15 agosto 2009

Contra la utopía


JOAN PAU INAREJOS

Desde su púlpito de sosegado conservador británico, el politólogo John Gray (Misa negra. Religión apocalíptica y muerte de la utopía, 2007) lanza una durísima invectiva contra las utopías modernas. En un triple salto mortal, Gray emparenta a los neocons con los bolcheviques, y a éstos con los jacobinos y los milenaristas medievales; todos ellos, arguye el inglés, tienen la creencia común de que el mundo puede ser transformado y perfeccionado gracias a la acción humana de unas minorías movilizadas -y, si hace falta, violentas.

De este modo, la democracia universal justifica la masacre de Irak, la revolución republicana ampara el terror y las guillotinas, y la pureza evangélica de los reformadores inspira terribles matanzas en el Medievo. En todos ellos subyace un idealismo fogoso, una fe típicamente occidental, de hondas raíces cristianas, en el fin de la historia.

Según Gray, la última utopía, la de la democracia universal, se ha propagado a destajo sin pensar en sus terribles consecuencias civiles. Los Bush y Cheney, pero también los Clinton y los Blair, han dejado tremendas resacas en sus empresas occidentalizadoras: en el mundo árabe han desencadenado el islamismo radical, en los Balcanes han abierto la caja de los truenos del nacionalismo étnico, en la URSS primero han levantado la corruptocracia (Yeltsin) y luego el neonacionalismo de Estado (Putin).

Pero John Gray lleva más allá su provocación. La utopía occidental no sólo se ha colado en la corriente dominante de muchos gobiernos -Bush es un iluminado ascendido a presidente de superpotencia- sino que también se ha infiltrado en desconcertadas minorías del mundo musulmán hasta producir el terrorismo islamista.

Sostiene Gray que Al Qaeda no es un ningún subproducto histórico ni ningun retroceso arcaizante, sino todo lo contrario: una empresa netamente moderna, heredera del radicalismo occidental que cree en la posibilidad de cambiar el mundo por la fuerza. El propio concepto de umma o comunidad musulmana occidental no sería un legado de la tradición mahometana sino un concepto imaginado y reconstruído en el exilio de aquellos que emigran a Occidente.

Frente a todos los iluminados y los partidarios de la disolución ideológica del mundo -desde los terroristas islamistas hasta los agresivos ejecutivos globalizadores-, John Gray saca su vena insular y hace algo tan aparentemente rancio como reivindicar la vigencia del Estado-Nación: estos constructos decimonónicos, dice el escéptico inglés, son los únicos garantes reales de las libertades individuales.

JOHN GRAY, 'MISA NEGRA. RELIGIÓN APOCALÍPTICA Y MUERTE DE LA UTOPÍA' (2007)

"Los jacobinos fueron los primeros en concebir el terror como instrumento para el perfeccionamiento de la humanidad"

Las religiones políticas modernas tal vez rechacen el cristianismo, pero no pueden subsistir sin demonología [teoría de los espíritus]. Los jacobinos, los bolcheviques y los nazis creían enfrentarse a amplias conspiraciones organizadas contra ellos, al igual que lo creen los islamistas radicales de la actualidad. Nunca son los defectos de la naturaleza humana los que bloquean el camino hacia la utopía: la culpa siempre es imputable a las fuerzas del mal. Al final, estas fuerzas tenebrosas caerán, pero no sin antes haber tratado de frustrar el progreso humano con toda clase de artimañas nefandas. Se reproduce así el síndrome milenarista clásico: por la forma en que cada una de ellas ha determinado la política moderna, la mentalidad milenarista y la utópica son la misma cosa (...).

Los jacobinos fueron los primeros en concebir el terror como instrumento para el perfeccionamiento de la humanidad. La Europa medieval no era precisamente un oasis de paz: fue devastada por guerras casi continuas. Y aun así, nadie creía entonces que la violencia puedierse perfeccionar a la humanidad. La creencia en el pecado original se mantenía inamovible. Había milenaristas dispuestos a emplear la fuerza para derribar el poder de la Iglesia, pero ninguno de ellos se imaginaba que la violencia sirviera para provocar la llegada del Milenio: sólo Dios podía hacer algo así. No sería hasta siglos después, con el jacobinismo, cuando empezara a extenderse la creencia de que el terror de origen humano tenía la capacidad de crear un mundo nuevo (...).

