31 mayo 2013

La tos i l'esternut

Joan Pere Viladecans
“L'esternut és un exabrupte, una cosa jocosa, alegre i banal; la tos és severa, anuncia gravetats i té una llegenda culta”

Entre la tos i l'esternut hi ha un món. Sent tan semblants acústicament, amb un mateix origen pulmonar i en la missió de propagar virus i miasmes, l'esternut i la tos no tenen res a veure. L'esternut és un exabrupte, una cosa jocosa, una expiració no prevista que preludia seqüeles benignes. A tot estirar un refredat, una al·lèrgia. Malgrat que no és aconsellable provar de reprimir-los, moltes persones ho intenten. Per fòbia? Superstició? Per civilitat? Fer-ho pot comportar conseqüències col·laterals: trencament de timpans, evisceració ocular, hèrnia inguinal... Les ventositats contingudes no porten res de bo. Tampoc les de les vies altes. La membrana pituïtària és molt senyora. Entre l'ehem i l'atxim, hi ha un matís d'urbanitat i cultura. A excepció feta dels poetes i trobadors medievals, que parlaven a l'home del mateix home, i de les seves coses, l'exercici esternudatori està mancat de literatura. I d'èpica. En tot cas en trobaríem algun rastre en les onomatopeies dels còmics (…). Hi ha qui esternuda en sèrie ("fins que no en faig deu no m'aturo"). Un esternudador solvent i addicte corre un cert risc d'exclusió social.

La tos és una altra cosa: anuncia gravetats. És respectable. I amb llegenda culta. De Thomas Mann a la veu popular "a este no hay quien le tosa". I és un llenguatge de matisos: el gargamelleig dels polítics quan menteixen, la tosseta seductora i insinuant, l'ehem que repunta una frase pedant, els accessos canins dels bronquítics amb passat, la crepitació del tòrax esqueixat, l'estossec de les senyoretes per merèixer... Un va al metge i li diu: "Tussi, si us plau", però mai: "Vegem com esternuda". Encara hi ha classes. I diferències. Semblants, per cert, a les que es donen a l'acte d'expel·lir els humors digestius, segons siguin per dalt o per baix. Les àvies diuen als nens: "Un pet fa gràcia, un rot fa fàstic". Considerant que l'esternut és alegre, banal i la tos, severa i greu, convindrem que tot en aquesta vida és qüestió d'estatus. I de prestigi.

Joan Pere Viladecans La Vanguardia, 31/5/2013

30 mayo 2013

Beberás las oscuras golondrinas


Joan Pau Inarejos
“Por favor, no rompáis la poza, es para beber los pájaros”. Beber los pájaros. Lo podría haber escrito algún poeta de la generación del 27, pero es obra de un ciudadano anónimo, contemporáneo nuestro, del que poco o nada sabemos. Este ruego peculiar cuelga de un cartel en la montaña de Sant Ramon, en mi ciudad, y con su personal gramática, invita a fabular sobre mirlos y gorriones líquidos que son sorbidos por un caminante sediento. Un trago de surrealismo involuntario.

El bienintencionado protector de las aves debería haber dicho que la poza es “para que beban” sus pájaros, pero entonces la frase sería un mero trámite. Su rotulación espontánea ignora subordinadas y subjuntivos con la misma olímpica parsimonia con que Juan Ramón Jiménez ignoraba las ges y escojía la jota de modo jeneral. Directo y libre. La ausencia de puntuación permite también barruntar otras posibilidades, como que los pájaros sean los verdaderos autores del cartel, apareciendo entonces como firmantes: “No rompáis la poza, es para beber. Los pájaros”.

El equívoco me ha recordado a aquel misterioso villancico que invita a contemplar cómo beben los peces en el río. Andábamos absortos, preguntándonos cómo carajo iban a ingerir líquido unos animales que viven en el medio acuático, cuando tal vez la historia era al revés. Quizá eran los peces quienes eran bebidos por los pastores en un arranque de fantasía por ver a Dios nacido. Después, supongo, contrajeron un coma elíptico y desaparecieron como sujetos.

27 mayo 2013

al jardinero



Encontraste mis cenizas
y aquí me pusiste
pero por qué, por qué me recogiste
qué esperas de estas trizas.

Me tienes derramado.
Soy la nada de tu jardín.
Apenas oigo tus pasos
y aún no sé qué hago aquí.

¿No debiste dejarme morir?
Consolado en la sepultura,
abrazado a las cosas que no saben ni sufren:
el novio de la eternidad vacía.

