’: Barbie contra el sistema
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 4,5
Empiezo con una confesión. He ido a ver esta película por
eso que los americanos llaman efecto
Bandwagon, que es la manera sofisticada de decir que soy un borrego. El “efecto
arrastre” hace que los ciudadanos indecisos, por ejemplo ante unas elecciones,
suban al carro ganador, impelidos por el miedo al aislamiento: afuera hace
mucho frío. Me he convencido de que soy uno de esos ciudadanos, un espectador Bandwagon, que se apresura por pagar 8
euros y empadronarse en aquel territorio simbólico del que todo el mundo
hablará en lo sucesivo.
Así que, recordando mis años de ausencia en el mundo de los
vampiros crepusculares, que tanto está modelando los cerebros de la generación
ESO (servidor es un mohicano del último vagón de BUP), cogí mis aparejos y me
fui a visionar la nueva saga juvenil digna de tal nombre, el nuevo reflejo –dicen-,
de la juventud indignada y desasida por los coletazos de la crisis económica.
Un Crepúsculo crecido y politizado, sacado
esta vez de las novelas futuristas de Suzanne Collins.
Me concederán que el argumento tenía su garra. En un futuro
no muy lejano, América se ha venido abajo y la minoría rica, ataviada según los
modos decadentes de la corte de María Antonieta (pasada por la brocha de Lady
Gaga), organiza concursos anuales para sacar de la miseria a un joven del
extrarradio. La Gran Depresión convertida en espectáculo. Un reality show a vida o muerte. Un circo
romano poscapitalista donde sólo puede quedar uno. Los Juegos del Hambre.
Claro, como diría el poeta, esto es demasié pa’l body. La
premisa es demasiado radical para el público ávido de palomitas, y demasiado
pesimista para los buscadores de relatos con alma 15-M. La opción del director
Gary Ross ha sido desoladora. A los primeros no les ha concedido el espectáculo
vibrante, lujoso y sexy que la ocasión merecía: el producto es feo y aburrido
hasta decir basta, y le viene grande la pesadilla violenta del todos contra todos. Y a los segundos, a
los que quisieran una fábula antisistema, el director del invento les ha dejado
con un palmo de narices, promocionando a una supuesta heroína del suburbio (Jennifer
Lawrence), que termina siendo una Barbie trivial, una Cenicienta-princesa sin
más discurso que su kit de arcos y flechas.
¿Y yo, espectador, lo podía haber evitado? Afirmativo. Quejarse en este momento es como
votar a Eduardo Manostijeras y después protestar por los recortes. Maldito Bandwagon.
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