Podremos discutir sobre muchas cosas, pero no sobre esta: la fábula luce un pincel soberbio. Desde el fotograma cero, el director Hirokazu Kore-eda nos deslumbra con una fotografía intimista y poética, plagada de luz y de detalles, hasta convertir la humanización de la muñeca en algo mágico y espontáneo a la vez. Los cambios de textura, del plástico a la piel y viceversa, el retrato de un Tokyo solitario y colorista, como un gran juguete inerte, o las escenas de la muñeca vagando inocente, ora con un anciano filósofo, ora con grupos de niños, son diamantinos regalos para cualquier retina mínimamente sensible.
Y más todavía: más allá de las delicias líricas, de las preciosas metáforas visuales, 'Air Doll' evita afortunadamente morir de diabetes, y sabe mantiener un hilo de humor cáustico y sutil a lo largo de todo el metraje. Ahí está el guiño de emplear a la muñeca hinchable como vendedora de un videoclub, haciendo un cursillo acelerado de clásicos del cine, o la escena brillante de la joven deshaciéndose literalmente entre las estanterías del establecimiento, mientras su compañero masculino le devuelve el aire a través del agujero del ombligo, sin ahorrar planos indiscretos del muslamen. Cachondeo y poesía magistralmente ensamblados.
Como era de esperar, este Pinocho de plástico enseguida choca con su jaula existencial. La muñeca liberada habrá de ver cómo otras ocupan su puesto, y lo que es más duro: deberá afrontar que "ellos las prefieren inertes", en una durísima invectiva contra los hombres y la concepción de la mujer como objeto sexual, deporte nacional en tierras niponas. La película también nos depara un sugestivo encuentro entre la joven criatura artificial y su particular Dios creador, un fabricante de objetos orgásmicos con ínfulas de poeta; asistimos a la tristeza de este robot deshechable que nunca puede celebrar cumpleaños, y, en un turbador giro trágico, veremos como la ingenua muñeca provoca una sangría intentando hinchar a su amante humano...
Demasiadas perlas nos reserva esta muñeca hinchable para que nos la dejemos perder. Así que cojamos la mancha, y que viva la pornopoesía.
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