Querido lector:
Déjame comenzar con una frase dura. Nuestro dramático sentido de la libertad, nuestro ‘superávit pulsional’, que diría Arnold Gehlen, apenas deja lugar a los valores.
¿Qué son los valores? Son actitudes en firme, verdades interiores, pequeños tesoros del ser infinitamente preciosos en el mar del escepticismo global. Pregúntate: ¿cuáles son mis valores?, y enseguida tu voz interior balbuceará, gemirá vaguedades y generalidades.
También quien escribe siente todo esto. También quien escribe tiene miedo a los principios, porque son cosas indefinibles que queman en las manos. ¿En qué creo? ¿Qué defiendo? ¿Cómo dar nombre a lo esencial? Planea sigilosa la amenaza de la letra escarlata: la efe del fundamentalismo.
Y es que a nuestra silueta nerviosa no le gustan las fotos. En efecto, somos lo que decidimos, somos acción, relación con los demás, actitud ante la vida. ¿Qué pintan aquí los valores? Son entelequias afectivas, objetos pesados y caros de una tienda de antigüedades. Si me defino empieza mi decadencia.
Entre tú y yo: quizá deberíamos reconocer que eso que llamamos valores son ovnis en nuestras latitudes. Son noúmenos, ‘realidades en si’ divorciadas con lo humano. Nuestro ecosistema es el de la compañía, el cuidado, el suave juego de las máscaras, el trabajo, la seducción, la dedicación, el aprendizaje, el entretenimiento: mundos alegres que juegan lejos del viejo Platón.
Entonces, ¿por qué aún hablamos de ‘amor, de ‘familia’, de ‘amistad’? La lupa sincera dice: el amor es voluble, el sentido de la familia es intermitente. ¿Quiénes son los amigos? ¿Por qué estas atrevidas hipótesis? ¿Por qué un arco iris de distintas fidelidades y gratificaciones recibe el mismo nombre rimbombante?
Siento inquietarte con preguntas tan graves. Pero quiero precisar que, si bien somos torpes para sentir la identidad, estamos abocados a actuar, ante los demás y ante nosotros mismos 'como si la tuviéramos'. Llámalo drama, hipocresía. Tensión existencial. Fuente de la neurosis. O definitivamente, dale la vuelta. Veamos, tú eres padre, ¿verdad?
-Sí, tengo una niña.
Eres una persona como cualquier otra. Dudas, titubeas, tienes la misma constitución gelatinosa que cualquiera. Sin embargo, delante de los hijos debes blandir entereza, seguridad, resolución. No es ningún engaño, no es un drama. Disimular el alma líquida es tu forma de querer a la pequeñuela.
De los valores podemos decir lo mismo que San Agustín sobre el tiempo: ‘sólo sé lo que es cuando no me lo preguntan'. No son simples ideales, porque dejan huellas físicas, modelan grupos, familias, relaciones. Accionan la materia dormida, dibujan caminos en la niebla, y en cambio no sabríamos decir nada sobre ellos.
Demasiada verborra, ¿verdad?
-Confieso que sí.
Si quieres siéntate en el sofá y entristécete por no sentir en el corazón la llama del valor. Paladea bien la melancolía.
-Lo siento, tengo que ir a bañar a la niña.
JOAN PAU INAREJOS, agosto 2004
foto: Mr Incredible (Disney)
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