20 febrero 2012
'Shame': cárnicas Brandon
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE
CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota:
7,5
Los que trabajan con la carne terminan aborreciéndola. Lo
saben los carniceros, hastiados de cortar chuletones y manipular lomos
ensangrentados. Y lo saben dramáticamente quienes comercian con la carne
humana, ya sea para ganarse la vida o para saciar una dependencia que teníamos
asociada a cuatro yuppies y a Michael Douglas: la adicción al sexo.
Poca broma. Nada más lejos de la ironía playboy, nada más
separado de la risita de oficina o de la mirada complaciente. En este Hollywood
tan propenso a pagar fortunas por planos de tetas y culos, resulta que han
hecho uno de los retratos más siniestros de la sexualidad cuando ésta es una
bestia devoradora de la psique y de la propia identidad. Véase a Brandon, un
atractivo ejecutivo, amable y resultón, que deja de ser él cuando entorna esos
ojos trastornados (penetrante Michael Fassbender, y perdón por el epíteto) y se
lanza en brazos de su obsesión orgásmica con todo tipo de parteneres, empíricos
o virtuales.
En un modo extremo, ‘Shame’ da cuenta de los efectos que puede tener la
privatización absoluta de lo erótico. El apartamento de Brandon se convierte en
un búnker del placer, perfectamente rutinizado y autosuficiente, con todo bajo
su control salvo una cosa: que llegue el Otro para desmontar el invento. Ese prójimo
candoroso, ese inesperado visitante que no es objeto sino palpitante sujeto con
quien convivir, irrumpirá con las facciones de su hermana Sissy (Carey Mulligan),
con una mochila de desarreglos emocionales que pesará demasiado en el iglú
narcisista de Brandon, súbitamente perturbado.
Como era de prever, el choque entre los dos neuróticos hará
saltar chispas, y el drama irá aflorando fatalmente sin menoscabo de una
lánguida elegancia formal. El director Steve McQueen nos deja largos planos de
brillante profesionalidad y tersura, desde esa cama deshecha donde aparece el
título de la película hasta el dilatadísimo travelling por Nueva York,
siguiendo la carrera nocturna del hombre que huye de sus fantasmas, sin pasar
por alto la tristísima interpretación del New
York de Sinatra o el orgasmo más deprimente que se ha filmado en tiempo
real. A este descenso a los infiernos sexuales sólo le hubiéramos pedido algo
más de ritmo narrativo, que pasaran más cosas antes de un final excesivamente rendido y deshilachado. Sea como sea, una cosa está clara: películas como esta no harán subir
la natalidad.
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