¿Se imaginan el Valle de los Caídos convertido en una suerte de Armagedón ibérico, con unos payasos corriendo a ritmo persecutorio y hitchcockiano? Dejen de imaginar, porque aquí está Álex de la Iglesia, el gran apóstol de los excesos cinematográficos en los dominios de la Piel del Toro, para dar cabida a tan abracadabrante escenografía, capaz de provocar más de un infarto en los despachos de la Cope e Intereconomía. El resultado es una película-circo, sin pies ni cabeza, tremendamente contrahecha y a ratos genialoide, que bebe nada menos que de la discografía de Raphael para esculpir su título ('Balada triste de trompeta') y que cobija varias películas dentro de la película. Pasen y vean.
Otra película de la Guerra Civil. Es como una pulsión patológica: el cine español siempre acaba hablando de su más negro episodio nacional, de su eterno western celtíbero, donde rojos y fachas ejercen de bizarros indios y vaqueros. Y aquí se diría que De la Iglesia lo mete con calzador: un prólogo grotesco sobre una escabechina en el Valle de los Caídos, con un Santiago Segura trasvestido de payaso mohicano supuestamente entrañable y básicamente prescindible.
Un PowerPoint histórico. Tras un arranque desconcertante, que salta de los años 30 a la Transición como por error informático, Álex de la Iglesia ambiciona trazar una película-río sobre la memoria histórica de España, una especie de Cuéntame o Forrest Gump en tonos claroscuros, cuyas diapositivas basculan entre la crónica negra, la sátira política y la comedia social con el centro de gravedad situado en una compañía de payasos ambulantes (algo así ensayó hace poco Emilio Aragón con sus 'Pájaros de papel'). Ocurre que sin encontrar el tono ni el punto de vista ante tanta incontinencia genérica, el director de El día de la bestia se lo acaba haciendo todo encima, y lo peor: se hunde en la más sonrojante falta de credibilidad (para los anales queda la escena de un Franco sosamente caricaturizado, que sufre una agresión en toda regla sin que le toquen un pelo al agresor).
Una payasada. 'Balada triste de trompeta' encuentra el mejor reclamo en su innegable potencia visual, especialmente cuando retrata las correrías de sus dos protagonistas antagónicos, los payasos siniestros y deformados (el triste y el tonto), que traen inevitablemente a la retina al fenomenal Joker inmortalizado por Jack Nicholson en 1989 a las órdenes de Tim Burton y su Batman gótico. La escena del payaso triste irrumpiendo en una estación de servicio disfrazado de obispo psycho-killer ante una familia atónita es una auténtica perla iconográfica, lo mismo que ese motero kamikaze, entrañable retrato del cateto hispánico que taladra los oídos ajenos y que se cree capaz de todo, con consecuencias funestas. Tampoco falta aquí el espíritu de cartoon, el despiporre de dibujos animados, un cómic ensombrecido por el trauma religioso-familiar que evoca las estampas de 'Camino' de Javier Fesser.
Una Tarantinada de segunda división. Álex de la Iglesia calienta su película con un ramillete de escenas de sexo altamente gratuitas, que buscan el norte de Tarantino pero se pierden en el sur de la pornografía pajillera involuntaria; lo mismo puede decirse de la violencia frívola y ultrarrecurrente, que aquí jamás encuentra el sabor absurdo y genial del director de 'Pulp fiction'. El fantasma de Tarantino planea constatemente, no en vano 'Malditos bastardos' marcaba una senda de historia-ficción destroyer, pero la distancia entre un villano como Hitler y un secundario como Franco es la distancia entre aquella obra maestra y este pretencioso popurrí.
Suma y sigue. Por aquí también desfilan King Kong (la apoteosis final del monstruo y la doncella en las alturas); el Woody Allen de La Rosa Púrpura del Cairo (los personajes hablando a través de la pantalla del cine); o el thriller de la monstruosidad de David Lynch (El hombre elefante), Alejandro Amenánabar (Abre los ojos) y Kafka (La metamorfosis)...
Un Museo del Prado en 3D. Y por si no hubiera bastantes referentes del celuloide, De la Iglesia engrasa la función con un torrente de homenajes pictóricos, que van desde el barroco español y la sangrienta imaginería católica hasta los aquelarres y carnavales de Goya (¿será para seducir a la Academia que él preside?). Iconos como Saturno devorando a los hijos o el Duelo a garrotazos se dejan vislumbrar en lo más parecido a una versión 3D de las Pinturas Negras.
Dicho todo esto, necesito salir para tomar un poco el aire.
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