"Los anarquistas, Mao, Pol Pot, las Brigadas Rojas, los radicales islámicos y hasta los grupos neoconservadores están unidos por su fe en la 'destrucción creativa' "

Influídos por la fe de Rousseau en la bondad innata del hombre, los jacobinos creían que la sociedad se había corrompido por culpa de la represión porque podía ser transformada a través del uso metódico de la fuerza. El Terror era necesario para defender la Revolución frente a enemigos internos y externos; pero también constituía una técnica de educación cívica y un instrumento de ingeniería social. Rechazar el terror por motivos morales era imperdonable. Como dijo Robespierre (...), "en la piedad está la traición". Habia una forma superior de vida humana al alcance (incluso un tipo superior de ser humano), pero sólo se llegaría a ella cuando la humanidad hubiese sido purificada a través de la violencia.

Esta fe en la violencia se extendió posteriormente en numerosas corrientes revolucionarias: anarquistas del siglo XIX como Necháiev y Bakunin, bolcheviques como Lenin y Trotsky, pensadores anticoloniales como Frantz Fanton, los regímenes de Mao y Pol Pot, la banda Baader-Meinhof, las Brigadas Rojas italianas de la década de 1980, los movimientos radicales islámicos y hasta los grupos neoconservadores cautivados por sueños fantásticos de destrucción creativa. Todos estos variopintos elementos están unidos por su fe en el poder liberador de la violencia, algo en lo que, sin excepción, son discípulos de los jacobinos (...)

"Los revolucionarios renuevan los mitos apocalípticos del cristianismo primitivo; el cristianismo fue rechazado, pero sus esperanzas escatológicas no se desvanecieron"

Mientras que en el cristianismo la salvación se prometía únicamente en la vida del más allá, las religiones políticas modernas ofrecían la posibilidad de salvación en el futuro terrenal (incluso, y con desastrosos efectos, en el futuro inmediato). De forma aparentemente paradójica, los movimientos revolucionarios modernos renuevan los mitos apocalípticos del cristianismo primitivo (...). El declive del cristianismo va asociado al auge del utopismo revolucionario. El cristianismo fue rechazado, pero sus esperanzas escatológicas no se desvanecieron. Fueron reprimidas, sí, pero regresaron en forma de proyectos de emancipación universal (...).

El utopismo estuvo siempre localizado en la extrema izquierda, pero hacia el final del siglo XX, "la búsqueda de la utopía se instaló en el discurso político mayoritario" y en una "derecha poseída por ideas fantasiosas"

Desde el pasado siglo, el utopismo estuvo localizado principalmente en la extrema izquierda (...). [Pero] hacia el final de este último siglo, la búsqueda de la utopía se instaló en el discurso político mayoritario. Así, pasó a decirse, que, en el futuro sólo habría un único tipo de régimen legítimo: el capitalismo democrático de estilo estadounidense (...). La derecha due poseída por ideas fantasiosas, y como ya sucediera con los sueños utópicos del siglo anterior (aunque en este caso con mucha mayor rapidez) sus grandiosos proyectos se han desmoronado y han acabado convertidos en polvo.

En el siglo XX, parecía que los movimientos utópicos sólo podían acceder al poder en regímenes dictatoriales. Pero tras el 11-S, el pensamiento utópico empezó también a dar forma a la política exterior de la democracia preeminente en el planeta. En muchos sentidos, la administración Bush se comportó como un régimen revolucionario. Demostró estar preparada para lanzar ataques preventivos contra Estados soberanos a fin de alcanzar sus objetivos, y, al mismo tiempo, dio muestras de su disposición a erosionar derechos largamente establecidos en el interior del país (...).

