01 septiembre 2012
La rbelion d las makinas
Joan Pau Inarejos
Mi móvil se ha enterado de que planeo sustituirlo. Qué listas estas
máquinas. Estaba yo en la tienda, señalando un Galaxy Mini, cuando noté un ligero temblor en el bolsillo. Creía que era una vibración
fantasma, uno de esos remanentes que percibe el muslo de vez en cuando. Pero no. Era
su ira.
Sin sospechar nada, llegué a casa y encendí la tele. Reponían ‘2001:
Odisea en el espacio’, justo en la escena en la que los dos astronautas traman
desconectar el ordenador Hal y éste descubre el pastel leyéndoles los labios. Cené
y me acosté.
Un resplandor azulado me despertó a media noche. El teléfono proyectaba su
pantalla insomne en el techo. ¿Algún mensaje? Ninguno. ¿Una perdida? Tampoco. Vaya,
qué extraño, cerré los ojos otra vez. Soñé con la escena del ordenador Hal
asesinando a sangre fría a los tripulantes de la nave mientras hibernaban. Un
ruido me desveló de nuevo: esta vez el móvil se había puesto a vibrar unilateralmente.
La cosa iba en serio. Sobresaltado, miré la pantalla: un gran emoticono
mostraba su enfado.
Y eso no es todo: el aparato empezó a escribir SMS de forma automática. “Cm
pueds hacerm esto? T q me habias jurado fdelidad”. No daba crédito a lo que
veía. Luego se enfurecía: “t odio”; me amenazaba: “voy a borrar tdos ts
contactos”; se exasperaba: “x muxos puntos q tengas, nadie t dspertará x las
mañanas cm yo”.
Los objetos son capaces de cosas terribles cuando se ponen celosos, y si
no que se lo pregunten a los juguetes de ‘Toy story’. Atemorizado, intenté recordarle
los buenos momentos que habíamos pasado juntos. Aquellas largas llamadas que lo
dejaban con la batería ardiendo y la factura echando humo; aquella intimidad
nuestra en el metro, anudados con los auriculares y escuchando mis modestas antologías
en MP3 (otros tenían Ipods, pero lo nuestro era más auténtico). Cariño, con
quién hablas. Nada, que el móvil hace un poco el tonto. Intenté hacerle ver que
lo nuestro fue bonito mientras duró.
Pero no entró en razones.
En lugar de eso, activó la insoportable sintonía corporativa hasta
ensordecerme. La cabeza me estallaba. Sólo yo parecía escucharla. Fui corriendo
al baño y cerré con pestillo. Jadeando, vi cómo en el espejo se empezaba a
dibujar algo con tinta roja. Un smartphone ahorcado. Entonces empezó a forzar la puerta: sé que era él, porque
las teclas estaban en modo sonido e iban percutiendo contra el pomo con una
sinfonía ridícula.
Y así llevamos unas cuantas horas de sudor frío y reclusión en mi propio
lavabo. Quiero creer que todo es una pesadilla, y que mañana mi Nokia seguirá
tan entrañablemente inerte y desfasado como siempre.
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