28 marzo 2012
‘Luces rojas’: juguete de lujo
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8
Rodrigo Cortés nos metió en una tumba y ahora nos lleva… ¿al
más allá? Arriesgado viaje: viniendo de aquel thriller
rompedor y compacto sobre un hombre enterrado en vida (‘Buried’), podíamos temer una deriva hacia la pura
gaseosa psicometafísica. Pero el gallego ha vuelto a asombrarnos. Aun con sus
meandros dramáticos y sus innecesarios empachos de guion, ‘Luces rojas’ es un
artefacto original, entretenido, sugerente y soberbiamente facturado. Un
juguete de lujo.
Claro que sus padrinos no son unos cualesquiera. Sigourney
Weaver y sobre todo Robert de Niro confirman su condición de tótems del
estrellato hollywoodiense, capaces de interpretar y convencer la pantalla con
su sola presencia envolvente. Ella, siempre enfundada en el traje de heroína de
la ciencia-ficción, esta vez como investigadora de fraudes paranormales. Él, como un mentalista de fama mundial, Simon Silver, gozosamente siniestro
y al mismísimo filo de la parodia (porque él lo vale), en el papel de un Anthony Blake global. Sin olvidar a Leonardo Sbaraglia
como fenomenal iluminado de tres al cuarto.
No faltan los desafíos icónicos –la jefa es una mujer, la
doctora Matheson, mientras que el becario-azafato es un hombre, el joven
Cillian Murphy-, ni la estética vintage
de las universidades y las polvorientas cintas de grabación, ni sobre todo una
puesta en escena sólida como una roca, propia de los maestros más veteranos,
desde el inicio hitchcockiano o la desquiciante visita al consultorio del
mentalista (cuán cerca de ‘Shutter Island’) hasta el frenazo en la carretera
ante una inquietante mendiga, pasando por la pavorosa operación perpretrada por
Simon Silver a vientre abierto (buf) o esos pájaros, otra vez hitchcockianos,
impactando violentamente contra el cristal…
Rodrigo Cortés nos lanza a una compleja y desasosegante
búsqueda de la identidad, a través de la certera denuncia de estos farsantes y telepredicadores
que tanto frecuentan las terminales mediáticas del capitalismo secularizado (Goya
diría que el sueño de la razón produce monstruos, y Chesterton que cuando no se
cree en Dios, se cree en cualquier cosa), aunque, atención, respetable público,
el suelo narrativo que pisamos se transmutará radicalmente. Ojo a la pantalla.
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