08 febrero 2012
Un bebé en la Fundació Tàpies
por JOAN PAU INAREJOS
“Oi que t’agrada en
Tàpies?”. Una anciana hablaba con un bebé llevado en cochecito, con quien se
acababa de cruzar. Mirada algo atónita de los jóvenes padres, por la
indiscreción de la dama con aspecto de viuda solitaria. “Ben segur que ell ens
l’explicaria! Fa una cara… Guaita com se’ls mira, els quadres!”. Papá y mamá
relajaron entonces el gesto y entraron al trapo de la amable fabulación,
mientras la señora proseguía: “Almenys me’ls podria explicar a mi, que ja sóc
vella… Tu acabes d’arribar, però jo ja me’n vaig, noi!”. El chiquillo apenas se
sonreía desde su lecho acolchado.
Quién sabe si a
Antoni Tàpies le hubiera complacido la comprensión clarividente de un niño de
seis meses, frente al gesto fruncido de tantos adultos cargados de cánones y
ataduras. En cualquier caso, aquella tarde la ola de frío había dado tregua a
los visitantes del edificio de la calle Aragó de Barcelona, una coalición de
estetas, curiosos y turistas mediáticos que coincidían para homenajear al
artista a los dos días de su muerte. Funeral laico en el museo, mientras el
cuerpo se incineraba en el crematorio de Collserola. Unas cenizas ausentes que
acaso serían evocadoras para un imposible cuadro póstumo del señor
de la materia, como la prensa italiana ha tenido a bien recordarle.
Sobre una tribu de
cabezas variopintas, con siluetas de rastas, de boinas y de cámaras de
televisión, retumbaba la voz de un argentino. El joven fornido y moreno
peroraba sobre el arte contemporáneo y los males de la televisión: “en las
casas hay encendida mucha porquería”. Dos amigas japonesas leían en voz alta “velnís
soble fusta” (sic), y era poco probable que supieran lo que estaban
diciendo con su estridente gimnasia fonética, enfrentadas al cuadro de un
cuerpo borroso y anaranjado. Algo más lejos, un señor contorsionaba la cabeza
para leer unos recortes de prensa invertidos en un collage de gran formato.
Eran páginas antiguas de La Vanguardia, con un titular entre
tantos de fortuita actualidad: “Fórmula para volver a las vacas gordas” (al
parecer alguien la tiene, y desde luego no está en el Fondo Monetario
Internacional).
En el improvisado
vecindario que poblaba los dos pisos del museo, cada cual se peleaba con los
lienzos como podía. Los obsesos del significado buscaban violines y radios de
galena en una nube de garabatos; había quien veía “momentos meditativos”, como
el que escucha una sinfonía de Bach, mientras los más derrotados se confesaban
escuetamente: “pues yo no veo nada”. Dos muchachas orillaron cualquier lectura
y sencillamente sacaron el Iphone para fotografiarse junto a un pantalón
putrefacto. ¡Que baje Amancio Ortega y lo vea! Y ya de paso, podría dar una
ojeada a la vecina tienda de su filial Massimo Dutti, donde un grafitero
espontáneo había escrito un sucinto “Antoni Tàpies 1923-2012”. ¿Lo borrarán, o
será una pátina de prestigio para promocionar la colección otoño-invierno?
El fragor seguía en
las salas de la pinacoteca, con flashes intermitentes, expedicionarios de la
tienda de souvenirs que se interesaban por un recortable del ‘Núvol i cadira’ o
una mujer ansiosa que parecía querer llevarse toda el alma de Tàpies en su
Casio digital. Otro niño, éste ya en edad de caminar, parecía ajeno a todo el
ajetreo y vagaba libremente con una sonrisa inmarcesible. Para él, el museo no
es más que un espacio donde jugar y expandirse. El pequeñuelo se acercó a una
mesa y de pronto saludó con la mano a los visitantes que hacían cola para
firmar en el libro de condolencias.
JOAN
PAU INAREJOS 8 FEBRERO 2012
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