La realidad desmiente el tópico: tras 1989, Fukuyama causó furor en todo Occidente con su proclamación del "fin de la historia" -con fervientes adhesiones a favor o en contra-, y tras el traumático 2001 la nueva superproducción ha ido a cargo de Huntington y su "choque de civilizaciones" (hasta el punto, cabría añadir, que Zapatero y compañía han caído en su trampa conceptual con la tan manida "alianza de civilizaciones").
Según Mercedes Odina, lo que ha ocurrido los últimos 20 años no es nuevo; de hecho, sólo es la culminación de lo que ya había empezado decenios antes con el cine y la música. Los americanos no han hecho sino trasladar su talento distribuidor, su potente manejo de las industrias culturales, al mundo del pensamiento y la teoría. Como en tantas otras cosas, los cowboys han dejado de sentir complejos hacia el Viejo Continente. Mientras tanto, los europeos, cada vez más fragmentados, renuncian al concepto de Occidente y se revelan incapaces de hacer sentir su voz en el oleaje global.
MERCEDES ODINA, 'EUROPA VERSUS USA' (2005)
Los doce años que transcurren entre la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York destacan por resultar bastante opacos para la intelectualidad europea y por el constante avance de las tesis llegadas desde el Nuevo Mundo. Coincidiendo con este estado de cosas, un extraño vendaval de muerte se abate sobre el mundo intelectual parisiense. Nikos Poulantzas, Gilles Deleuze y Guy Debord se quitan de en medio saltando al vacío desde las ventanas de sus pisos. A Roland Barthes lo atropella un coche tras salir ensimismado de una reunión con Mitterrand, Foucault muere de sida y Althusser fallece en un frenopático tras haber estrangulado a su mujer.
¿Qué es lo que ha llevado a todo ese grupo de brillantes intelectuales europeos a caer en la locura, la desesperación, la autodestrucción y el suicidio? Uno de sus alumnos, el escritor Jesús Ferrero, responde a esa pregunta con esta amarga sentencia: "Seguro que existen muchas razones, pero ya no importan. Lo único que importa es que el drama vivido por la Escuela de París pertenece en realidad al porvenir de nuestra cultura claustrofóbica y sin ventanas" (...).
"Desde Norteamérica se intenta que los 'criterios de éxito' del mundo del cine puedan tener continuidad en el campo del pensamiento"
Por supuesto, a nadie se le escapa que a ese opaco escenario intelectual europeo, marcado por una profunda pérdida de confianza en sí mismo, se le había unido el desarrollo de una nueva cultura audiovisual que había ido facilitando de manera imparable la penetración de potentes elementos mediáticos destinados al entretenimiento masivo difundido desde Estados Unidos, hasta el punto de conquistar un monopolio casi exclusivo en la producción y difusión de la cultura de masas.
Sin embargo, hasta ese momento los europeos no parecen ser excesivamente conscientes de que a esa trivial punta de lanza del entretenimiento cultural norteamericano, clavada ya en pleno cuerpo europeo, pueda llegar a seguirle la penetración del palo hegemónico del pensamiento neoconservador estadounidense. Un auténtico imperio mental cuyas características y dimensiones alcanzan tal punto que muy pronto llegan a quedar resumidas bajo la totalizadora etiqueta de pensamiento único. Aunque en realidad, más que de un pensamiento único, de lo que se trata es de un pensamiento hegemónico, guiado por los mismos criterios anteriormente aplicados por Estados Unidos, con un éxito comprobado, en la industria del entretenimiento.
Desde Norteamérica se intenta que los denominados "criterios de eficacia" o, dicho de otro modo, "criterios de éxito", aplicados al mundo del cine y la televisión, puedan tener una posibilidad de continuidad, siguiendo la más pura lógica de expansión y diversificación del mercado, en el campo aún por explotar de la importación del mundo del pensamiento. Una vez acostumbrada a la audiencia mundial a un formato donde las carteleras y los programas sólo se podían mantener según su mayor o menor éxito de público, mensurable y contable a través del taquillaje, nada impedía que ese modelo también pudiera funcionar a la perfección en el mundo del pensamiento.
La cuestión se reducía a tomar determinadas producciones intelectuales (las que más le interesaban al mundo del poder y el dinero estadounidense) y reconvertirlas en superproducciones intelectuales de éxito masivo y mundial. En definitiva, sólo se trataba de aplicarles el mismo modelo de publicidad, promoción y distribución con el que Hollywood llevaba ya años sosteniendo su potente industria planetaria del entretenimiento. Por supuesto, para ello era imprescindible dejar de lado pequeños matices no económicos -como las cuestiones de originalidad, ingenio crítico, brillantez en el análisis, coherencia o seriedad- y pasar a sustituirlos por cuestiones económicas contantes y sonantes como "penetración en el mercado", "repercusión en los medios de comunicación", "influencia en la opinión pública", "éxito" y "número de ejemplares vendidos" (...).
