06 agosto 2005

Nacido sobre la ruinas


















El sacrificio de Abraham, considerado desde el estadio ético, es el acto de un hombre, criminal o loco, que estuvo a punto de matar a su hijo. Es verdad que, ante Dios, Abraham fue el ‘caballero de la fe’ y no un criminal ni un loco, porque Dios ha suspendido para él, teológicamente, la vigencia de la moral. Sí, pero eso sólo lo saben, sólo pueden saberlo, Dios y Abraham. Nadie más que éste ha oído el mandato, nadie más ha escuchado esa voz. La actitud moral y la actitud religiosa no pueden darse juntas porque se excluyen mutuamente. Nicolai Hartmann es quizá el filósofo moderno que más ha subrayado esa pretendida e inconciliable ‘doble verdad’ de la ética y la religión. En efecto, para él aquello que Heráclito llamaba la ‘guerra’ y que era el ‘padre y rey’ de todas las cosas, es característico de la realidad ética. El conflicto, la disarmonía, la antinomia insuperable, constituyen un valor moral fundamental.

Las antinomias más graves entre ética y religión son las que conciernen al problema de la libertad. “La redención”, escribe Hartmann, “es abandono de la libertad”. La ética no puede admitir ninguna redención. El hombre tiene que ‘salvarse’, tiene que justificarse, en el plano de la moral, por sí mismo. “La nostalgia de la redención es un signo de bancarrota interior. La religión edifica su obra de redención precisamente sobre esta bancarrota. Hartmann no niega la licitud de albergarse en el templo de Dios, pero entiende que este templo religioso se levanta sobre las ruinas del templo laico del deber moral.

José Luis López ARANGUREN, Ética, 142 / foto: Rogier VAN DER WEYDEN, 'Adoración de los magos', 1455

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