25 septiembre 2012

Nosotros


Joan Pau Inarejos
Lo decía una viñeta genial de Mingote. Dos feligresas enjoyadas salían de una misa progre, en tiempos del Concilio Vaticano II. Una de ellas parecía agobiada por los nuevos vientos liberales, pero la otra le replicaba: “Desengáñese usted, porque al cielo, lo que se dice al cielo, iremos los de siempre”.

¿Quiénes somos los de siempre? “Hemos ganado nosotros, pero aún no sabemos quienes”, dicen que dijo Pío Cabanillas en la Transición. El mismo que, en otra ocasión, exclamó aquello de “¡Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!”, sin llegar al sincero hartazgo de Estanislao Figueras, que remató la I República con una frase concluyente: “Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros”.

De ordinario, el nosotros es una apelación ambigua y elástica. Naciones y credos viven de ella. Encubre aristocracias y falsas modestias. El nosotros es la gran argucia de la primera persona. Algunos lo llaman el plural mayestático, y hasta Dios tiene el suyo: el hebreo Elohim multiplica con énfasis el escueto nombre del creador (simplemente El). Si la parroquiana de Mingote decía “al cielo iremos los de siempre”, una voz de las alturas bien podría responder: “...Y les recibiremos con los brazos abiertos”. Y nosotros, claro, asentiríamos.

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