Sin embargo me tienes aquí,
extraño entre tus flores,
hijo siempre de nada,
indigno de tu jardín.

25 mayo 2013

‘El gran Gatsby’: charlestón MTV


por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 5

No hay que escandalizarse. Baz Luhrmann ya convirtió el París de 1900 ('Moulin Rouge') en un inmenso videoclip, y esta vez se ha limitado a hacer lo mismo con el Nueva York de los años 20. Nada nuevo bajo el zoom. La obra maestra de Francis Scott Fitzgerald sirve esta vez al director australiano como palanca para accionar su vasto espectáculo de luces de neón y experimentos musicales anacrónicos, donde el espíritu y el ritmo de la historia beben mucho más de los shows de Rihanna o Lady Gaga que de las fuentes literarias.

Objeciones: 1) la pirueta ya está vista, y el mundo Luhrmann, imitado por doquier, empieza a acusar aluminosis; y 2) imperdonablemente, este Gatsby pop nos aburre. Tiene todos los recursos a su favor, una elefantiásica orquestación de elementos audiovisuales, tiene a un entregado Leonardo Di Caprio, y sin embargo ofrece la sensación de que se va repitiendo constantemente sin contar nada interesante. Una luminosa noria perdida en sí misma. El eterno retorno de los directores encerrados con un solo juguete. 

Casi da pereza reconocerle a Luhrmann su dominio de la estética, del barroco digital de época que en esta ocasión encuentra, para bien o para mal, su cenit desbordante. Deslumbrante para unos, cargante para otros tantos -incluído el que escribe-. Aceptaríamos barco si la historia fuera en consonancia con toda esta graciosa frivolidad. Sin embargo, la película se divorcia estrepitosamente de la sutilidad de la novela original, de su matizado desencanto, y pretende meterse en el berenjenal de un drama romántico hiperbólico y lacrimoso. Sobreactuación adolescente que hubiera espantado al bueno de Fitzgerald y de su alter ego Nick Carraway, modestos espectadores del maravilloso mundo de los pijos.

EL GRAN GATSBY, DE BAZ LUHRMANN
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA

23 mayo 2013

Adiós a 'Joseph'


Joan Pau Inarejos
Medio griego, medio egipcio, medio francés, Georges Moustaki era hijo de las grandes civilizaciones antiguas. Lejano descendiente de aquellas naciones antaño esplendorosas que hoy sufren el estrés de la ortodoxia monetaria y el fundamentalismo religioso, su barba abundante tenía algo de patriarca de telefilme bíblico. De sapiencia bondadosa. Un pantocrátor oriental de franca sonrisa. Llamado judío errante y pastor heleno, nos hubiéramos fiado de él para comprarle un coche y para que nos llevara con él hasta el confín de las nubes.

Me confieso un pobre ignorante de la chanson francófona, y sin embargo considero a Moustaki parte de mi familia. Su voz resonaba todos los veranos en el coche, y esa banda sonora del trovador barbudo tendrá siempre para mí el color y el olor de los paisajes pirenaicos que surcaba nuestra Nissan Vanette entre jaleo de papillas y pataletas. Mi padre tarareaba los versos con sosegado deleite, y aunque a mí me parecían lejanas e incluso antipáticas aquellas canciones de los años setenta, poco a poco también fueron mías. Será por aquello de que vivir consiste en ir pareciéndonos a nuestro padre.

No es fácil hablar al corazón en idioma extranjero. Hoy Internet nos ayuda a traducirlo casi todo, pero Moustaki nos ha conmovido a muchos incluso antes de saber lo que nos decía. Privilegio que tienen la pintura y la música, pero menos frecuente cuando la torre de Babel de las lenguas se cruza en nuestro camino. Grave y cálida a la vez, su voz describió a la perfección el meteque vagabundo para quien quisiera oírlo, pintó con acierto las brumas de la solitude universal, hizo más humano que nunca a ese Joseph enamorado de María y evocó cómo la nostalgia de los tiempos pasados puede convivir con la secreta alegría de vivir, aunque sea trop tard.

Ahora que nos ha dejado, se agranda la sensación de que vivía en un mundo a parte, preñado de una rara tranquilidad espiritual. Será la ataraxia de los griegos, aquel ánimo imperturbable donde el rumor del oleaje no necesita traducciones.

