01 febrero 2012
‘300’ (2007): cuando los griegos rescataban Europa y no a la inversa
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE
CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Últimamente se habla de medidas espartanas para combatir la crisis:
austeridad, dureza, carácter expeditivo, parecen las virtudes que mayormente
han orlado el paso por la historia de este pueblo griego. Y a la espera de que
alguien descubra una raigambre helénica en el ADN de la férrea Angela Merkel (no
me digan que no sería un acto de justicia poética para los machacados europeos
del Egeo), el uso y abuso del epíteto se antoja la excusa perfecta para
revisitar una de las últimas incursiones del cine en la ciudad-estado de los guerreros
indomables.
Que ‘300’ es una borrachera estética se
ha dicho hasta la saciedad y es rigurosamente cierto: Zack Snyder, el próximo
resucitador de Superman, adapta la novela gráfica de Frank Miller con un brío asombroso,
saturando cada plano con violentos claroscuros, cromatismos dorados y majestuosas
ralentizaciones, alternadas con aceleraciones videocliperas. La batalla de las
Termópilas entre espartanos y persas, que muchos recordamos como una borrosa
línea en el libro de historia, apenas es un pretexto para bastir un grandioso
ejercicio de barroco digital. Y a mucha honra.
Muchas son las filigranas y
monstruosidades que aguardan al espectador de este péplum hiperpixelado, desde
la apabullante lucha entre Leónidas y el lobo gigantesco (esa sombra de la
bestia parda, frente al pequeño aprendiz de guerrero) hasta la no menos
imponente muralla de cadáveres usada por los espartanos como trampa macabra,
pasando por la hipnótica danza acuática del oráculo, o esos mares espesos y oscuros que contemplamos perplejos como si nos hubieran inyectado oro
líquido en la retina...
Por supuesto, mención aparte para una
de las parejas de antagonistas más pasadas de vueltas que se recuerdan: el tosco
y barbudo Leónidas (Gerard Butler) frente a un rey Jerjes (Rodrigo Santoro)
decididamente travesti e insinuante, confirmando la antiquísima convicción de
que los habitantes de Oriente son unos sibaritas decadentes, más bien con pocos
tapujos carnales, que se complacen al son de las flautas entre los
almohadones de los fumaderos. Viva Esparta manque
pierda.
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