23 julio 2010

'Toy story 3': ¡Oooooooooh!

ATENCIÓN: La crítica contiene pequeños detalles del argumento
 
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS 

Nota: 8,5
¡Oooooooooh! Es lo que decían los marcianos en 1995 cuando vieron a Buzz Lightyear irrumpiendo en su máquina expendedora cual Neil Armstrong en plena odisea lunar. Y el mismo grito exclamado sirve, 15 años después, para ponernos a los pies de los genios de Pixar y de esta saga del celuloide cuyo nombre ya está grabado a fuego en nuestro imaginario: Toy Story.

En esta última entrega, Woody, Buzz, Slinky, Rex, el Sr. Patata, el Cerdo y el resto de juguetes existencialistas siguen angustiados por el abandono, y más aún: por la idea terrible de ir a la basura con la marcha a la universidad de su dueño Andy, que ya se ha hecho mayor y deja atrás el microcosmos de su habitación. De todas las toy stories, ésta es sin duda la más adulta y trascendente, hasta se diría que metafísica, con unas criaturas de plástico siempre con la muerte en los talones. Que baje Sartre y lo vea.

En su afán por sobrevivir, el comando juguete llegará hasta una guardería, una nueva Tierra Prometida infantil donde los magos de Pixar vuelven a desplegar con creces sus deslumbrantes ingenios visuales, con iluminaciones matizadas y bellísimas, perfeccionadas texturas de plástico y de peluche, (como ese oso rosa llamado Lotso Abracitos, de carismática verosimilitud), y ¡por fin! con rostros humanos que empiezan a vivir y a ser creíbles (comparad el Andy de la primera y la tercera entrega y veréis lo que va de un muñeco de la Nintendo a un personaje casi de carne y hueso).

Además, el guateque final de Toy Story reserva nuevos personajes y gags visuales desternillantes: ahí está la relamida pareja de Barbie y Ken, celebrando sus amores de plástico con pijo narcisismo (impagable la escena del divo de Mattel pidiendo clemencia mientras destruyen su fondo de armario); aún más antológicas las correrías del Sr. Patata, que se ve obligado a deconstruir su propio cuerpo y encarnarse en una tortita (ese cuerpo blandengue caminando zopencamente es una pequeña perla de animación, nadie debería perdérsela); y como colofón, un Buzz Lightyear reprogramado que empezará a hablar en andaluz y a cortejar a la vaquera con ademanes toreros (puro disparate para reír a mandíbula batiente).

La última aventura de Woody y Buzz viene repleta de giros narrativos, de recovecos dramáticos y buenos que no lo son tanto, y he aquí que la gran evasión de los juguetes llegará hasta la última frontera, hasta las puertas de la mismísima muerte, en una escena emocionante y casi insólita en la historia del cine familiar, en que los condenados unen sus manos y aceptan su final con solidaria valentía. Con Pixar todo es posible, e incluso se diría que caben lecturas de carácter teológico ante ese oso ateo, herido por el resentimiento, que huye del infierno mientras lanza su trágico interrogante: "¿Dónde está ahora tu niño?" (es decir: "¿dónde está tu Dios?").

Como un tratado filósófico en tres dimensiones, 'Toy Story 3' habla de vida y muerte, de crecimiento y de despedidas, de desencanto y, por encima de todo, de esperanza. Y lo hace con fabulosos ropajes digitales, con una estética que rescata simultáneamente la poesía visual, el slapstick mudo y el glorioso cine de aventuras de los años ochenta y noventa: por qué será que algunas poses de Woody recuerdan irresistiblemente a Indiana Jones...

Quizá el epílogo se dilata demasiado con su edulcorado soufflé, pero le perdonamos absolutamente todo a esta trilogía que ha convertido los juguetes en antihéroes inolvidables. Y puestos a jugar, juguemos a un final alternativo: ¿Y si Woody hubera movido la mano para despedirse de Andy? El joven siempre habría podido pensar que era un espejismo, una ilusión movida por la nostalgia, porque los juguetes, como sabe todo el mundo, duermen silenciosamente el sueño de los justos mientras no estamos en el cuarto. ¿Verdad?

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ATENCIÓN: La crítica contiene pequeños detalles del argumento 

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