02 marzo 2012
HUÉRFANOS DE LA MUERTE
El mundo bajo los párpados
Jacobo Siruela (2010)
Hemos perdido esa fresca naturalidad de vivir y morir de los
epicúreos; hoy la obsesión es separar la muerte de la vida
¿Por qué inquietarse?, pregunta Epicuro: mientras esperamos
la muerte, la muerte no existe, y cuando llega, somos nosotros los que ya no
existimos (…) ¿No es esta la elegante fórmula epicúrea que intentó recoger el
pensamiento burgués del siglo XIX como pauta de vida? En efecto, pero qué lejos
se encuentra el vacilante epicureísmo moderno de aquel limpio y vigoroso
ejercicio de libertad suprema que el filósofo griego pretendía enseñar a sus
alumnos en su Jardín. Hace ya mucho tiempo que perdimos por completo esa fresca
naturalidad de vivir y morir, esa firme determinación sin trabas que
caracterizaba la actitud de los antiguos epicúreos. Desde que la biología
decretó cuáles son los límites de la muerte, su contrapartida ha sido la
angustia ante la nada (…). Prueba de ello es esta escrupulosa obsesión por
separar la muerte de la vida, claro indicativo de que el pensamiento epicúreo
goza ya de muy chatas y endebles convicciones y es incapaz de aplacar la sorda
angustia que produce (..).
“Cuando se trata de simulacros, la imago mortis aparece multiplicada
hasta la náusea, pero cuando la muerte es real, irrumpe el horror y se intenta
ocultar; la familia y los médicos se apoderan de la situación y el moribundo
pierde sus derechos”
El único contacto con la muerte que le queda a nuestra época
es la sorda ansiedad que produce. Si dispusiéramos de un mito de la muerte,
como tenían los antiguos, no sucedería esto; el sacrificio que sufrieron las
antiguas religiones en las aras empíricas de la Ilustración es el precio que
hemos tenido que pagar por la evolución que ha sufrido la conciencia a lo largo
de su desarrollo histórico. Pero este logro del hombre moderno se desinfla por
completo cuando toca dar una respuesta emocional adecuada a la negra
perspectiva de la muerte (…).
De la presencia natural y solemne que tenía el óbito entre
nosotros, hemos pasado al vacuo y monótono rumor virtual que deja el torrente
de cadáveres y asesinatos vomitados diariamente por los medios audiovisuales.
Cuando se trata de simulacros, la imago mortis aparece multiplicado hasta la
náusea, pero cuando la muerte es real y hace una inesperada aparición concreta,
entonces irrumpe el horror y se la intenta ocultar a toda costa con la mayor
mojigatería. La familia y los médicos se han apoderado de la situación, y, como
explica Ariès, su misión es la de disimularle a toda costa al enfermo la
posibilidad de fallecer, lo cual produce la grotesca situación de ser tratado como
a un menor de edad. El triunfo progresivo de la medicina ha logrado reemplazar
la figura del moribundo por la del enfermo. Como dice el historiador francés: “Si
la antigua liturgia honraba a los muertos, la nueva se dirige a los vivos”: el
moribundo ha sido despojado de sus antiguos derechos (..). Ahora (…) al no
disponer de ningún recurso refinado, nos sentimos perdidos ante algo tan crudo
y duro, y cada cual tiene que buscarse la muerte como puede.
El mundo bajo los párpados
Jacobo Siruela (2010)
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