Actualmente, la consecuencia es una especie de democracia antiliberal en la que se celebran elecciones, pero se disminuyen las libertades. Como en anteriores estallidos de utopismo, se han menoscabado logros pasados en aras de un futuro imaginario (...).

"Es bien sabido el desprecio de los neocons por Europa, pero ellos han inyectado una tradición revolucionaria europea ya difunta en el corazón estadounidense"

La transformación emprendida por la derecha fue profunda. Ésta se había definido a sí misma desde la Revolución francesa por oposición a las ideologías utópicas. Su filosofía se resumía en unas palabras del más grande pintor británico del siglo XX, Francis Bacon (...), quien comentó que él votaba a la derecha porque ésta sólo pretendía conseguir de hacer el mal, el menos.

En el pasado, la derecha representaba una aceptación realista de la flaqueza humana y la consiguiente visión escéptica sobre la posibilidad del progreso. No se oponía por sistema al cambio, pero rechazaba rotundamente cualquier concepción de la historia entendida como una marcha tr¡unfal hacia las cumbres iluminadas por el sol. La política era vista como una manera de afrontar la imperfección humana. A menudo, esta visión de las cosas se fundamentaba sobre la doctrina cristiana del pecado original, pero también se puede encontrar una variante de esa misma idea entre pensadores conservadores no abonados a tales creencias (...).

Pero durante esta última generación, la derecha ha abandonado aquella filosofía de la imperfección y ha abrazado la búsqueda de la utopía. Con su adhesión a esta nueva fe militante en el progreso, la derecha aceptó una corriente radical del pensamiento ilustrado (...).

Como movimiento intelectual, los orígenes del neoconservadurismo han de buscarse en la izquierda y, en ciertos sentidos, se trata de una regresión a una variante radical del pensamiento ilustrado ya desaparecida en Europa (...). Incluso en Francia (patria de los jacobinos), la fe en la revolución acabó exterminada por la propia historia del siglo XX. Pero cuando murió en Europa, no desapareció del mundo por completo. En una huida que habría hecho las delicias de Hegel, emigró a Norteamérica, donde se asentó en las filas de la derecha neoconservadora. Es bien sabido el desprecio que sienten los neoconservadores por Europa, pero uno de sus mayores logros es el de haber inyectado una tradición revolucionaria europea ya difunta en el corazón mismo de la vida política estadounidense (...).

"Los gobiernos occidentales no estaban preparados para ver cómo la difusión de la democracia desencadenaba el nacionalismo étnico en la antigua Yugoslavia y el islamismo en la antigua Asia central soviética; la teoría decía que la democracia y la liberalización traerían la paz"

El pensamiento utópico es más peligroso cuando menos se lo reconoce. La aparición durante los años noventa de una versión centrista del utopismo ilustra bien este hecho. Empezando por las políticas económicas neoliberales aplicadas en Rusia y continuando por la intervención militar humanitaria en los Balcanes, los gobiernos occidentales se embarcaron en empresas que no tenían ninguna perspectiva de éxito. No estaban preparados para ver cómo la difusión de la democracia desencadenaba el nacionalismo étnico en la antigua Yugoslavia, el separatismo en Chechenia y el islamismo en la antigua Asia central soviética. La teoría decía que la democracia y la liberalización de los mercados traerían la paz, no el crimen y la violencia.

Los gobiernos occidentales han absorbido una actitud utópica sin ni siquiera darse cuenta de ello. Gobiernos tanto de izquierda como de derecha creyeron que el resurgir nacionalista y los conflictos étnicos y religiosos no eran más que dificultades locales pasajeras dentro del avance universal hacia un nuevo orden mundial. El pensamiento realista se vio así desactivado (...).

