Pero mira tú por dónde, de un tiempo a esta parte nos inquietan más los microscopios que los telescopios. Quién nos lo iba a decir. También imaginábamos unos hogares asistidos por robots y resulta que la gran conquista tecnológica ha sido el ordenador y la conectividad. De un modo semejante, el prodigioso avance de la biogenética y la biotecnología ha obligado a revisar muchas narrativas: la mitología celeste de los alienígenas se va difuminando y emerge una nueva fantasía terrorífica: la creación de seres vivos en un laboratorio.
Mary Shelley ya nos dio cuenta con su Frankenstein de lo turbadora que puede ser la idea del hombre jugando a ser Dios. Pero la Criatura decimonónica, con sus costuras y sus tornillos, casi se nos antoja una mascota entrañable comparado con algo tan palpable y apremiante como la manipulación genética y sus hipotéticos subproductos, cuyo aliento ya notamos en el cogote (buf, qué miedo me estoy dando yo a mí mismo).
¿Pueden los clones y los mutantes genéticos ser las nuevas estrellas de la ciencia ficción? Así lo han olfateado el canadiense Vincenzo Natali y el mexicano Guillermo del Toro, uniendo sus neuronas y sus inquietudes digitales en 'Splice: experimento mortal', una película que fantasea con una criatura femenina medio humana, medio animal, concebida fortuitamente por la técnica del empalme (splice) de ADN.
Al bicho en cuestión hay que reconocerle capacidad intimidatoria: la aparición de 'Dren' en el laboratorio, como una nerviosa larva humanoide, provoca verdaderos escalofríos, y evoca las hazañas de otra larva ilustre, la cría de Alien, esa que salía encabronada tras romper la cáscara del huevo (brrr).
Lo de un engendro con rabo, facciones humanas y piernas articuladas hacia atrás no es algo que no podamos encontrar en los antiguos bestiarios o en los libros de "extraños y deformes", pero hay que reconocer que redibujado con la tecnología digital, con toda su carne palpitante y sus andares realistas, eso son palabras mayores (ocurrió también con los dinosaurios, conocidos durante siglos, que resucitaron gracias a las buenas artes de Steven Spielberg y compañía). Natali y Del Toro consiguen sus grandes bazas en el apartado visual, tanto con la criatura 'Dren' como con Ginger y Fred, dos criaturas informes y bulbosas, programadas para vivir una historia de amor, pero que colisionarán como dos enfurecidos leones marinos en una genial secuencia sangrienta, casi una perla de gore-ficción para descojonarse.
Hay una idea brillante, hay un diseño cautivador, pero a partir de aquí, 'Splice' naufraga. La pareja investigadora formada por Adrien Brody y Sarah Polley no convence lo más mínimo, el plantel de secundarios tiene tanta personalidad como un pez hervido, la puesta en escena de la historia da pena por su pereza e indigencia (contraviniendo la norma sagrada de la ciencia ficción: que todo parezca creíble en la pantalla por disparatado que sea sobre el papel), y en los diálogos, directamente, se echa en falta vida inteligente. Todo es chato y superficial, y, en este clima, cómo quieren que no nos desternillemos con ciertas escenas subidas de tono entre humanos y mutantes que aparecen ridículas y mecánicas (¿perdona querida, puedes desenroscar la cola?) donde habrían podido explotar -por ejemplo- el surrealismo erótico de los pintores mitológicos del siglo XIX, evocando un ambiguo y morboso acto sexual entre la Esfinge y Edipo.
Una lástima, porque 'Splice' planteaba una idea cinematográficamente visionaria (esta sí, no el pastiche virtual de 'Avatar'), y porque los monstruos, cuanto más se parecen a nosotros, más miedo nos dan. Otra vez será. De momento, que sigan experimentando, con ADN, pero sobre todo con más neuronas.
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