Esto queda claramente expresado en el último Diccionario publicado por la Real Academia Española en el año 2001, al confirmar como hecho asumido, aceptado y consensuado que el concepto de Occidente debe quedar reducido a una única acepción, según la cual Occidente pasa a ser el conjunto formado por Estados Unidos y diversos países que comparten básicamente un mismo sistema social, económico y cultural.
En tan sólo veinte años, Occidente ha pasado a ser un concepto definido por el poderío de la civilización europea para convertirse en un concepto definido por Estados Unidos, donde el vocablo Europa ha llegado a desaparecer. En este sentido, nadie puede negarles a los estadounidenses su capacidad a la hora de hacer negocios, porque, en estrictos términos económicos, una práctica operativa de este tipo es lo que se considera una operación teóricamente redonda (...).
"Parece como si tuviéramos que aceptar el aluvión del cartel de moda de 'El choque de civilizaciones' como los adolescentes aceptan el aluvión del cartel de 'Parque Jurásico'"
Huelga aclarar que la centralizadora referencia universal al choque de civilizaciones fue difundida y redifundida por todos los medios de comunicación europeos, sin que ningún tipo de organismo oculto así se lo impusiera a ninguno de ellos. Entonces, si nadie se lo impuso, ¿por qué se escogió darle tanto pábulo a esa teoría y no a otras?; y ¿cómo es posible que en un campo con distintas frutas y donde se puede escoger libremente todos coincidan a la hora de elegir el mismo fruto teórico? Porque de lo que no cabe duda es de que se escogió. Tan solo es necesario hacer un repaso a unos cuantos diarios europeos para observar con detalle hasta qué punto llegó este extraño fenómeno de uniformidad en la opción escogida [Frankfurter Allgemeine, Le Monde, El País, tras el 11-S citaron masivamente a Huntington, frente a otras teorías como la de Benjamin Barber y su tesis de la "Jihad contra el McWorld"].
Este resultado tan abultado sólo puede explicarse desde la inquietante posibilidad de que esté sucediendo en el mundo del pensamiento lo que ya ocurre en el mundo del entretenimiento. Es decir, que la exportación ideológica se produzca bajo los mismos parámetros que la cinematográfica (...).
De pronto, parece como su, atacados por un extraño contagio de regresión adolescente, los escritores y lectores de diarios tuviéramos que aceptar el aluvión del cartel de moda de "El choque de civilizaciones" con la misma naturalidad y despreocupación con la que los adolescentes aceptan entusiasmados el aluvión del cartel de Parque Jurásico.
Contra los neocons, dice Todorov: "Pensar que estamos ante una guerra entre el islam y el cristianismo, o entre el islam y la democracia liberal, es caer en la trampa de los terroristas"
[Pero hay discursos alternativos al pensamiento hegemónico estadounidense]. Dice Tzvetan Todorov [en una entrevista realizada por José María Ridao]:
"Desconfío de Huntington por dos razones: primero, porque complica en análisis cultural con la geopolítica; segundo, porque su montaje invita a indagar explicaciones causales donde éstas, por definición, son inoperantes. Seré... más explícito. Durante mucho tiempo se ha acusado a Occidente de su ceguera ante el resto del mundo, como si lo que no fuera Occidente fuera invisible para los ojos occidentales.
No comprendo bien la tesis de Huntington. ¿A qué llama él civilización? Si se refiere a la religión, Occidente no es una religión, sino un mundo esencialmente laico. Por otra parte, no creo que estemos ante una guerra entre el islam y el cristianismo, o entre el islam y la democracia liberal. Interpretar de esa manera lo que está sucediendo equivaldría a caer en la trampa de los terroristas. Se trata de una lucha de poder, que tiene razones económicas, políticas, militares, y que algunos tratan de disfrazarla de choque de civilizaciones con el objetivo de someter más fácilmente a la población de sus países. Es así como interpreto la retórica de Bin Laden, pero no creo que haya que confundir la retórica con las causas verdaderas.
La civilización no es algo homogéneo, único, cerrado, una especie de bloque que coexiste al lado de otros bloques. En la tesis de Huntington se distingue un bloque ortodoxo. Yo soy búlgaro, y aunque no fui educado en la religión, tendria que pertenecer a ese mundo, que incluye a Grecia, Bulgaria, Rumanía y Rusia. Pienso que es una visión extraña, que no explica nada. Mi opinión, por el contrario, es que todos estamos constituidos por un conjunto de pertenencias múltiples. No existe una identidad como tal, sino una multiplicidad de pertenencias.
Según las circunstancias, yo debo actuar como hombre y no como mujer; en otros casos, como alguien con el pelo blanco y no como un joven; o como alguien que ha vivido en Europa del Este bajo el totalitarismo, o como intelectual francés, o como miembro de la clase media. Y todo esto no forja una identidad única, que además debe ser común a muchos individuos y que, finalmente, lanza a la guerra a unos grupos contra otros" [cita de Tzvetan Todorov].
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