El dueño de una compañía de internet que prosperó en el momento de la burbuja informática me contó en cierta ocasión sus angustias frente al despido de empleados jóvenes y entusiastas cuando los negocios empezaron a ir mal. Un momento especialmente doloroso se produjo cuando tuvo que desprenderse de un joven muy trabajador y que se había volcado mucho en la compañía. El empresario se reunió con él y le comunicó que debía prescindir de sus servicios; el joven quedó muy afectado.
Por un momento, pareció como si fuera a estallar en lágrimas, pero enseguida se recompuso, agarró una libreta y le pidió al empresario que le dijera qué era lo que había hecho mal en su trabajo, de qué manera no se había esforzado lo suficiente y, sobre todo, cómo podría mejorar en su siguiente empleo. Conmovido ante semejante reacción, el empresario insistió en que su comportamiento no había tenido defecto alguno, que el despido se debía sólo a que la compañía se encontraba en una espiral descendente y que intentaba por todos los medios salvarla. Sin embargo, el joven insistió en que quería algún tipo de comentario crítico para poder tenerlo en cuenta y ser aun mejor empleado la siguiente vez.
La ideología actual insiste en la idea de que los individuos disponen de posibilidades infinitas para convertirse en lo que deseen. Por ello, la subjetividad contemporánea es percibida como un flujo constante de autoinvención. El sujeto es un artista, un creador de su vida. Al tiempo que el individuo se encuentra bajo una presión constante para que se autoevalúe, también es alentado para que sea flexible, se arriesgue y se convierta en lo que de verdad desea ser.
Según el sociólogo estadounidense Richard Sennett, el capitalismo posindustrial, con su énfasis en el riesgo, ha afectado de modo profundo el carácter de las personas. Hoy las empresas no dejan de reestructurarse. La flexibilidad se ha convertido en el nuevo mantra no sólo de las compañías sino también de los individuos. El empleado despedido de un trabajo corporativo porque la compañía atraviesa un proceso de reestructuración se siente culpable por no haber sido flexible antes y no haber asumido riesgos en relación con su carrera (…).
Todo individuo debe actuar como si fuera su propia empresa. Por lo tanto, debemos considerar nuestra vida como Yo S. A.; se supone que debemos tener un plan de objetivos en la vida, pensar en inversiones a largo plazo, ser flexibles y reestructurar la empresa vital, así como correr los riesgos necesarios con el fin de incrementar los beneficios.
Se supone que una persona tiene que ser, ante todo, un inversor hábil. No se trata sólo de la necesidad de aprender la compleja lógica del mercado bursátil y convertirse en el propio asesor financiero, también tiene uno que considerar la propia vida emocional como otra forma de inversión. Se supone que debemos invertir tiempo y afecto en nuestros hijos para obtener un buen resultado en el producto que surgirá de su crianza.
Del mismo modo, se supone que tenemos que invertir en nuestras relaciones con cónyuges y amistades con objeto de poder sacar fondos de los bancos emocionales que crean semejantes relaciones (…). Incluso el amor y las emociones son percibidas como susceptibles de ser dominadas racionalmente (…).
Al tiempo que se nos alienta a trabajar sin tregua en nuestro cuerpo por medio del ejercicio extenuante, la dieta y la cirugía plástica, también se supone que debemos actuar sobre nuestra vida interior, sobre las emociones, los afectos y las relaciones. No recuerdo que la generación de mis padres hablara alguna vez de la necesidad de trabajar en uno mismo. Nuestros progenitores vivieron una vida que no tuvo mucho que ver con la idea de realización personal y mucho más con la de seguir cierta senda que seguía todo el mundo (…). La típica vida de clase media parecía consistir en trabajar, educar a los hijos, ahorrar para que pudieran ir a la universidad, cuidar de padres mayores y, de vez en cuando, divertirse con viajes y vacaciones (…).
“El sujeto acaba por percibirse como culpable si le ocurre algo malo”
Decimos incluso de alguien que es un buen gestor de la ansiedad. Y, si una enfermedad no mejora, tenemos que sentirnos culpables de nuevo por haber fallado en otra tarea, la autocuración. Desde luego, el yo queda agotado con todas estas obligaciones. Y no es casual que la ideología de la autocuración arraigue justo en una época en que las políticas sanitarias oficiales se abren cada vez más a la privatización del sistema público de salud.
La paradoja radica también en que la creencia en la idea de que uno tiene capacidad de elección total sobre la vida suele ir acompañada de la búsqueda de poderes externos que nos guíen en la vida (…). Incluso en las relaciones amorosas, las personas perciben hoy que tienen libertad total para elegir una compañía más perfecta, pero a la vez se fijan en el signo del zodíaco bajo el que ha nacido una posible pareja.
Esta búsqueda de un poder superior que es el que decide cuando al mismo tiempo nos enfrentamos a la libertad de elección no constituye ninguna sorpresa. Cuando sentimos ansiedad (no por lo que podríamos ganar, sino perder), a menudo buscamos a alguien que decida por nosotros. Una figura religiosa, un curandero o incluso alguien que lea horóscopos pueden ser percibidos como una autoridad capaz de aplacar nuestro desasosiego. El capitalismo fomenta por un lado la libertad de elección y por otro promueve la identificación con todo tipo de nuevos líderes (…).
En una época en que las personas pueden imaginar todo tipo de catástrofes sociales, económicas y personales, la ansiedad está al orden del día. La ideología que promueve la idea de que la vida debe abordarse como si fuera una empresa sobre cuyos aspectos decide uno corre pareja con la pérdida individual de la posibilidad de incidir en el desarrollo social y político de la sociedad en la que se vive. Cuando una ideología nueva aparece con fuerza (como es el caso de la relativa a la autocuración), aparece también la urgente necesidad de hacer una pausa y pensar por quién doblan las campanas.
RENATA SALECL, FILÓSOFA Y SOCIÓLOGA, ES PROFESORA DE LA LONDON SCHOOL OF ECONOMICS. ESTÁ VINCULADA AL INSTITUTO DE CRIMINOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE LIUBLIANA.
http://www.lacoctelera.com/reggio/post/2007/01/24/lo-nos-preocupa-carles-guerra-la-vanguardia
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