Desde el viento vespertino hasta la mano que se apoya en mi hombro, cada cosa tiene su verdad. Es la conciencia la que la aclara por la atención que le presta. La conciencia no forma el objeto de su conocimiento, se limita a fijar, es el acto de atención y, por recoger una imagen bergsoniana, se parece al aparato de proyección que congela de repente una imagen. La diferencia es que no hay guión, sino una ilustración sucesiva e inconsecuente. En esta linterna mágica todas las imágenes son privilegiadas.
Sería inútil extrañarse de la aparente paradoja que conduce al pensamiento a su propia negación por los caminos opuestos de la razón humillada y la razón triunfante. No hay una distancia tan grande entre el dios abstracto de Husserl y el dios fulgurante de Kierkegaard. La razón y lo irracional llevan a la misma predicación. Y es que, en verdad, el camino importa poco, la voluntad de llegar basta para todo (...).
Husserl habla también de "esencias extratemporales" que la intención saca a la luz, y creemos oír a Platón. No se explican todas las cosas por una sola, sino por todas (...). Ya no hay una sola idea que lo explica todo, sino una infinidad de esencias que dan sentido a una infinidad de objetos. El mundo se inmoviliza, pero se aclara. El realismo platónico se hace intuitivo pero sigue siendo realismo. Kierkegaard se abismaba en su Dios, Parménides precipitaba el pensamiento en lo Uno. Pero aquí el pensamiento se arroja a un politeísmo abstracto. Más aún: las alucinaciones y las ficciones también forman parte de las "esencias extratemporales". En el nuevo mundo de las ideas la categoría de centauro colabora con la más modesta de metropolitano (...).
Para el hombre absurdo había una verdad, al mismo tiempo que una amargura, en esta opinión puramente psicológica de que todos los rostros del mundo son privilegiados. Que todo sea privilegiado equivale a decir que todo es equivalente (...). En este mundo ideal sin jerarquías, el ejército se compone sólo de generales. La trascendencia había sido eliminada, sin duda, pero un brusco giro del pensamiento vuelve a introducir en el mundo una espece de inmanencia fragmentaria que restituye al universo su profundidad.
El filósofo abstracto y el filósofo religioso parten del mismo desconcierto y se apoyan en la misma angustia. Pero lo esencial es explicarse. En eso la nostalgia es más fuerte que la ciencia. Es significativo que el pensamiento de nuestra época sea a la vez uno de los más impregnados de una filosofía de la no significación del mundo y uno de los más desgarrados en sus conclusiones. No cesa de oscilar entre la extremada racionalización de lo real que induce a fragmentarlo en razones-tipos y su extremada irracionalización, que induce a divinizarlo.
ALBERT CAMUS, 'EL MITO DE SÍSIFO', 1942
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