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12 febrero 2012
'Declaración de guerra': sin tregua contra los tópicos
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE
CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
El estallido de la guerra de Irak da nombre a este drama
familiar, nada bélico si no es en su ofensiva insobornable contra los tópicos y
los eufemismos. Con el lejano telón de fondo de los bombardeos en Bagdad, la
historia real sufrida por la directora y protagonista Valérie Donzelli y su
compañero Jérémie Elkaïm lleva a la gran pantalla una de las más terribles
vivencias posibles, la enfermedad de un niño que está empezando a vivir. Y lo
hace con una frescura cuanto menos sorprendente.
Sobrevolando el melodrama como esas sillas de feria que
aparecen en la película, ‘Declaración de guerra’ discurre como un cuento
contemporáneo de aires documentales. Lo demuestran ya sus protagonistas, que se
llaman Romeo y Julieta, pero son lo más opuesto a dos donceles míticos que se
dan cita en los balcones a la luz de la luna. Comunes, desiguales, fumadores
empedernidos, estos padres podrían ser cualquiera de nosotros, a diferencia de
la mayoría de pobladores de la ficción cinematográfica, y la historia enfrenta
sus vidas ordinarias a un suceso extraordinario: el pequeño Adam padece una
grave dolencia cerebral.
Con un plantel de secundarios palpables como la miga del pan
(mención especial para las abuelas
lesbianas Brigitte Sy y Elina Löwensohn), asistiremos con el corazón en un
puño al docudrama médico del bebé, desde que empieza a dar extraños síntomas
hasta las desesperadas carreras por los hospitales de París y Marsella, donde
lo dramático se trenza a veces con lo cómico: véase a la pediatra cogiendo por
error el teléfono de juguete, o a los padres rezando divertidos para que el
niño no les salga “ciego, sordo, marica, negro y votante del Frente Nacional”.
Donzelli huye por completo de cualquier pretenciosidad o
repetición de vicios, como si no existiera el cine antes de esta modestísima película (muy propio que el bebé se llame Adán).
Y huye físicamente, en una de las escenas más brillantes, cuando acaba de
recibir el diagnóstico de su hijo y emprende una fuga desgarrada por los
pasillos, con una cámara que se vuelve loca y una sorda música electrónica ilustrando
su moderno grito de Munch. Poca banda sonora y excelentemente usada.
Una lástima que en el tramo final los sucesos se atropellen
con una larguísima elipsis, que rompe esa con-vivencia
en directo del espectador con los personajes, esa empatía que nos hace
sentir cada acontecimiento como algo propio, y preguntándonos si tendríamos la
misma fortaleza que Julieta, cuando Romeo le pregunta “¿Por qué a nosotros?” y
ella le responde lacónicamente: “Porque somos capaces de superarlo”.
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