El caso de Rusia: tras la Revolución de Octubre no está el mesianismo ni el despotismo ruso, sino el afán de "sobreposar Occidente haciendo realidad los ideales más radicales de éste"

[Otro ejemplo de la pervivencia histórica de la utopía occidental]. Las teorías sobre el despotismo oriental han sido habitualmente empleadas por los autores marxistas durante años para justificar los desastrosos resultados de las ideas de Marx en Rusia y China (...). [Tal como dicen Nekrich y Heller:] "Los historiadores occidentales establecen una línea de relación directa entre Iván Vasílievich (Iván el Terrible) y Iósif Visariónovich (Stalin)" (...). Desde el instante mismo de la caída de Constantinopla en poder de los otomanos (en 1453), se due desarollando la idea de que Moscú estaba destinada a convertirse en una "tercera Roma" (...). Durante un tiempo, quizás dio la sensación de que el nuevo régimen soviético era la plasmación de una tradición mesiánica rusa (...). Pero el mesianismo antioccidental no fue el que accedió al poder en Rusia con la Revolución de Octubre.

Los bolcheviques querían sobrepasar Occidente haciendo realidad los ideales más radicales de éste. No pretendían emular a las sociedades occidentales existentes (como había intentado con cierto éxito en su etapa final). Lenin sólo quería trasplantar a Rusia las instituciones esenciales del capitalismo occidental: la disciplina de trabajo y el sistema fabril. Era un ferviente entusiasta de dos de las más avanzadas técnicas capitalistas: el "taylorismo" (la técnica estadounidense de la llamada "gestión científica") y el "fordismo" (el método estadounidense de producción masiva en las cadenas de montaje). El propio líder bolchevique describía así su programa: "La combinación del empuje revolucionario ruso con la eficiencia estadounidense es la esencia del leninismo". Entre las [metas] más destacadas estaba la realización de la utopía ilustrada que los jacobinos y la Comuna parisina no fueron capaces de lograr. El auténtico infortunio de Rusia no fue que el país no absorbiera la Ilustración, sino que estuviera expuesto a una de las formas más virulentas de ésta.

Los suicidas de Al Qaeda son modernos en busca de sentido: dedicándose al terrorismo dejan de ser vagabundos y se convierrten en guerreros"

Los objetivos originales de Al Qaeda eran claros (la retirada de las fuerzas estadounidenses de Arabia Saudí y la destrucción de la Casa de Saud), pero, en la actualidad, ha pasado a ser el vehículo de una ira incipiente (...). Ha dejado una serie de atentados terroristas en el Reino Unido, España y Holanda, a los que no cabe definir como un simple rechazo a unas políticas occidentales concretas, sino como una muestra de repulsa de las sociedades occidentales en general.

Al Qaeda es la única terrorista que tiene alcance global. En esto, como en otros aspectos, es un subproducto de la globalización. El islamismo radical suele ser interpretado como una reacción violenta contra la modernidad, pero no deja de ser sorprendente lo mucho que las vidas de los secuestradores aéreos del 11-S se correspondían con el estereotipo de la anomia moderna.

La mayoría de los secuestradores del 11-S eran "renacidos" al Islam; es la propia globalización la que crea la imagen utópica de una comunidad musulmana mundial

Instalados en una existencia seminómada, no se les podía considerar miembros de ninguna comunidad en concreto, por lo que es fácil deducir que recurrieron al terror más para dar un sentido a sus vidas que para promover un objetivo concreto. Dedicándose al terrorismo, dejaron de ser vagabundos para convertirse en guerreros. La mayoría de los secuestradores eran musulmanes practicantes desde hacía poco: habían "renacido" al islam en Europa. El islam que ellos representan no existe en las culturas tradicionales. Es una versión del fundamentalismo que sólo pudo desarrollarse al entrar en contacto con Occidente.

Es la propia globalización la que sirve de puntal a la imagen utópica de una comunidad mundial de creyentes. Oliver Roy, el estudioso francés que ha elaborado un riguroso análisis sociológico del islam global, ha señalado precisamente que es "la creciente desterritorialización del islam la que propicia la reformulación política de una umma imaginaria" [comunidad musulmana mundial].

JOHN GRAY, 'MISA NEGRA. RELIGIÓN APOCALÍPTICA Y MUERTE DE LA UTOPÍA' (2007)

SEGUIRÁ...


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