21 septiembre 2012

La espiral muda en ovillo


Joan Pau Inarejos
Nuestra identidad ha cambiado de forma. No sé si han estado al caso, pero este verano que termina, bajo la espuma de la actualidad exprés, ha traído importantes noticias sobre nuestro paisaje interior. Mientras discutíamos sobre el color de la bandera, resulta que nos han cambiado la nacionalidad genética.

Hasta ahora creíamos que nuestro ADN era una espiral liviana, preferentemente de colores y siempre girando sobre su eje, cual cinta ondeante de fiesta mayor. Así la mostraba un power point en ‘Jurassic Park’ para vender las facilidades de la clonación. La famosa doble hélice. Pues no. Ha venido el consorcio científico internacional Encode para decirnos que el genoma es un ovillo. Una zarza enrollada al núcleo de las células.

Habrá que hacerles caso, pero convendrán conmigo que las imágenes del mundo no pueden cambiarse de la noche a la mañana sin preparar convenientemente a la población. Sabemos que la Tierra es redonda, que los átomos forman constelaciones, y esas cartografías abstractas tranquilizan nuestra ignorancia sobre los fundamentos del cosmos.

Los profanos no tenemos más remedio que conformarnos con apreciaciones de tipo artístico sobre este nuevo look del genoma. Por lo pronto, nuestra identidad es menos barroca. Ya no se parece a las columnas salomónicas, sino más bien a una maraña modernista o a una escultura filamentosa de Tàpies. Algo más compacto y celoso, más pesante. Quizá también más femenino: el ovillo de Ariadna, guiando el tránsito de Teseo por el laberinto, lo cual sería muy útil en estos tiempos de incertidumbre donde nadie sabe dónde está el minotauro.

Se dice que no somos tan guapos como en la foto de perfil ni tan feos como en el DNI, pero desconocemos por completo qué aspecto nos acabará dando este ADN transformista. Así que habrá que seguir tirando del hilo.

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