30 abril 2013
Cariño, me han dicho que la belleza está en el interior, así que desnúdate
Joan
Pau Inarejos
Tengo
comprobado que eso de la belleza interior es un producto
propagandístico al servicio de intereses espurios. Mucho cuidado con aquel que
os diga que “el físico no cuenta, lo importante es como son las personas por
dentro”. ¿Por dentro de dónde? A no ser que todos estos predicadores apelen a
la armonía de las vísceras y sus ligamentos, sus mucosas y sus bulbosidades
rosáceas, parece claro que estamos ante una metáfora. Y de las peligrosas.
La
culpa de la propagación de este mito en una serie de generaciones la tiene en
buena medida la Disney, tras meternos en el cerebro aquella banda sonora que
decía “no hay mayor verdad / la belleza está / en el interior” (La Bella y la
Bestia). Dejando aparte el hecho de que estos versos eran cantados por una
tetera –ignoramos la experiencia que puedan tener las piezas de la vajilla para
pronunciarse sobre este tipo de cuestiones- no nos puede pasar por alto que tan
bonita apelación a la lindeza del alma tenía una finalidad social muy clara y
muy terrenal. Se trataba de que la muchacha de la aldea, sospechosa lectora de
novelas en plena burricie del Antiguo Régimen, se casara a toda costa con el
aristócrata. El castillo necesitaba su dama.
Por
otra parte, predicar la belleza interior de alguien debe activar todas las
alertas en el interfecto. Rara vez se molestan en alabar tu belleza interior cuando eres un
pibón alucinante o un tío que se las lleva a todas de calle. Cuando dicen que
tu fondo es muy bueno es que tu superficie deja mucho que desear. Con toda
probabilidad, los románticos alemanes eran muy difíciles de ver, o directamente
cardos borriqueros, porque fueron ellos quienes acuñaron la vidriosa apelación
al “alma bella”. Esta es una afirmación que Popper llamaría infalsable: mi alma
es bella, no te lo puedo demostrar pero créetelo. En tu casa o en la mía.
No
hemos citado a los alemanes al azar. Los pueblos mediterráneos, de raigambre
griega, siempre habían creído en la belleza que se manifestaba a plena luz del día (la famosa tríada platónica de lo bueno, hermoso y verdadero), mientras que hoy son gobernados por
civilizaciones con otros criterios estéticos. Videntes y cancilleres que creen
atisbar verdades y objetivos de déficit entre las tinieblas de un cuadro de Friedrich. Con todo, los verdaderos visionarios, como he podido
comprobar hoy, son los publicitarios. Ellos proclaman que “lo que importa es el
interior” para vender culottes y
lencería fina.
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