20 mayo 2013

El maestro y Margarita



Mijaíl Bulgákov
El maestro y Margarita (1928-1941)

EL ENAMORAMIENTO
Ella llevaba unas flores horribles, inquietantes, de color amarillo. ¡Quién sabe cómo se llaman! pero no sé por qué, son las primeras flores que aparecen en Moscú. Destacaban sobre el fondo negro de su abrigo. ¡Ella llevaba unas flores amarillas! Es un color desagradable (…).
«—¿Es que no le gustan las flores?
«Me pareció advertir cierta hostilidad en su voz. Yo caminaba a su lado, tratando de adaptar mi paso al suyo y, para mi sorpresa, no mesentía incómodo.
«—Me gustan las flores, pero no éstas — dije.
«—¿Y qué flores le gustan?
«—Me gustan las rosas.
«Me arrepentí en seguida de haberlo dicho, porque sonrió con aire culpable y arrojó sus flores a una zanja. Estaba algo desconcertado, recogí las flores y se las di. Ella sonriendo, hizo ademán de rechazarlas y las llevé yo.
Así anduvimos un buen rato, sin decir nada, hasta que me quitó las flores y las tiró a la calzada, luego me cogió la mano con la suya, enfundada en un guante negro, y seguimos caminando juntos (…).
«Sí, el amor nos venció en un instante. Lo supe ese mismo día, una hora después, cuando estábamos, sin habernos dado cuenta, al pie de la muralla del Kremlin, en el río (…).El sol de mayo brillaba para nosotros solos. Y sin que nadie lo supiera se convirtió en mi mujer.

CRISIS DEL ESCRITOR
En una palabra, comenzaba una fase de enfermedad psíquica. Me parecía, sobre todo cuando me estaba durmiendo, que un pulpo ágil y frío se me acercaba al corazón con sus tentáculos. Tenía que dormir con la luz encendida (…).
Se fue. Me acosté en el sofá y dormí, sin encender la luz. Me despertó la sensación de que el pulpo estaba allí. A duras penas pude dar la luz. Mi reloj de bolsillo marcaba las dos de la mañana. Me acosté sintiéndome ya mal y desperté enfermo del todo. De pronto me pareció que la oscuridad del otoño iba a romper los cristales, a entrar en la habitación y que yo me moriría como ahogado en tinta.

MUERTE EN EL TEATRO
luego cayó al suelo, gimiendo y arrancándose la corbata con mucho cuidado.
Después de morirse, Kurolésov se levantó, se sacudió el polvo del pantalón de su frac, hizo una reverencia, esbozó una sonrisa falsa y se retiró acompañado de aplausos aislados. El presentador habló de nuevo:

LA BELLEZA DE MARGARITA
La gente pasaba junto a Margarita Nikoláyevna. Un hombre se quedó mirando a la elegante mujer, atraído por su belleza y por su soledad. Tosió y se sentó en el borde del mismo banco en el que estaba Margarita.
Por fin se atrevió a hablar:
— Decididamente, hoy hace buen día…
Pero Margarita le echó una mirada tan sombría, que el hombre se levantó y se fue.
«He aquí un ejemplo — decía Margarita al que era su dueño—: ¿Por qué habré echado a ese hombre? Me aburro, y en ese don Juan no había nada malo, aparte del “decididamente”, tan ridículo… ¿Por qué estoy sola como una lechuza al pie de la muralla? ¿Por qué estoy apartada de la vida?»

AGRESIÓN AL PIANO
Apuntando con tino, Margarita golpeó las teclas del piano y en toda la casa retumbó un alarido quejumbroso. El instrumento de Bekker, que no tenía la culpa de nada, gritó desaforadamente. Se hundieron sus teclas y volaron las chapitas de marfil. El instrumento aullaba, resonaba y gemía. La tabla superior barnizada se rompió de un martillazo, sonando como el disparo de un revólver. Margarita, sofocada, rompía y aplastaba las cuerdas. Por fin, muerta de cansancio, se derrumbó en un sillón para recobrar la respiración.

