12 febrero 2013

No me resigno


Joan Pau Inarejos
Leyendo los titulares anglosajones sobre el adiós del Papa, en rojo tabloide o en negro elegante del Times, una palabra reclama nuestra atención: resigns. Del latín resignare (entregar, devolver), con este término inglés se ha referido mayoritariamente el acto de renuncia o abandono del hasta ahora guardián de las llaves de San Pedro. La prosa del diccionario nos informa de que también el castellano, el catalán y otras lenguas románicas conceden a la “resignación” este significado poco utilizado, y sin embargo principal, de desprenderse voluntariamente de posesiones y beneficios. Su etimologia resulta elocuente: re-signare = romper el sello, volver a sellar.

Por lo que se ve, nada más lejos de la vieja resignación cristiana. Resignarse, en el modo reflexivo más común y conocido entre nosotros, es “renunciar a uno mismo” para acoplarse a las circunstancias (conformarse, aguantarse), mientras que Benedicto XVI ha hecho todo lo contrario: renunciar a lo externo para escogerse a si mismo, a su libertad de conciencia, ante Dios o ante la razón según el cristal con el que se mire. El gesto de Ratzinger se asemeja a una ruptura y su resignación, pues, conecta con el sentido latino original. Sin ser revolucionaria, puesto que se acoge a lo jurídico, su determinación es un ‘no’ a lo establecido por la fuerza de la tradición, y por lo tanto un acto genuinamente individual, personal.

De ahí la extrañeza que nos suscita el verbo inglés, evocando el talante pasivo y las penalidades cenicientas de una vida que no se desea. Ciertamente, los caminos de la lengua son inescrutables y, del mismo modo que el rescate ha ido perdiendo su bondad primigenia en manos de los oradores económicos, quizá andaremos el camino inverso con la resignación para redescubrir su originario sentido liberador. Mientras tanto, nuestro amigo resigns se comporta en la práctica como un falso amigo, o un false friend de facto, por enlazar inglés y latín ahora que el Urbi tuitero confluye más que nunca con el Orbi palaciego.

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