01 diciembre 2011
'Un método peligroso': la guerra fría del inconsciente
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE
CINE: LABUTACA
por
JOAN PAU INAREJOS
Nota: 6,5
Sigmund Freud está en el olimpo del siglo XX. Para bien o para mal, el
padre del psicoanálisis tiene la categoría de icono pop, y su efigie barbuda,
puro en mano, compite con el Che Guevara o con la mismísima Marilyn Monroe
(cuyas faldas aireadas quizá hubieran enriquecido las tesis sobre la libido).
Leído o sabido, conocido o malconocido, tanto o más adulterado que los arriba
citados, Freud no necesita presentaciones. Por eso uno de los méritos de la
fría película de David Cronenberg y por ende de la obra teatral que le precede,
es reivindicar en la gran pantalla a su alumno más brillante, el que osaría
romper las tablas para emprender su propio camino: Carl Gustav Jung.
Fenomenalmente interpretado por Michael Fassbender, Jung aparece como la
quintaesencia del intelectual inquieto y maravillado: frente al cinismo
petulante de su maestro austriaco, convencido del origen sexual de todos los
trastornos humanos (no menos magnífico Viggo Mortensen), el pupilo suizo siente
el empeño juvenil ya no de diagnosticar, sino de convertir a los pacientes en
aquellas personas que realmente desean ser, lo que le valió y
le sigue valiendo acusaciones de chamán y santón. El inconsciente no es para
Jung el cuarto oscuro de los traumas sino nada menos que “la simiente de la
personalidad” (Ira Progoff);
no un vertedero sino un mundo en potencia.
Agarrando por los cuernos el meollo teórico aunque sin terminar de atar los
cabos, ‘Un método peligroso’ se centra en el careo teatral entre los dos
genios, que llenan el metraje de una densa verborrea, alguien dirá que poco
cinematográfica, si bien Cronenberg esculpe momentos de alta maestría escénica;
ahí está el experimento al que Jung somete a su esposa, donde la asociación
automática de palabras revela un matrimonio herido y disfuncional.
Y, en medio del fuego cruzado, Kira Knightley encarna con una entrega
admirable a la joven neurótica y sadomasoquista que sacudirá definitivamente
sus seguridades familiares e intelectuales. Una amante perturbadora, de cuño
quizá demasiado tópico, pero que bien podría personificar el ánima teorizada
por el suizo, es decir, “lo vivo en el hombre", aquello que "convence
de cosas increíbles para que la vida sea vivida” y que pone trampas constantes
para que el hombre no se despegue de la tierra y se arañe hasta sangrar si es
preciso. Habla Jung: “Si no fuera por la vivacidad y la irisación del alma, el hombre se
habría detenido dominado por su mayor pasión: la inercia”.
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