DOSTOIEVSKI INMORTAL
— Los carnets, por favor — dijo ella mirando sorprendida los impertinentes de Koróviev y el hornillo de Popota y su codo roto. — Mil perdones, pero, ¿qué carnets? — pregunto Koróviev, extrañado. — ¿Son ustedes escritores? (…). Dígame, ¿es que para convencerse de que Dostoievski es un escritor, es necesario pedirle su carnet? Coja cinco páginas cualesquiera de alguna de sus novelas y se convencerá sin necesidad de carnet de que es escritor. ¡Y me sospecho que nunca tuvo carnet! ¿Qué crees? — Koróviev se dirigió a Popota.
— Apuesto a que no lo tenía — contestó Popota, dejando el hornillo en la mesa junto al libro y secándose con la mano el sudor de su frente, manchada de hollín.
— Usted no es Dostoievski — dijo la ciudadana, desconcertada, dirigién
dose a Koróviev. — ¿Quién sabe? ¿quién sabe? — contestó él. — Dostoievski ha muerto — dijo la ciudadana, pero no muy convencida. — ¡Protesto! — exclamó Popota con calor—. ¡Dostoievski es inmortal! — Sus carnets, ciudadanos — dijo la ciudadana. — ¡Esto tiene gracia! — no cedía Koróviev—. El escritor no se conoce por su carnet, sino por lo que escribe. ¿Cómo puede saber usted qué ideas artísticas bullen en mi cabeza? ¿O en ésta? — y señaló la cabeza de Popota, que hasta se quitó la gorra para que la ciudadana pudiera verla mejor.

ASASELO
—¡Qué alegría! ¡En mi vida he tenido una alegría tan grande! Perdone que esté desnuda, Asaselo, por favor.
Asaselo le dijo que no se preocupara y aseguró que había visto no sólo a mujeres desnudas, sino que incluso las había visto sin piel.

LA HUÍDA DEMONÍACA
La tormenta se disipó sin dejar rastro y un arco multicolor, cruzando todo el cielo de la ciudad, bebía agua del río Moskva. En lo alto de un monte, en medio de los bosques, se veían tres siluetas oscuras: Voland, Koróviev y Popota, montando negros corceles, contemplaban la ciudad a la otra orilla del río. El sol quebrado se reflejaba en miles de ventanas y en las torres de alajú del monasterio Dévichi.

DIÁLOGO CON EL DIABLO Y EL GATO POPOTA
— Bueno, esto ya me gusta más — dijo Voland, mirándole fijamente—. Hablemos. ¿Quién es usted?
— Ahora no soy nadie — respondió el maestro, y una sonrisa le torció la boca.
—¿De dónde viene?
— De la casa del dolor. Soy enfermo mental — contestó el recién llegado.
Margarita no pudo soportar aquellas palabras y se echó a llorar. Luego exclamó, secándose los ojos:
—¡Qué palabras tan horribles! ¡Horribles! Le prevengo, messere, que es el maestro. ¡Sálvelo, que se lo merece!
—¿Sabe usted con quién está hablando en este momento? — preguntó Voland—, ¿sabe dónde se encuentra?
— Lo sé —contestó el maestro—. Ese chico, Iván Desamparado, fue mi compañero del sanatorio. Me habló de usted.
— Ah, sí, desde luego — dijo Voland—. Tuve el placer de conocer a ese joven en «Los Estanques del Patriarca». Por poco me vuelve loco demostrándome que yo no existo. Pero ¿usted cree que soy realmente yo?
— No me queda otro remedio que creerlo — dijo el maestro—, aunque me sentiría mucho más tranquilo si pensara que usted es fruto de una alucinación. Y usted perdone — añadió el maestro, violento.
— Bien, si cree que se sentiría más tranquilo, piénselo así —dijo Voland con amabilidad.
—¡Pero no! — dijo Margarita, asustada, sacudiendo al maestro por el hombro—. ¡Qué dices! ¡Si es él realmente!
Esta vez intervino también el gato:
— Yo sí que parezco una alucinación. Fíjese en mi perfil a la luz de la luna.
El gato se metió en el reguero de luna y quiso añadir algo más, pero le pidieron que se callara. Entonces dijo:
— Bueno, bueno, me callaré. Seré una alucinación silenciosa — y no dijo más.

Mijaíl Bulgákov
El maestro y Margarita (1928-1941)

18 mayo 2013

Poemas de Agustín González de la Torre


Tu dolor y mi dolor
se encontraron en al aire
una tarde de Viernes Santo
que bajabas por mi calle

(Procesión de Viernes Santo)

***
Hoy, que ando en la añeja edad,
por aquellos viejos yerros,
que me muerden como perros,
pido que tengas piedad

(Monólogo del alma)

***
Grandes y reyes a dormir vinieron
su eterno sueño entre sus muros fríos
seguros de alcanzar la eterna euforia,

Porque en sus piedras seculares vieron
el lugar de enterrar sus señoríos
y ser vasallos en la eterna gloria.

