24 septiembre 2012
Nostalgia
Joan Pau Inarejos
Las recientes exposiciones sobre Edward Hopper han reavivado el interés
por uno de los grandes creadores de imágenes del siglo XX. Pintor de mujeres
absortas y soledades diurnas, Hopper pasa como un retratista excepcional de la fragilidad
moderna. Capturó como nadie el mundo del aislamiento industrial, y ahí es donde algunos
quieren ver un cierto deje nostálgico. Un luto secreto por la patria ausente. Según Oriol Pi de Cabanyes (La Vanguardia, 24/09/2012),
la América de Hopper es “una nación moderna, urbana, pero que añora la
conquista del Oeste y el impulso vital de los pioneros”.
Nostalgia del Oeste. El urbanita del apartamento evoca al cowboy de las praderas, dos soledades bien diferentes. También hay una nostalgia del Este: los países de la
antigua órbita soviética que suspiran por el orden y las seguridades económicas
del viejo manto comunista. Los alemanes tienen su propio término para denominar
este sentimiento renuente (la Ostalgie, de Ost, este, y Nostalgie), una película (‘Good bye, Lenin’) e incluso una mascota,
el Ampelmännchen o antiguo
hombrecillo con sombrero que aparecía en los semáforos de la extinta República
Democrática Alemana (regla para acordarse: la que no era democrática).
La nostalgia, según su certera etimilogía griega, es el “dolor del regreso”,
del regreso imposible, y las canciones italianas han dado fe de su musicalidad.
Es una de esas palabras bellas y lánguidas que redimen emociones negativas, igual
que la elegante melancolía, frente a
la fealdad informe que nos brindan la náusea
o la peste, tan caras a los textos de
Sartre o Camus. Los existencialistas se dolían del vacío y se miraban
desesperadamente a si mismos, mientras que los nostálgicos, por lo menos,
tienen un hogar que añorar. Y miran hacia el mar.
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