30 diciembre 2011

EL UNIVERSO, AZAR O DISEÑO


Juan Luis Ruiz de la Peña
Teología de la creación (1988)


LÍMITES DE LA CIENCIA
“Habrá siempre una ‘terra incognita’ donde la ciencia no puede penetrar; decía Ortega que el conocimiento científico es exacto, pero incompleto y penúltimo; Y la teología no debe replegarse, sino confrontarse con él para enterarse de cómo están las cosas ahí fuera”

La refutación del dogmatismo positivista, la postulación de una nueva alianza entre ciencia y filosofía, el reconocimiento del carácter velado, enigmático, de la realidad y, consiguientemente, de la pertinencia de lecturas no exclusivamente científicas de la misma, despeja el camino para la convalidación del discurso religioso como capaz de verdad e inteligibilidad (…). Hay todavía, y habrá siempre, una terra incognita en la que el discurso científico no puede penetrar, porque su utillaje no está hecho para explorarla, y de la que proceden los interrogantes que planean crónicamente sobre el hombre (…). Decía Ortega que el conocimiento científico es exacto, pero incompleto y penúltimo. La racionalidad más acrisolada no es la que se detiene en lo penúltimo o escamotea lo último. La razón más racional, la única razonable, será aquella que acepte el reto de las últimas preguntas y ensaye (eso sí, con temor y temblor) respuestas esclarecedoras (…).

Las ciencias han de recibir de la teología la incansable notificación de sus límites, que les impedirá incurrir en el pecado de absolutizarse (es decir, de desnaturalizarse dogmatizándose). Y la teología ha de confrontarse permanentemente con las ciencias, sobre todo con la física y la biología, mas no ya para replegarse sobre sí en una apologética crispada y, al fin de cuentas, estéril, sino para enterarse de cómo están las cosas ahí fuera; o, como ha quedado dicho más arriba, para saber en qué mundo vivimos.

EL UNIVERSO INFINITO
“El sentimiento del hombre se resiste ante la hipótesis de que el universo no dure infinitamente; quien no creyera ya en una vida eterna, tenía que creer en una duración infinita del mundo material”

Von Weizsäcker ha apuntado agudamente el trasfondo teológico de la tesis que sostiene la infinitud del universo: “el sentimiento del hombre moderno se resiste ante la hipótesis de que el universo no dure infinitamente. ¿Por qué? El sufrimiento del hombre ante la caducidad parece ser tan grande que necesita creer en algo inmune a la aniquilación para poder vivir. Quien no creyera ya en una vida eterna, tenía que creer en una duración infinita del mundo material” (…).

RELOJES O NUBES
“¿Vivimos en un mundo de relojes predecibles o en un mundo de nubes fluidas y cambiantes?”

En uno de sus trabajos más sugestivos [‘Conocimiento objetivo’], Popper se pregunta cuál es la parábola más apropiada de nuestro mundo, si el reloj o la nube. ¿Vivimos en un mundo de relojes (estructuras físicas inflexibles que funcionan de modo tan inexorable como predecible), de suerte que, conocida exhaustivamente la situación inicial (t=O), puede preverse con exactitud matemática cualquier situación posterior (t=O+n)? ¿O más bien habitamos un mundo de nubes (entidades fluidas, cambiantes, imprevisibles), dotado de una inagotable reserva de sorpresas emocionantes?

¿EL FUTURO CERRADO?
“El determinismo supone que el tiempo está cerrado, pero eso haría al futuro ‘redundante’, ‘superfluo’, ‘como el pollo está contenido en el huevo’…. En realidad, el universo es más shakesperiano que newtoniano”

El determinismo supone que ambos [pasado y futuro] tienen una estructura simétrica: el pasado está cerrado y el futuro también, puesto que está totalmente prefijado por aquél (…). En una conversación con Einstein, como éste mostrase su simpatía por el determinismo, Popper le hizo ver que en esa hipótesis el futuro sería “redundante”, “superfluo”, al estar tan fatalmente precontenido en el pasado “como el pollo está contenido en el huevo” y el tiempo sería una ilusión, lo que contradecía el realismo einsteiniano, opuesto a todo idealismo o subjetivismo. Esta reflexión, recuerda Popper, hizo mella en su interlocutor, que no se había dejado impresionar hasta entonces por otros razonamientos antideterministas (…).