(Al monasterio de Poblet)

***
Sí dialogo contigo en tu presencia,
pero no esperes escuchar rumor
que mi palabra es muda e inefable

(Respuesta de Dios)

¿Ante tu trono yo quizás me hallaba?
No era fuego de infierno el de mi sueño
pues allí estabas Tú y no quemaba.

(¿Cielo o Infierno?)

Agustín González de la Torre
Fragmentos de la obra ‘Mis poemas religiosos’

13 mayo 2013

'Stoker': maravilloso cuento horroroso


por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8

Recuerdo con inquietud una imagen televisiva de mi infancia. Era un anuncio de la serie 'Twin Peaks', de David Lynch, donde aparecía un hombre con los ojos de un azul deslumbrante. El fotograma de aquel individuo, claramente poseído por propósitos malignos, iba acompañado de la canción 'What a wonderful world', y desde entonces no puedo escuchar la ronca dicción de Louis Armstrong sin rememorar aquel escalofrío infantil. 

No hay que subestimar el poder intimidatorio de la mirada. Esas pupilas que el refranero describe como espejos del alma también son a veces vitrinas del mal. Luceros de la tentación. Los ojos, por ejemplo, de Mathew Goode, que encarna a un Mefistófeles treintañero en esta película de ambiente gélido y morboso. Que el personaje de Charlie es una espléndida representación de lo diabólico puro, sin identidad ni motivación humana, queda bien reflejado en uno de los diálogos más acerados de la película. Nicole Kidman dice: "No me importa quién eres" y Goode responde: "A mí me ocurre igual... tampoco a mí me importa quién soy".

El tercer vértice del triángulo malsano que propone 'Stoker' es India (Mia Wasikowska), una niña-mujer de 18 años que recibe la visita del misterioso tío Charlie tras perder a su padre en un infortunado accidente. Con un trasfondo freudiano nada disimulado, el extraño pariente desconocido vendrá a llenar el vacío del padre muerto y a iniciar a la joven doncella -deliberadamente ambigua- en los rituales de la vida adulta. Estamos ante la Caperucita y el Lobo, sin disfraces de cuento y con abuelas accidentadas incluídas.

Todo esto podría ser carne de cañón para un telefilme de baja estofa si no fuera por el carisma de un enorme Goode y, sobre todo, por los fascinantes ropajes con los que el director Park Chan-wook reviste toda la función. Desde la aparición de Charlie en el cementerio hasta los zooms setenteros -Polanski, El Exorcista-, pasando por la atención febril a los detalles (la araña subiendo por las medias), el cineasta surcoreano hace gala de una estética fabulosa y un dominio apabullante del montaje metafórico, digno discípulo de Kubrick. Esculpe momentos de maestro: el descenso al sótano, el juego de las lámparas. La fantasía sexual en un piano (Dalí hubiera pagado por verla). O ese juego de zapatos de varios tamaños que recuerdan a la desvaída Lolita el final de la inocencia. Surrealista y ultrasensorial, cruel y escandalosa, con más atmósfera que contenido, 'Stoker' hace todo lo que puede para turbarnos y vaya por Hitchcock si lo consigue.

STOKER, DE PARK CHAN-WOOK
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA


10 mayo 2013

Sobre els moderns barcelonins


Valero Sanmartí
“El secret d’aquest efecte és que les noies, amb Mishima de fons i els llums apagats, ho tenen més fàcil per imaginar-se que follen amb el culte i ferotgement atractiu David Caraben, i no amb el calçasses ectoplasmàtic i lleganyós que tenen per nòvio, amb qui passen les nits mirant episodis de Mad Men (…). Els Mishima són les Cinquanta ombres de Grey dels matrimonis indies fracassats”.

(…) “Los modernos son como los sionistas. Intentaron ocupar la franja de Gracia, construir allí su paraíso hipster, pero se encontraron con la feroz resistencia de sus habitantes más antiguos: los perroflautas. Algunos modernos lo han entendido y han decidido probar suerte con otros barrios: Sant Antoni i Poble Sec, principalmente. Ahora que están felizmente instalados en la calle Parlament, ha llegado la hora de soltar a los perros atómicos”.

