De la nueva burguesía espiritual, vestida con camiseta y sandalias, han salido la 'Inteligencia Emocional' o la 'Metrosexualidad'
La desigualdad ya no es lo que era. Antes competíamos por el poder y el lucro: antes estaba claro. Pero la modernidad, desde el Romanticismo hasta la Blogosfera pasando por el Mayo del 68, ha complicado el juego muy mucho. La distinción nos sigue perdiendo, porque es nuestro ADN social (dicen los sociólogos), pero el objeto codiciado ya no es la tierra, el oro o el papel moneda sino "otra cosa" (valores postmaterialistas, dirían los sociólogos).
El viejo ídolo burocrático y estable, formal y ahorrador, ha pasado, siempre según los sociólogos, a mejor vida. Los médicos, jueces, abogados y banqueros ya no impresionan a nadie. Es la hora de los creativos publicitarios, los guionistas, los asesores de imagen, los periodistas y los psicólogos de empresa. De esta nueva burguesía espiritual, vestida con camiseta y sandalias, habrían nacido los grandes eslóganes contemporáneos, como la Inteligencia Emocional o la Metrosexualidad.
Tengan o no razón los sociólogos, lo cierto es que los nuevos vientos ya hace mucho tiempo que soplan en la estética y el arte. La figura griega y medieval del artesano, del buen técnico, cuyos ecos aún se sienten en los impresionistas, Matisse o Picasso, decayó definitivamente ante el artista conceptual, aristócrata que desecha los materiales y pigmentos para consagrarse a la idea, al espíritu, y ofrecerle en sacrificio una "instalación efímera" en algún luminoso museo de arte contemporáneo. Románticos y vanguardistas comparten con entusiasmo este mito nórdico de la belleza interior: el virtuosismo ya no cotiza y todas las acciones se invierten en lo inefable. Del mismo modo en la narrativa nos hemos despedido del héroe clásico y el santo cristiano de anchas espaldas, con sus múltiples encarnaciones hollywoodienses. El nuevo héroe se contempla a sí mismo y se nos presenta orlado de todas las virtudes inestables y neuróticas. Lo que está en juego ya no es el tesoro, la objetividad del valor, sino la personalidad del creador, los tirabuzones que dibujan sus constantes cerebrales.
Nos deberíamos preguntar si estamos ante una revolución de la inmaterialidad. Nuestros estómagos felices se ríen de las mujeres libres y bien alimentadas de Rubens y se contraen silenciosos ante las escuálidas y andróginas Top Models, quienes para preservar su belleza espontánea sufren una esclavitud terrible en cuanto al pan y al vino y a los bienes tangibles en general. René Girard no duda en afirmar que renace el ascetismo, pero no con vistas al Reino de los Cielos sino a la Realización Personal. Es el ascetismo para el deseo. El asceta del deseo consigue lo impensable: ser un mar de apetitos insaciables y no parecerlo. Su paradoja es sumamente fértil. Por dentro tiene un esqueleto que gana en rigidez y opresión. Por fuera muestra una piel versátil y personalizable, cada año con más minipíxels.
JOAN PAU INAREJOS, junio 2005
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