28 marzo 2012
Bruselas: la portera rara de Europa
Por Joan
Pau Inarejos
Diario de viaje 23-25 marzo 2012
Joan Pau, Jose y Javi
No es muy épico para una ciudad que su principal icono sea
un niño meando, aunque los catalanes poco podemos decir al respecto, con
nuestro caganer defecando sobre las
solemnes fiestas navideñas. El Manneken Pis nos recibe como anfitrión
escatológico de Bruselas y sobre todo como criatura engullida por el Herodes
del turismo: a escasos metros se alzan otros tantos Manekken Pis hechos de
chocolate, mucho más grandes y fotogénicos que el triste y oxidado cupidillo.
Más allá de la diplomacia urinaria, la pobre capital belga también
arrastra el sambenito de su desgobernanza lingüística y europea. Brussel o Bruxelles, capital de una diminuta nación mal avenida y a la vez
hogar de Europa y de la OTAN, algunos la imaginan como un agujero gris en el
alma del continente. A la vera del Parlamento comunitario, con su silueta de
gramola gigante, no asoma la grandeur
parisina ni la elegancia fluvial de Amsterdam. Más bien una silenciosa tristeza
invernal entre su procesión de banderas, mientras una mujer de bronce levanta
el símbolo del euro como si le persiguiera la mismísima prima de riesgo.
Pero de las patrias pequeñas salen las mejores
excentricidades o, por volver nuevamente el imaginario catalán –que también sabe mucho de
estrecheces bilingües- en el pot petit hi
ha la bona confitura. Esta rareza hace de Bruselas una ciudad bifronte
entre lo burgués y lo surrealista, perdida en los ensueños vegetales del art nouveau y a la vez entretenida en
las viñetas del cómic (bande dessinée),
un microcosmos donde las pesadillas solitarias de René Magritte conviven con el
tupé exportable de Tintín. Además, lejos del gris burocrático, la tan
subestimada urbe no anda corta de belleza señorial, con la soberbia Grand Place
y su desfile de hastiales caprichosos, o la magnificencia romana y barroca de
la iglesia de Saint-Jean Baptiste, todo regado con el alma cervecera y juvenil
de sus noches, como corresponde a las urbes centroeuropeas y erasmistas (de los
Erasmus universitarios, claro).
A la postre, el puzzle bruselense quedaría incompleto sin su
dibujo mestizo –el barrio de Ixelles- y sus ramalazos de gigantismo: véase el
asombroso Atomium, en las afueras de la ciudad, la monumental molécula que en
el día de nuestra visita cobijaba bajo sus titánicas esferas de acero una
algarada amarilla de futboleros, quién sabe si celebrando o deseando una
victoria en el vecino estadio de Heysel. La estructura de 103 metros fue diseñada
en 1958 por André Waterkeyn, aunque podía haber salido perfectamente de las
manos de Claes Oldenburg, con su Pop Art monumental que convertía cerillas o
cucharas en imponentes tótems urbanos. Y lo de meterse dentro de un átomo para
ver la ciudad vendría a ser un cruce vertiginoso entre la física cuántica y las aventuras freaks de El chip prodigioso. Hoy sabemos
que existen partículas aún más pequeñas que el átomo, así que los arquitectos
de la vieja Bruselas tienen, si se lo proponen, otro reto excéntrico.
por JOAN PAU INAREJOS
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