La eternidad no es un juego. Una mente lo bastante insensata para preferir a ella una comedia ha perdido su salvación. Entre "en todas partes" y "siempre" no hay compromiso. De ahí que ese oficio tan menospreciado pueda dar lugar a un conflicto espiritual desmesurado. "Lo que importa -dice Nietzsche- no es la vida eterna, es la vivacidad eterna". Todo el drama está, en efecto, en esa elección.
23 enero 2007
La Iglesia contra los actores
¿Cómo no iba la Iglesia a condenar semejante ejercicio en el actor? Repudiaba ella en este arte la multiplicación herética de las almas, la orgía de emociones, la escandalosa pretensión de una mente que se niega a vivir un solo destino y se precipita a todas las intemperancias. Proscribía en ellos esa afición al presente y ese triunfo de Proteo que son la negación de todo cuanto ella enseña.
La eternidad no es un juego. Una mente lo bastante insensata para preferir a ella una comedia ha perdido su salvación. Entre "en todas partes" y "siempre" no hay compromiso. De ahí que ese oficio tan menospreciado pueda dar lugar a un conflicto espiritual desmesurado. "Lo que importa -dice Nietzsche- no es la vida eterna, es la vivacidad eterna". Todo el drama está, en efecto, en esa elección.
La eternidad no es un juego. Una mente lo bastante insensata para preferir a ella una comedia ha perdido su salvación. Entre "en todas partes" y "siempre" no hay compromiso. De ahí que ese oficio tan menospreciado pueda dar lugar a un conflicto espiritual desmesurado. "Lo que importa -dice Nietzsche- no es la vida eterna, es la vivacidad eterna". Todo el drama está, en efecto, en esa elección.
ALBERT CAMUS, 'EL MITO DE SÍSIFO', 1942
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