Valero Sanmartí, ‘Jo només il·lumino la catalana terra’ (2013) / Entrevista en ‘Tendències’ de ‘El Mundo’, 9/5/2013

08 mayo 2013

Hola, soy yo


Joan Pau Inarejos
El teléfono, como el trabajo y la pareja, ha dejado de ser fijo. En este caso nos alegramos: la comunicación ya no conoce fronteras ni limitaciones. Al perder su cordón umbilical con el hogar, el aparato incluso perdió su nombre y quedó el mero adjetivo –el móvil-, mientras los italianos, siempre mucho mejor dotados para la plástica, se inclinaron por encoger el sustantivo con el entrañable telefonino.

Hace poco han conseguido rescatar la voz de Alexander Graham Bell. Es un documento emocionante: el padre del teléfono balbuciendo sus primeras palabras. Lo hizo en un disco de cartón encerado, cual mensaje en una botella, y la grabación es de lo más franca: “Escuchad mi voz. Alexander Graham Bell”. 15 de abril de 1885. El insigne inventor no aprovechaba para vindicar la paz mundial ni el fin de la esclavitud. Olímpicamente despreocupado del contenido, sólo quería comprobar el canal. Un dos tres probando.

Sin saberlo, Graham Bell inauguraba una de las funciones más socorridas del telefonino: comprobar que estamos ahí. En clase de Literatura lo llamaban la función fática del lenguaje: palpar el micro antes de hablar, decir ¿Sí? o ¿Aló? al descolgar el aparato, hacer una perdida, dar un toque o meter a alguien en un grupo de WhatsApp. Más aún todavía: lo que en 1885 era una necesaria probatura técnica, hoy lo hemos amplificado y popularizado hasta convertirlo en la pura erótica del canal. El placer de estar conectados.

Los más entusiastas ya imaginan un mundo donde ni siquiera habrá que llamar ni mensajear, porque nuestra vida será un continuum disponible. El canal seremos nosotros. No tendré que decir que soy Graham Bell porque ya lo sabrás y te lo habré sacado de la punta de la lengua. Al final, se cumplirá la expectativa visionaria de mi sobrino de un año: cuando coge un teléfono, siempre cree que hay alguien al otro lado.

Foto: Early Office Museum

03 mayo 2013

*Austericidi: qui mata a qui?


Joan Pau Inarejos
Molts pensaran que no és hora de debatre sobre paraules, i que, quan algú assenyala la lluna, el ximple es fixa en el dit. Mirarem el dit en aquestes línies. Certament, les retallades estan fent estralls arreu d’Europa, i no seria exagerat considerar que atempten contra la vida i la dignitat de les persones. Tanmateix, en aquesta justa indignació se’ns ha colat una paraula injusta: austericidi.

Encantats amb la nova joguina, una corrua de polítics, periodistes i sindicalistes fan anar aquest mot amb una alegria alarmant. Diuen que és una paraula efectiva, que parla per si mateixa, que té la concisió d’una pancarta. L’austeritat ens mata = austericidi. Tuit resolt.

Dissortadament, la realitat no es cansa d’arruïnar bones piulades i intencions òptimes. No pas la realitat social, en aquest cas, sinó la realitat lingüística (llengua: una cosa que permet ajuntar subjectes i predicats i fins i tot posar accents al Twitter). N’hi ha prou de repassar termes com homicidi, suïcidi, parricidi, i tots els cidis que es fan i es desfan a les pàgines de successos, per comprovar que aquestes expressions ens parlen de la víctima i no pas del botxí. Magnicidi és matar Kennedy, i no Kennedy empunyant una pistola. No saber qui mata a qui pot estar bé per a una novel·la d’Agatha Christie, però és menys operatiu en una depressió econòmica.

En el fons, això de l’austericidi és una mala còpia de Jiménez Losantos. El factòtum de l’ultraliberalisme espanyol va fer fortuna fa uns anys amb l’apel·lació al lliberticidi: els socialistes, els comunistes, els catalanistes –deia ell– són gent que assassina la llibertat individual de les persones. Políticament destraler, intel·lectualment deplorable, però lèxicament amb els papers en regla.

No podem dir el mateix d’aquest austericidi, que possiblement soni més contundent que justicidi, socialicidi, igualicidi o el ras i curt genticidi que suggereix l’amic Lluís Mata (atenció, Mata amb majúscules), però que en tot cas comet un claríssim llengüicidi amb nocturnitat i traïdoria. Si donéssim per bona la parauleta de moda –com avalen alguns lingüistes amb ganes de marxa– resultaria que l’insecticida seria un escarabat monstruós que ens mataria a nosaltres, una imatge kafkiana i poc desitjable.

Foto: www.ugtpublic.org