23 enero 2011

'De dioses y hombres': fría y monumental

 
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS

Nota: 7     
 
El cartel de esta singular película ya nos hace respirar la atmósfera de todo su metraje: la quietud ascética y el recogimiento monástico, una sobriedad de túnicas blancas y de nítidos perfiles que bien podría evocar las pinturas de Francisco de Zurbarán, ese realismo místico, sin fulgores ni artificios, que en el sur católico impregna la mejor pintura española del Siglo de Oro y en el norte protestante la inimitable pintura holandesa de interiores y sutiles iluminaciones.
Basándose en hechos reales, el director Xavier Beauvois coloca su cámara en el Magreb montuoso de los años 90, donde una comunidad de monjes cistercienses sufre el acecho de una ola de radicalismo islamista, episodio de lamentable actualidad. 
Con el ritmo, la elegancia, la veracidad y la búsqueda del detalle tan caros al cine naturalista europeo, 'De dioses y hombres' colorea primero un inusual fresco de la convivencia religiosa, para oscurecerlo más tarde con un drama existencial acerca de la violencia y el martirio. ¿Qué hacer ante la inminencia del agresor? ¿Huir o permanecer heroicamente? Las votaciones de los monjes a mano alzada, sus sombrías dudas y temores, sus inesperadas crisis de fe, su indisimulable humanidad, al fin y al cabo, componen un relato convicente y universal.
La luz perlina del monasterio ilumina soberbias individualidades: Lambert Wilson borda el papel del sufrido hermano Christian, que nunca pierde la firmeza mientras la procesión va por dentro, y, en el otro lado, el anciano médico interpretado por un Michael Lonsdale gran reserva, que opone a la ansiedad de aquél su entrañable parsimonia curtida por quien ha vivido todo tipo de calamidades ("soy un hombre libre", profiere en un diálogo brillante con el prior). 
'De dioses y hombres' esboza una tesis clara y cristalina, quizá a ratos demasiado evidente: la verdadera fe inspira la paz y la concordia (ahí está la escena tan bienintencionada del miliciano islamista excusándose por irrumpir en Nochebuena), y son los hombres, con su afán de poder y dominación, incluídos los respetables hombres de Estado (valiente dardo a los regímenes árabes), quienes lo echan todo a perder.
Sus 2 horas dan cabida a algún que otro bostezo, y, pese a su dilatación y sus meandros, conduce trágicamente, inexorablemente, a un final tan coherente como lineal y previsible. Al fin, el oscarizable drama monacal tiene toda la belleza, frialdad y elegancia de la filosofía estoica, la misma que recomendaba convertir el alma de cada uno en una "fortaleza inexpugnable" frente al naufragio del mundo exterior.

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