Einstein pasó de la negación de la libertad, consecuente de la opción determinista, a su afirmación categórica. Las razones de este giro copernicano no fueron científicas ni metafísicas, sino éticas: la tragedia del holocausto judío en la Alemania nazi. A partir de aquí habría que mostrar que el indeterminismo solo tampoco basta para fundar la libertad humana; que entre el reino del azar –indeterminismo puro- y el de la necesidad –determinismo puro- se alza el reino de la libertad, que incluye el postulado de la finalidad y que aporta al universo abierto un novum inédito: el propósito, el designio inteligente, la decisión elegida, no forzada (…). Este [el universo] se nos aparece, por tanto, como una magnitud sin centro ni eje; el mundo es “policéntrico, acéntrico, excéntrico, diseminado, disperso… Es más shakespeariano que newtoniano” (E. Morin).

EL MILAGRO DE LA VIDA
“La probabilidad de que se produzca una de las 200.000 proteínas es igual a la que tiene una persona de resolver a ciegas el cubo de Rubik; pensar que la vida se ha levantado al azar es tan irracional como esperar que un tifón recomponga un Boeing”

El cálculo matemático de índice de probabilidad que tiene la vida, caso de deberse al puro azar, ha sido hecho por Hoyle con tanto ingenio como eficacia: la probabilidad de que se produzca por casualidad ‘una sola’ de las 200.000 proteínas que se dan cita en el cuerpo humano es igual a la que tiene una persona de resolver a ciegas el cubo de Rubik; pensar que el edificio de la vida se ha levantado al azar es tan irracional como esperar que un tifón recomponga correctamente un Boeing 747 despiezado y convertido en chatarra. [Hoyle, ‘El universo inteligente’].

AZAR O DISEÑO
“Darwin oscilaba entre el azar y el diseño (‘estoy metido en un embrollo’); sin embargo, no podría aventurarse que Dios sí juega a los dados, es decir, deja a la materia desarrollar las diversas posibilidades?”

Como es sabido, el propio Darwin oscilaba perplejo entre la hipótesis del azar y la del diseño: si ésta le parecía excesiva, aquélla la reputaba insuficiente, agregando que atribuir las variaciones biológicas al azar es un modo de admitir lagunas del saber científico. “Estoy metido, y lo estaré siempre –confiesa Darwin- en un embrollo irremediable” (…).

Sin embargo, y operando con una hipótesis límite, ¿no podría invertirse la famosa frase de Einstein y aventurar que, en este universo, Dios sí ha querido jugar a los dados, es decir, dejar a la materia explorar las diversas posibilidades y desarrollar una? Fenomenológicamente, el mundo sería el resultado de procesos aleatorios; fenomenológicamente porque, en último análisis, el curso y al desembocadura factuales de la cosmogénesis estarían previstos y queridos por la inteligencia divina.

LA FÍSICA CUÁNTICA Y LA ESPIRITUALIDAD
“No puede fijarse una partícula sin el observador; el hombre queda entronizado de nuevo, de donde lo había desplazado Copérnico; se ha llegado a decir que los componentes últimos de la realidad son entidades espirituales (Whitehead)”

La física cuántica ha establecido un apretado nexo entre lo físico y lo psíquico al afirmar que no puede fijarse la posición de una partícula sin la intervención del observador: el hombre queda así entronizado de nuevo en el centro del universo, de donde lo había desplazado Copérnico (…)

No es extraño, pues, que en el límite se haya llegado a decir que los componentes últimos de la realidad física son entidades espirituales (Whitehead) (…). Es decir: lo más exquisitamente físico sería a la postre un entramado de formas matemáticas puras. En resumen, los hallazgos de la física cuántica están confiriendo a la materia un sesgo surrealista; la “materialidad” de las cosas es soluble en ecuaciones hasta desembocar en la pura inmaterialidad de un componente de cuadrivector en un espacio-tiempo curvo. ¿Cómo no recordar al respecto la célebre boutade de Russell?: “la materia, como el gato de Chesire, se ha tornado cada vez más diáfana, hasta que no ha quedado de ella más que la sonrisa provocada por el ridículo de ver a quienes aún piensan que sigue ahí”.

Juan Luis Ruiz de la Peña
Teología de la creación (1988)

No hay comentarios: